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Opinión

EL DARDO DE ARRANZ

Irene Montero y la falta de salud mental

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La ministra de Igualdad, Irene Montero. Europa Press

La última mujer de la que se ha compadecido Irene Montero -y el buenismo patrio- se llama Simone Biles, que es una gimnasta que acumula más medallas en campeonatos internacionales de las que lucirá España en el medallero al final de estos Juegos Olímpicos. La deportista estadounidense alegó "ansiedad" para abandonar la competición y eso le sirvió como excusa a la ministra de Igualdad para escribir uno de sus 'entrañables' mensajes en redes sociales: “Para nosotras Simone Biles ya ha ganado. Parar, cuidarse, vivir”.

Quien conoce la ansiedad sabe bien de lo ingeniosa que resulta a la hora de hacer el mal. Porque la muy indeseable es capaz de transformar un examen en una lucha sin cuartel contra los movimientos intestinales. O de convertir la mente en una centrifugadora en momentos de máxima actividad, lo que suele derivar en migrañas o en digestiones tortuosas. Si Biles la sufre -como dice-, seguramente sepa que en cada final debe superar dos pruebas: la deportiva y la mental.

Son tiempos complejos y eso ha provocado que la salud mental de una parte de los ciudadanos se haya resentido. Era de prever, pues cuando el primate permanece mucho tiempo en situación de represión o preocupación, el individuo comienza a manifestar malestar. Algunos se han referido a este asunto como 'la pandemia después de la pandemia'; y, ciertamente, raro es no haber escuchado en el propio entorno testimonios de personas que se confiesan al borde del colapso; con esa sensación agobiante de creerse cerca del propio límite, que no significa estarlo, pero que altera la percepción de la realidad y convierte la rutina en una experiencia mucho más amarga.

Irene Montero y la nueva pandemia

Todo tiene una lógica aplastante. La crisis de 2008 empeoró las expectativas de una buena parte de las clases medias y le alejó de sus objetivos; y la de 2020-2021 ha taponado varias de las vías de escape a las que recurrían para aliviar el malestar. Resulta desalentador pensar en un futuro de certificados covid, alarmismo mediático con cada ola de contagios, flojera económica y medidas de aislamiento social periódicas. ¿Hasta cuándo se impondrán limitaciones y cuarentenas? La política y la prensa transmiten preocupación y eso conduce a muchos a pensar que aún no hay luz al final del túnel.

El problema es que la izquierda ha tratado de acaparar este debate y hacerse dueña de la causa. Entre otras cosas, por la sorprendente pereza con la que el principal grupo de la oposición aborda algunos de los problemas que quitan el sueño a los españoles. Conviene recordar aquel Pleno en el que Íñigo Errejón exponía en la tribuna su posición con respecto a la salud mental cuando un diputado del Partido Popular le espetó: “¡Vete al médico!”. Sin duda, una mente preclara. Un genio.

Es peligroso que partidos como Podemos y Más Madrid patrimonialicen esta causa porque, como siempre, actuarán desde una posición paternalista para quienes padecen algún tipo de problema mental. Y lo harán ante la complacencia del sistema mediático y propagandístico que les rodea, que asigna adjetivos como el de 'debilidad' o 'precariedad' a quienes lo pasan mal. Todo, evidentemente, para tratar de sacar rédito de sus historias personales.

Pero las dificultades para deglutir emociones no convierten a nadie en débil. La ira interior puede derivar en depresión; y el miedo puede engordar la ansiedad hasta la morbidez. Eso no sitúa a quienes lo padece en una posición de 'vulnerabilidad', sino simplemente en la de pacientes que, en todo caso, deberían recibir una atención médica adecuada. Pero la izquierda no se limita a trabajar para mejorar esto último, sino que va más allá: victimiza y crea causas colectivas a partir de problemas personales.

Explora y explota las debilidades de los ciudadanos para reinvindicarse, como los malos padres que sobreprotegen a sus hijos por miedo a que se marchen de 'su nido'. Por eso, el tuit de Irene Montero habla de 'nosotras'. ¿Qué 'nosotras'? ¿Qué tiene que ver su opinión con la del resto de las mujeres? ¿Y con el problema de una gimnasta? ¿Por qué han de ser las circunstancias de alguien parte de una causa colectiva?

Todo forma parte de un paternalismo atroz, del llevar al Estado mucho más allá de donde le corresponde. De asignarle una especie de faceta espiritual, algo que limita la capacidad de los individuos incluso para reconocer que la causa de su problema es diferente a la que le dicen, por ejemplo, desde el Ministerio de Igualdad. A partir de ahora, quizás usted no pueda reconocer en público que tiene ansiedad sin matizar: todo esto es por el voraz neoliberalismo o el heteropatriarcado.

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