Opinión

Empoderadas pero poco

Cuando no te responsabilizas de tus actos, siempre andas a la caza de culpables

  • Elisa Mouliáa, ante el juez

La instrucción en el juzgado del vodevil protagonizado por Íñigo Errejón y la guapa y pésima actriz Elisa Mouliáa se ha viralizado estos días; en gran parte, por la actitud tan soez del juez hacia ella. Quizá le influyó que la starlette hubiera tardado tres años en denunciar y que su versión de los hechos fuera, siendo benevolentes, sumamente imaginativa. Entiendo que —tal y como ha explicado el abogado de Elisa en las distintas tertulias progres—,  antes de enviar a alguien a la cárcel, su señoría tenga que asegurarse de que no se trata de una denuncia falsa y, por tanto, deba ser duro e implacable. Quizá en un país en el que a los hombres se les quitó la presunción de inocencia de un plumazo como si ya no fueran necesarios, ser groseramente brusco en el interrogatorio sirva para descolocar a la denunciante y averiguar si miente o dice la verdad, no lo sé. Sólo sé que el juez le ha dado tanta munición a la plañidera industria feminista que esta ha conseguido que el CGPJ le abra un expediente. En cualquier caso, la imagen especular de este asunto es la de una cultura sin valores llamada a desaparecer, bien a manos de la ultraderecha o a manos del islam, elijan ustedes; pero una sociedad en la que los adultos actúan como adolescentes no tiene ningún futuro. Y, para muestra, este vergonzante affaire.

Él, infiel, cínico e hipócrita, llegó a la política con aquella rabiosa izquierda pija que utilizó el descontento del 15M para saltar de la teoría —y la precariedad— de la facultad de Políticas a la vidorra del Congreso: más de 100.000€ al año nos costaba el gachó. Ahora es un ángel caído, pero no olvidemos que hasta hace poco era un ministrable ni, tampoco, el ardor antifascista con el que defendía los delirios feminazis por los que podría acabar dando con sus huesitos de niño en la cárcel. Y le estaría bien empleado por imponernos su demente ideología, que ahora no le gusta tanto.

Sin embargo, en lugar de poner el cuerpo por nuestro derecho a tener hijos, nos vende el derecho a abortar como si sólo fuera un anticonceptivo más. Y, mientras, alienta la inmigración musulmana y enmudece ante su misoginia

Ella, otra que tal baila, no sólo quiere llegar sola y borracha a casa, sino que —según su Linkedin— también está muy empoderada: “empresaria, actriz, presentadora, naturópata, creativa & copy”.  Lástima que todo ese poderío quedara anulado por el núcleo irradiador de Errejón, que la convirtió en un ser sin voluntad y sin defensas. Por eso, la noche de autos no reaccionó en ningún momento. No lo mandó a freír monas a la primera tontería en el taxi, no le pidió que se largara de allí después de que la atacara en el ascensor, no pidió ayuda a sus amigos cuando él empezó a violentarla en la fiesta —a la que ella le había llevado— ni, después de las presuntas agresiones sexuales, se marchó a cuidar de su bebé enferma. La pobrecilla estaba tan desarmada que se fue con él a su casa, donde, al fin, consiguió decirle: “Íñigo, sólo sí es sí”. Como dirían en First Dates, empoderada pero poco

Mientras veo las declaraciones de estos dos idiotas, pienso en todo lo que se habría podido hacer por las mujeres desde el Ministerio de Igualdad. Empezando por entender que, salvo excepciones muy respetables, la mayoría de nosotras quiere tener hijos y formar una familia, no ser astronautas o locas de los gatos. Irene Montero es el ejemplo más palmario: antes de que el Lenincito vallekano pudiera darse cuenta, le había montado una familia burguesa con chalet en las afueras. Sin embargo, en lugar de poner el cuerpo por nuestro derecho a tener hijos, nos vende el derecho a abortar como si sólo fuera un anticonceptivo más. Y, mientras, alienta la inmigración musulmana y enmudece ante su misoginia; no le escucharemos ni una palabra contra ella.

Un feminismo que realmente se preocupara por las mujeres entendería que hombres y mujeres somos complementarios, y lucharía para que tener una familia no se convierta en una carrera de obstáculos

Un feminismo que realmente se preocupara por las mujeres defendería la importancia de los vínculos maternofiliales, y nos ayudaría a entender que el futuro de nuestros hijos dependerá del tiempo que los padres hayamos dedicado a estar con ellos y de la educación —ese entrenamiento para la vida— que les hayamos dado en casa. Un feminismo que realmente se preocupara por las mujeres entendería que hombres y mujeres somos complementarios, y lucharía para que tener una familia no se convierta en una carrera de obstáculos. Un feminismo que realmente se preocupara por las mujeres pondría a sus hijos en el centro.

En cambio, el feminismo que nos trajo Irene Montero nos ha impuesto un relato, una ficción que entroniza a ese fenotipo de descerebradas que empalman una relación con otra porque no saben estar solas. Mujeres dependientes que meten en casa, con sus hijos de distintos padres, a todos sus futuros fracasos sentimentales; madres de familias disfuncionales que suelen acabar necesitando la intervención del Estado. El feminismo que nos trajo Irene Montero —y que ahora continúa la ministra de las plumas en las orejas— no nos enseña a respetar a nuestros hijos y a nosotras mismas; no nos ayuda a fortalecer nuestra familia. Y, al contrario de lo que dice, no nos quiere empoderadas, sino incapaces de responsabilizarnos de nuestros propios actos. Pero cuando no te responsabilizas de tus actos, siempre andas a la caza de culpables. Y conviertes la vida en un lugar irrespirable.

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