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Opinión

El malvado Rubalcaba

Alfredo Pérez Rubalcaba

Cuando escribo estas palabras, Alfredo Pérez Rubalcaba permanecía aún en el umbral que separa la vida humana de algo que no se sabe qué es; como mínimo, la memoria que dejas entre aquellos que te conocieron.

Y la memoria es algo complicado de manejar. Una de las pocas costumbres antiguas que aún no se ha llevado por delante la moda de la desvergüenza es hablar mal de los enfermos graves o de los recién fallecidos. Me refiero a las personas, personajes o personajillos que hablan en público, desde luego; en las redes sociales eso hace tiempo que se pudrió. Ahora, cuando Rubalcaba ha cruzado ese umbral, calla muchísima gente que en otro tiempo soltó por esa boca atrocidades inauditas. Personas, personajes, personajillos y medios de comunicación.

Ahora, Ramón Pérez Maura recuerda “lo mucho bueno que ha hecho [Rubalcaba] por la convivencia en España” en el mismo medio, Abc, que hace algunos años alojaba las palabras de Tertsch, quien le comparaba con el Cojo Manteca y decía que era “el responsable de defender la ley, dedicado a la agitación de los peores instintos”. Pedro Narváez, subdirector de información en La Razón, dice que Rubalcaba, “en el cielo o en la tierra, desmadeja una generación a la que nos gustaría ver de nuevo al timón de un país a la deriva”. Es el mismo medio en el que, el 15 de agosto de 2011, Iñaki Ezquerra lo comparaba con Gargamel acechando a los pitufos.

Rubalcaba generó en la extrema derecha improperios suficientes para llenar 22 páginas, que se dice pronto, de un libro que hay que tener a mano

El hombre que acabó con ETA porque sabía cómo hacerlo (ahora volveremos sobre eso) mereció este comentario de Jiménez Losantos el 14 de junio de 2011: “Es un falso, un mentiroso. Y solamente en un partido de perroflautas intelectuales puede pasar por inteligente un tío que es un mendrugo, que es el peor ministro del Interior que ha tenido España en 200 años”. ¿Qué dirá ahora este Losantos?

La verdad es que da un poco lo mismo qué diga o qué deje de decir ese señor, porque la gente, a pesar de todos los esfuerzos para conseguirlo, no es tonta. Rubalcaba generó en la extrema derecha de este país (cuando aún no se había independizado del partido de la Gürtel) improperios suficientes para llenar 22 páginas, que se dice pronto, de un libro que hay que tener a mano: Las mil frases más feroces de la derecha de la caverna, recopiladas todas por José María Izquierdo en octubre de 2011, editorial Aguilar. De las mil, a Rubalcaba le cayeron alrededor de un centenar, y es lógico suponer que el antólogo se cansó ahí porque ya le debía de estar dando ictericia compilar tanta ponzoña.

No es tonta la gente, repito. Rubalcaba, una de las personas mejor informadas de este país, sabía muy bien que, a mitad de la primera década de este siglo, ETA se debatía en un conflicto generacional. Los “viejos” (Ternera, su amigo Otegi) asumían que había que dejar la locura del terror a la que ellos mismos habían contribuido, porque estaba más que claro que no conducía a ninguna parte. Pero los “jóvenes” (el tal Txeroki, por ejemplo) estaban decididos a concluir 'bien' lo que los antiguos habían hecho mal. Y se produjo la ruptura de la enésima “tregua” con el atentado de la T-4 en Barajas, el 30 de diciembre de 2006. Rubalcaba, que no llevaba ni nueve meses en el Ministerio del Interior, se dio cuenta de que la banda de matarifes no había cometido solamente un atentado, sino un suicidio, y movió las piezas que sabía que había que mover. Fue por aquellos años cuando dijo: “En 2006 (…) ETA había dejado de matar porque quería dejar de matar. Ahora no mata porque no puede. Aquello falló porque no conseguimos que Batasuna se enfrentara a ETA”. 

Por los pelos, por tres meses justos, no llegó como ministro al arrodillamiento de la banda, al “cese definitivo de la actividad armada”, que se produjo en octubre de 2011. Lo demás, hasta la disolución de 2018, no ha sido más que echar tiempo y desánimo y realidad sobre los bufidos de aquellos “jóvenes” que querían seguir asesinando inútilmente. Que era lo que había ocurrido siempre, pero durante décadas la realidad estuvo arrinconada por las teorías, las consignas y la costumbre.

Rubalcaba es el hombre que sacó la cara para que se la partieran, y tenía clarísimo que se la iban a partir, cuando Zapatero se descalabró en 2011

Esto es, seguramente, lo más importante que deja a la historia de España el “malvado Rubalcaba”, este hombre que “no tenía que estar en política desde que se inició, desde pequeñito, por todo lo que ha hecho en su vida”, como aseguraba Román Cendoya el 14 de abril de aquel mismo 2011 en Intereconomía; este “sujeto verdaderamente reprobable, verdaderamente repugnante desde el punto de vista democrático, que se ha saltado todas las leyes”, como afirmaba un mes después, en el mismo medio, Carlos Dávila.

La realidad del asunto es bien fácil de entender. Está en la frase, antes citada, de Pérez Maura. Rubalcaba ha hecho mucho, muchísimo, y muy bueno, por la convivencia en este país. Aguantó sin despeinarse (tampoco tenía gran cosa que despeinar, al menos literalmente) el odio furioso de quienes se exasperaban con su talento, con su habilidad, con su visión a largo plazo de la jugada y, sobre todo, con su negativa a responder a los insultos con insultos, con su incapacidad para el cabreo. Había gente que no estaba dispuesta a consentir que con ETA acabase un 'rojo', como ahora vuelven a llamarles.

Rubalcaba es el hombre que sacó la cara para que se la partieran, y tenía clarísimo que se la iban a partir, cuando Zapatero se descalabró en 2011. Es quien tiró del PSOE en el primer tramo de la travesía del desierto que comenzó aquel mismo año, sabiendo como sabía que no tenía nada en absoluto que ganar. Y luego se fue a dar clase de química en la Complutense.

Ahora, cuando termino estas líneas, Alfredo Pérez Rubalcaba ya tiene, como decía Cervantes, “un pie en el estribo”. Hace mucho tiempo que sabe que las próximas generaciones de españoles le recordarán con gratitud. A las fieras que salen en el libro de Josemari Izquierdo, mucho me temo que no. Y al final, ¿qué es el más allá? Lo que los demás digan de ti cuando te vayas. Nada más. Nada menos.

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