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Opinión

Los enemigos del pueblo

Rajoy, en su discurso de despedida como presidente del PP

La política es una continua emisión de ruido que tiene como fin ocultar la verdad. Cuando escuchamos a nuestros alcaldes, ministros, diputados o consejeros autonómicos, nos transmiten la sensación de que se ocupan afanosamente de nuestros problemas, de que se desviven por proporcionarnos atención médica, educación, subsidios de desempleo, pensiones, vacaciones pagadas, agua potable, aire limpio, seguridad y cultura. Tampoco descuidan obsequiarnos con regalos más abstractos como identidad, dignidad, igualdad o justicia, palabras que salen de sus bocas como un inagotable torrente de promesas que harán mejores nuestras vidas, nos protegerán de toda clase de males y nos asegurarán la felicidad.

Y es cierto que disfrutamos de muchas de estas ventajas, ofrecidas por un Estado pródigo y gigantesco que nuestros representantes públicos, a los que votamos tras ponderar sus programas, expuestos en largas y costosas campañas electorales, gestionan y manejan en nuestro nombre. No es fácil orientarse entre tanta polémica estruendosa, debate a cara de perro, manipulación de los hechos, invención de la realidad y acusaciones mutuas con o sin fundamento. La mayoría de la gente, equipada con conocimientos y herramientas de análisis escasos e insuficientes, se encuentra indefensa frente a la manipulación, la propaganda insidiosa o la apelación a sus instintos, necesidades y rencores más primarios. Con demasiada frecuencia, los mensajes, las propuestas y las denuncias de los políticos entrañan un considerable desprecio a la inteligencia de los ciudadanos, a los que tratan, por desgracia no sin éxito, como seres inmaduros fáciles de convencer y susceptibles de aceptar como buena cualquier mercancía sentimental averiada. El espectáculo inaudito de un Congreso extraordinario del PP rendido ante el discurso de despedida de un presidente que tanto daño ha hecho a su partido y a su país por su pusilanimidad, su abulia y su absoluta carencia de principios, es una muestra palpable de este fenómeno, la capacidad de la política democrática de cegar a los seres humanos y transformarlos en dóciles repetidores de consignas y en prisioneros de fidelidades absurdas a quién no lo merece. Escuchar a destacados dirigentes populares loar hasta el ditirambo a un jefe de filas que, tras catorce años al frente de su organización y siete en el Gobierno, deja tras de sí una nación desgarrada, endeudada hasta las cejas y en manos de un irresponsable de cabeza hueca, produce una mezcla de asombro y desaliento difícil de soportar.

Ha sido desalentador escuchar a dirigentes populares loar hasta el ditirambo a un jefe de filas que deja tras de sí una nación desgarrada y en manos de un irresponsable de cabeza hueca"

Por tanto, es imprescindible disponer de un método interpretativo simple, de una regla de oro elemental, de un criterio de aplicación inmediata, que, más allá de la inacabable ceremonia de la confusión en la que nos mantienen los medios de comunicación y las redes sociales, nos permita, con independencia de nuestro nivel de formación, nuestra experiencia o nuestro discernimiento, distinguir el grano de la paja y saber qué político merece nuestra confianza y cual nos engaña sin remisión. Después de un cuarto de siglo de actividad pública en el Parlamento de Cataluña, en las Cortes y en el Parlamento Europeo, y de haber sido testigo de no pocos acontecimientos trascendentales de nuestra historia reciente con acceso directo a sus entresijos y a sus protagonistas, me atrevo a formular una recomendación muy sencilla que puede servir de guía eficaz para apoyar o rechazar a este o aquel candidato o para ponderar la calidad y la viabilidad de este o aquel proyecto colectivo.

Mi recomendación es la siguiente: si un político presenta una línea conceptual y de medidas concretas que ponga el acento en la creación de riqueza, en la responsabilidad individual, en el esfuerzo, el mérito, la iniciativa personal, la honradez, el imperio de la ley y la confianza en los mecanismos espontáneos de solidaridad, si favorece el libre desarrollo de la trayectoria vital de sus administrados, debe ser respaldado y votado. Si, por el contrario, sus prioridades son la redistribución, la regulación, el control de las vidas y las decisiones de los ciudadanos y está más atento a fomentar la dependencia de los recursos del Estado que a procurar que cada español esté en condiciones de llevar adelante sus ambiciones y sus propósitos de manera autónoma, ha de ser combatido y apartado del poder.

Como se puede comprobar a partir de la evidencia empírica acumulada tanto en España como en el mundo desde que existe registro histórico de la evolución de las sociedades humanas, este enfoque tan diáfano como inequívoco separa perfectamente a los amigos del pueblo de sus enemigos. Los motivos por los cuales esta sabiduría sobradamente verificable no es precisamente la predominante y debido a su ignorancia prosperan amenazas a nuestra paz, nuestro bienestar y nuestra prosperidad como Pablo Iglesias, Carles Puigdemont y Pedro Sánchez, sería el objeto de otra conversación.

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