Opinión

El 1-O de la vergüenza

Es la fecha que marca un doble fracaso: el de la Generalitat y el de la Moncloa

Cargas policiales del 1-O en Barcelona
Cargas policiales del 1-O en Barcelona

Sólo en la mente de los catalanes, de los que viven en Cataluña, está marcado el 1-O de hace cinco años. Nos lo recuerdan los medios de comunicación, pero es una fecha que, no por simbólica, deberíamos de dejar de tenerla todos en cuenta, porque es la fecha que marca un doble fracaso: el de la Generalitat y el de la Moncloa. Decisiones erráticas en ambos casos. Por una parte, la de engañar a la gente con la teoría de que aquellas urnas serían la vía de acceso a la independencia. Por otra, la orden que se dio a la Policía Nacional para actuar contra los que votaran. Imágenes de la vergüenza, las hay. Para unos y para otros, pero duele ver a un cuerpo de seguridad actuando contra gente pacífica que se creyó la palabrería de los políticos a los que habían votado. El gobierno central no supo ver eso que va más allá de lo racional y es el sentimiento de ser independiente.

La violencia policial debe ejercerse ante situaciones de peligro. Aquel 1 de octubre no lo era. Aunque las urnas fueran ilegales, la culpa de lo ocurrido fue de los políticos independentistas que las colocaron, los municipios que las secundaron. Las reglas de juego, gusten o no, son las que son. La exdiputada de la CUP, Anna Gabriel, huida en Suiza durante cuatro años y que ha comparecido esta semana ante la justicia, apuntaba que ni la mesa de diálogo ni lo que se hizo cuando se proclamó la DUI en el Parlament en 2017 iban a conseguir la fractura con España.

Pese a no confiar en ninguna de las opciones posibles, una de ellas ya ha demostrado que solo conduce a la cárcel. La segunda, la del diálogo, quizás es la que no está bien explorada, la de ganar lo que quieres a través de las urnas y de una mayoría parlamentaria, no desde la imposición sin tener en cuenta a la mitad de Cataluña que rechaza toda propuesta independentista.

Inmersión lingüística

Somos mitad y mitad, no varían las encuestas, no varían los votos. En lo único en lo que últimamente se han puesto de acuerdo los representantes de la Cámara catalana, con un 80 por ciento de respaldo, es en la escolarización en catalán, siguiendo la inmersión lingüística, sin aplicar la sentencia que marca el 25% en castellano. Como catalana que estudió la mitad de EGB con lengua principal en castellano y después inmersión en catalán, más luego -gracias a un gran esfuerzo familiar, además de mis trabajos como camarera- estudiar durante un año en EEUU, les puedo asegurar que tengo un correcto catalán, castellano e inglés, entiendo por igual los tres idiomas, soy totalmente bilingüe y mi inglés me ha abierto alguna que otra puerta. Mis hijos también dominan los tres idiomas. La lengua no es el problema, lo es el no tener dinero para que tus hijos aprendan diferentes idiomas, eso sí es un problema que no afecta las élites de esta comunidad.

La independencia, con este gobierno dirigido por ERC ,parece que tampoco es un problema, de momento, por eso los ex convergentes tienen puesto el grito en el cielo. Las performances de Junts de esta semana, en pleno debate de política general, de pretender reventar el gobierno del que forman parte, sobran. Deberían rodearse de un buen líder de comunicación y también de gestión política para que Junts vuelva a representar lo que en su día consiguió Jordi Pujol, sumar más que restar.

Vayan a comedores sociales, a bancos de alimentos, a Cáritas, Cruz Roja o paseen por barrios de gente necesitada y verán que la realidad política está realmente fuera de los parlamentos

El acoso y derribo no es la vía adecuada para conseguirlo. Hay personas válidas dentro de Junts para retomar un camino diferente a la de rechazar cuanto se ponga por delante que no conduzca a la independencia. Cuando el bolsillo flaquea, la ideología no sirve de nada. Menos teatrillo sin sentido y más trabajar por lo que de verdad importa a los ciudadanos: conservar el estado del bienestar, mejorar nuestro sistema sanitario y educativo, y hacer que la guerra desatada por Rusia no incremente el grado de depresión de la sociedad.

Sólo hay que mirar los índices del consumo de ansiolíticos para darse cuenta de lo complicada que está la vida para miles y miles de personas. Pongan los pies en el suelo -nuestros políticos que no lo hacen- acérquense a los hospitales, entren a quirófanos, vayan a comedores sociales, a bancos de alimentos, a Cáritas, Cruz Roja o paseen por barrios de gente necesitada y verán que la realidad política está realmente fuera de los parlamentos y de sus despachos. Los sueldos suben para los funcionarios mientras crece el sector de los que viven en la más dolorosa de las miserias.