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Opinión

La astracanada de Colau

Poco les importa que su inclusión en ese pueblo único basado en un ethos regresivo y xenófobo implique necesariamente la exclusión de millones de catalanes

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. EUROPA PRESS

Días atrás tuvo lugar una escena esperpéntica que es fiel trasunto de la proverbial postración de la izquierda catalana ante el nacionalismo. Fue durante el pregón de la Fiesta Mayor del distrito de Gracia de Barcelona. El pregonero elegido por los Comunes de Ada Colau para dirigirse a los vecinos del distrito era Jordi Cuixart, cuyo único "mérito" conocido es haber participado activamente del intento de privar de sus derechos y libertades a más de la mitad de los catalanes como cabecilla del brazo ejecutor en la calle del golpe de Estado perpetrado por el separatismo en 2017.

Se supone que el pregón de una fiesta mayor de barrio debe servir para animar a todos los vecinos a participar de los festejos sin exclusiones ni banderías, pero está claro que para los Comunes lo único importante es dar solaz a los munícipes separatistas. La elección de Cuixart es toda una declaración de intenciones. El elegido no defraudó a sus turiferarios. Su discurso no fue un pregón festivo, sino una arenga excluyente y pendenciera que el agitador concluyó con la amenaza que todos -salvo, al parecer, Pedro Sánchez- conocemos perfectamente: Ho tornarem a fer! (Lo volveremos a hacer). Ni que decir tiene que los miles de gracienses constitucionalistas (nada menos que el 30% en las últimas elecciones catalanas) se daban ya por excluidos de entrada, como de costumbre en la Cataluña nacionalista, pero la soflama de Cuixart invitaba directamente a abandonar el barrio a todo aquel que no comparta con el pregonero el odio a España, a la democracia liberal y al Estado de Derecho.

Un rapto de virilidad

Tras la alocución del golpista tomó la palabra su arrobada anfitriona, la alcaldesa Colau, que apenas pudo empezar a hablar ante los pitos y abucheos de la concurrencia enardecida por Cuixart. El insulto más escuchado es el de "botiflera" (traidora) y Colau no puede esconder su desconcierto ante la vesania de sus admirados separatistas, por quienes la alcaldesa bebe los vientos. Raudo acude a su rescate Cuixart, que en un rapto anacrónico de virilidad le quita el micro para amansar a la masa y reanudar su perorata. La escena que sigue es tragicómica, patética, grotesca, pero vale la pena comentarla porque retrata en un instante la degradación moral que el nacionalismo ha provocado en Cataluña.

Otra cosa es que luego se presente a las elecciones diciendo que no es separatista e incluso utilizando el castellano para hacer campaña en barrios populares mayoritariamente castellanohablantes

Cuixart recupera el micro no como representante elegido por el pueblo, sino como representante mesiánico del pueblo elegido y pide árnica para Colau, que rompe a llorar ante tamaña demostración de magnanimidad del pregonero. El principal argumento de Cuixart para calmar los ánimos de la muchedumbre constata la gravedad de la situación en Cataluña: "¡Formamos parte del mismo pueblo!", brama Cuixart extático. Colau sí forma parte del pueblo elegido -un ente abstracto que en modo alguno se corresponde con la Cataluña real- porque comparte con Cuixart la gramática del separatismo, sus premisas y prejuicios: la hispanofobia furibunda, el desprecio por la democracia liberal y una concepción cerril de Cataluña que expulsa a más de la mitad de los catalanes. Otra cosa es que luego Colau se presente a las elecciones diciendo que no es separatista e incluso utilizando el castellano para hacer campaña en barrios populares mayoritariamente castellanohablantes, pero en la práctica Colau y los Comunes son -por decirlo en términos leninistas- los perfectos "tontos útiles" del separatismo. De ahí que uno de los principales santones del separatismo le conceda carta de naturaleza. La necesitan para lo que ellos llaman "ensanchar la base".

En una exhibición de matonismo impropia de un Parlamento democrático, Mas exigió a Maragall que retirara la acusación so pena de quedarse sin su apoyo en la calamitosa reforma del Estatut

La astracanada del balcón de Gracia no solo confirma que los nacionalistas se han autoerigido en representantes exclusivos y abusivos de la catalanidad, sino que refleja hasta qué punto la mayor parte de la izquierda catalana ha asumido sin objeción alguna esa condición y sus ominosas consecuencias. De hecho, la escena de Colau con Cuixart viene a completar el cuadro dantesco de otras imágenes parecidas como la de Maragall en 2005, a la sazón presidente de la Generalitat, pidiendo perdón en el Parlamento catalán a Artur Mas por denunciar la trama del tres por ciento de CiU. En una exhibición de matonismo impropia de un Parlamento democrático, Mas exigió a Maragall que retirara la acusación so pena de quedarse sin su apoyo en la calamitosa reforma del Estatut. En lugar de sostener su fundada acusación, Maragall bajó la cabeza y se disculpó mansamente ante Mas. Al día siguiente los medios públicos y subvencionados por la Generalitat seguían hablando como si nada del "oasis catalán" como un remanso de urbanidad y distinción en el putrefacto panorama político español.

Maragall se libró así de la expulsión del pueblo elegido ("un sol poble") insinuada por Mas y respiró aliviado como Colau al oír las palabras de Cuixart. Poco les importa que su inclusión en ese pueblo único basado en un ethos regresivo y xenófobo implique necesariamente la exclusión de millones de catalanes que nos sentimos también españoles y defendemos la unidad del conjunto del pueblo español como nación de ciudadanos libres e iguales. Su actitud vergonzante solo sirve para apuntalar la hegemonía cultural del nacionalismo en Cataluña e impide el desarrollo de una Cataluña cívica, integradora y respetuosa con su propia pluralidad.

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