Opinión

Maltrato antes del golpe

Félix Bolaños y Pedro Sánchez
Félix Bolaños y Pedro Sánchez EFE

Cuarenta años separan dos declaraciones del PSOE. Elocuentes ambas en su intento de disfrazar el maltrato contumaz contra los españoles. El disfraz es un signo con significante claro y significado engañoso o absolutamente falso. Decía el nunca suficientemente ponderado Saussure: “en cada instante el lenguaje implica a la vez un sistema establecido y una evolución; en cada momento es una institución actual y un producto del pasado”. La gente percibe un deslizamiento del significado, de modo que, transcurrido un tiempo, lo representado ya no es lo mismo. Es así porque el lenguaje se debe a la experiencia de lo real que atesoran los hablantes.

Alfonso Guerra proclamó para expropiar Rumasa en 1983: “¡Hala! ¡Tó p’al pueblo!”. Hace unos días Pedro Sánchez proclamaba: "Tendremos un nuevo Gobierno progresista". Una parte cuantitativa y cualitativamente muy importante de ese “pueblo” ha entendido lo que el disfraz esconde: un largo periodo de maltrato para acostumbrar a la gente a que acepte el golpe. Ese golpe incluye el derecho exclusivo del que manda para cambiar de opinión, es decir para modificar el disfraz, según convenga al mantenimiento del poder. Por eso la verdad debe ser prohibida como primer fundamento de la arbitrariedad dictatorial. Afortunadamente, el lenguaje se debe a la experiencia real de los hablantes.

La primera vez que me llamó la atención un discurso excluyente por cuestión de sexos con intención de maltrato antiespañol fue cuando el lehendakari Ibarretxe allá por el 2000 separaba “los vascos y las vascas”. Teniendo en cuenta que era uno de los sucesores del racista Sabino Arana, me pareció tan hiriente como coherente: destrozaba el idioma español e implantaba un código totalitario para modificar conductas.

Creen que pueden controlar el uso del habla individual mediante la imposición de códigos de obligado cumplimiento. Así, el aberrante “todos, todas, todes”, por ejemplo

Tanto a la izquierda escocida tras la caída del muro de Berlín como al tecnocapitalismo les encanta la imposición de códigos. Les molesta mucho que la gente, con los poetas políticamente incorrectos de avanzadilla y mediante el libre y espontáneo uso de la misma en el habla cotidiana, vaya creando y actualizando la lengua. Creen que pueden controlar el uso del habla individual mediante la imposición de códigos de obligado cumplimiento. Así, el aberrante “todos, todas, todes”, por ejemplo. Quieren, además, que la gente crea que esos códigos son lenguaje, el lenguaje del progreso. Son solo ritos impuestos contra la naturaleza del lenguaje. Esos ritos sirven para identificar a los adeptos y a los disidentes. Lo explicó bien Klemperer ante los códigos comunicativos del III Reich.

Este tipo de maltrato, por ser sutil, resulta muy peligroso. Modifica los procesamientos cognitivos al implantar fuertes mecanismos de autocensura en la subjetividad de cada cual. Este maltrato comunicativo engrana con el expolio fiscal, con los confinamientos, con el fomento de la inmigración ilegal, con la permisividad frente a la ocupación, con la deshumanización -hoy en fase de ciudadanía digital para pasar pronto a la simple identidad digital con control totalitario-, la desatención deliberada a los enfermos de ELA, la promoción de la eutanasia y el aborto, el alarmismo climático, el otorgamiento de derechos a los animales, la destrucción de la agricultura y la ganadería, la transformación de la enseñanza en adoctrinamiento ideológico, la rebaja de penas a violadores, el reforzamiento de privilegios para algunos, el empobrecimiento de lo que fue clase media, los brutales precios de la energía, entre otros agravios.

Hete aquí que la gente entona en las manifestaciones “que te vote Txapote”. Y lo hace alargando la “e” de “que” y la “o” de “Txapote”. Ahora es un cántico eufónico a pesar de que en origen era un chapoteo de rima consonante a saltos entre tres “te”. La gran diferencia entre esta codificación y las que impone el poder es que, en este caso, se activa espontáneamente para necesidades comunicativas determinadas, como las que se producen en los estadios de fútbol. La frase no ha salido de los gabinetes de comunicación, sino de un espontáneo que se coló ante una cámara de televisión. Y qué dice la frase. Algo muy sencillo: que un criminal vote a un canalla. Y es que el lenguaje se debe a la experiencia de lo real de los hablantes.

Si ha habido maltrato antes del golpe, con el nuevo régimen sanchista vendrán más códigos que justifiquen la arbitrariedad. Félix Bolaños, el profanador de la tumba de Franco, el que se quiso colar en un acto de la Comunidad de Madrid por el 2 de mayo de este año, el que ha asumido las tesis falsas del separatismo catalán en el caso Pegasus, el que era, hasta hace nada, ministro de la memoria totalitaria, decía en un encuentro con editores y académicos estar preocupado por las noticias que puedan “erosionar gobiernos democráticos en Europa”. Amenaza con una solución: la “alfabetización mediática”, otro desvarío semántico al bolivariano modo, aunque su origen es la media literacy surgida en Norteamérica y Reino Unido en los 70.

Por supuesto, no existe ningún alfabeto mediático. Es un disfraz para el control de masas en situaciones de guerra ya sea cultural o con armas, es decir, siempre. A partir del buenismo, los “medio-alfabetizadores” pretenden que la gente acabe aceptando incluso propuestas ideológicas que perjudican a esa misma gente.

Los “medio-alfabetizadores” no muestran ninguna preocupación por lo que sí es grave: la baja comprensión lectora de demasiados jóvenes

Mientras impulsan programas de “medio-alfabetización”, se destruyen los conocimientos de historia, de semiótica, de filosofía, de lógica, incluso de la propia historia de los medios. El resultado es la catástrofe que todos los profesores, de derechas y de izquierdas, padecen a la hora de corregir trabajos y exámenes. Los “medio-alfabetizadores” no muestran ninguna preocupación por lo que sí es grave: la baja comprensión lectora de demasiados jóvenes. Para eso no proponen una urgente, masiva y verdadera alfabetización.

Escasa es la credibilidad que alcanza el tapujo. Ninguna ingenuidad hay en los inventos del gobierno maltratador y de sus lacayos universitarios. Por cierto, que los rectores no han dicho nada en contra del golpe de estado. Para el gobierno la Universidad es un medio de manipulación y adoctrinamiento. Aun así, muchísima gente en la calle demuestra que está harta de ser maltratada y engañada. Y grita. Y crea lenguaje.