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Opinión

De la Gran Utopía a Madrid Central

Manuela Carmena e Íñigo Errejón.

Si la izquierda de mediados del siglo XX viera cómo la actual ha hecho suyas las bioideologías, que sustituyen el mecanicismo propio del socialismo por el biologicismo del colectivismo nacionalista alemán, no entendería nada de cuanto está sucediendo. Claro que para ello tendría que conocer la implosión en forma de derribo (que no caída) del Muro de Berlín, que sacudió a las izquierdas en 1989, esos años en que Fukuyama proclamaba erradamente el fin de la Historia.

Desnortada la socialdemocracia, que actualmente está muriendo de éxito de la mano del Estado Moral, pero que ha llegado a conformar el gran consenso político europeo, la izquierda decidió cambiar la promesa global del paraíso terrenal, que Mises calificara de “neurosis y complejo de Fourier”, por pequeñas promesas ligadas a las bioideologías. Promesas que aseguran la felicidad a pequeños “grupos mascota”, a los que se pretende otorgar legitimidad, con el fin de acabar con las instituciones propias de sociedades abiertas.

Conviene destacar también la importancia que para el auge de estas microutopías en Europa tuvo ese gran engaño conocido como Mayo del 68; un movimiento de intelectuales que provocó un verdadero cambio cultural en la Europa libre, llevando a ésta, que diría García Trevijano, a su sovietización. Algo contra lo que advirtió en su momento Raymond Aaron y más recientemente señala Gabriel Albiac en su libro “Mayo del 68. Fin de fiesta”.

Una vez que todo se ha convertido en una lucha por el poder, que todo está politizado, lo que en el fondo ocurre es que desaparece la Política. Y de paso, el Derecho

Por otra parte, las bioideologías se han trastocado en verdaderas Ersatzreligionen (religiones sustitutivas). Así, el ecologismo, la ideología de género, la salud, han sido  convertidas en religiones paganas o gnósticas en un momento de grave crisis occidental que, en el fondo, es una crisis religiosa, cuya culpa recae, en buena medida, sobre la propia Iglesia católica.

Al frente de las microutopías se encuentran los pequeños y locales líderes sociales de movimientos feministas radicales, ecologistas, animalistas, antidesahucios, antiglobalización, de la salud, de las terapias alternativas, del indigenismo (que se coló en el muy comunista manifiesto del pasado 8 de marzo)...Todo un conglomerado llamado a subvertir, con violencia de baja intensidad mezclado con toneladas de victimismo, la democracia liberal. 

«Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo», escribió el periodista de izquierda Eduardo Galeano. Es a lo que Iñigo Errejón denominaba en la sesión parlamentaria de la Asamblea de Madrid del pasado 10 de julio, “reconstrucción de la comunidad”. En el fondo, reivindica el populismo hispanoamericano de Kitschelt y Laclau. Sí, el de “Chávez vive, la lucha sigue”.

Lo que hizo la izquierda de los noventa, una vez recuperada del susto que significó contemplar el fracaso de su ideología, fue politizarlo todo. Mucho más a partir del Foro de Sao Paulo del año 1990, liderado entonces públicamente por un joven Lula da Silva, a la sombra de Fidel Castro. Una vez que todo es una lucha por el poder, que todo está politizado, en el fondo, desaparece la Política. Y de paso, el Derecho, consustancial a la Libertad.  Así, se pueden sustituir, en nombre de la democracia, las instituciones de las sociedades abiertas por los foros (o círculos) alternativos creados por los antaño (y hoy) comunistas. 

El enemigo a batir, bajo diferentes denominaciones -globalización, capitalismo, neoliberalismo...- es la democracia liberal, que debe ser sustituida por lo que llaman democracia social

Es algo que lleva a cabo, sin prisa pero sin pausa, Ada Colau en Barcelona o que fue la línea fundamental que siguió Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid. Lo hizo con la creación de foros locales que pretendían suplantar la legitimidad de las Juntas Municipales de Distrito. El PSM-PSOE, por supuesto, tragó. ¿Qué no traga hoy el PSOE, después de lustros de entrismo podemita, o sea, de sanchismo?

Pero es algo que también guarda estrecha relación con proyectos como Madrid Central o los carriles- bici. Se trata, bajo bellas excusas y promesas, de cambiar los hábitos, las costumbres de los madrileños, para cambiar incluso a los residentes de tal o cual barrio. Cambiar la geografía urbana. Y con ella los votantes. Ingeniería social pura y dura.

Un plan a largo plazo, como todos los de la izquierda. La introducción de palabras como la gentifricación no es casual. La izquierda gramsciana sabe bien, como la psicología, que las palabras crean “realidades”. El enemigo a batir, bajo diferentes denominaciones (globalización, capitalismo, neoliberalismo...) es la democracia liberal. Debe ser sustituida por lo que llaman democracia social, que devolverá el poder al pueblo (usurpado por “la casta”). Para ello, por supuesto, es necesario crear una “memoria colectiva” diferente. ¿Recuerdan el cambio del callejero de la capital? Se trata de hacérselo interiorizar a todos los partidos, de forma que ninguno se atreva a enfrentarse a algo que parece obvio. ¿Quién se puede oponer a combatir la dictadura franquista, impidiendo cambiar nombres de calles? ¿Cómo no se va a luchar contra la contaminación cerrando Madrid al tráfico? ¿Cómo no les van a decir los políticos a los ciudadanos qué es lo mejor para ellos?

La penúltima ocurrencia ha sido la de la ministra Montero, diciendo que es un “mantra que el dinero esté mejor en el bolsillo del contribuyente”. Y no se ha liado la de San Quintín. Es normal. Los populismos tan de moda -de izquierdas y derechas- solo pueden fructificar en sociedades previamente infantilizadas e irresponsables. Sociedades consecuencia de décadas de consenso socialdemócrata.

 

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