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Opinión

China y el Covid interminable

El Gobierno de Xi Jinping ha invertido buena parte de su capital político en el modo presuntamente exitoso con el que ha enfrentado la pandemia

El presidente de China, Xi Jinping.
El presidente de China, Xi Jinping EFE

Hace tres años se detectó por primera vez el SARS-CoV 2 en la ciudad de Wuhan. En Occidente tardamos algo más en saber de su existencia. Hasta finales de enero de 2020 las autoridades chinas no avisaron de que tenían problemas con un coronavirus que provocaba una enfermedad respiratoria similar a la gripe, pero para entonces ya era tarde, el virus cabalgaba por todo el mundo. En febrero, los contagios se dispararon y en marzo el mundo entero se confinó tal y como habían hecho algunas ciudades chinas. En el resto del mundo la pandemia atravesó varias olas y, tras los confinamientos estrictos de los dos primeros meses, la cosa fue yendo a menos. No ha sido así en China. Allí todo permanece como el primer día. Los confinamientos son la norma, lo mismo sucede con las pruebas PCR para casi cualquier corsa, las mascarillas y el distanciamiento social. Para salir o entrar en el país hay que atravesar un infierno burocrático y la economía lo está notando.

No es extraño que, sometiendo a la población a semejante estrés, algunos acaben hartos, incluso en un país como China en el que el contacto informativo con el exterior es mínimo, no hay libertad de expresión, ni de asociación, ni de prensa y el Gobierno dispone de herramientas muy persuasivas para que la gente obedezca. China es un país lleno de cámaras de videovigilancia conectadas entre sí y a un ordenador central que vigilan día y noche la actividad de millones de habitantes. Pero, a pesar de todo, estos días hay gente en la calle protestando. No mucha, cierto es, pero, aunque sólo hayan sido unos pocos miles en un país de 1400 millones de habitantes, ya es de por sí algo significativo.

China es un oasis de paz social, el sueño de cualquier político en el poder. Nadie se queja de nada, al menos en público, nadie puede publicar en prensa, ni decir por la televisión o la radio nada que moleste al Gobierno. Internet está sometido a vigilancia. Los chinos no tienen acceso a las redes sociales occidentales ni a servicios de vídeo como YouTube o Twitch. Existen redes sociales claro está, pero son chinas, también hay servicios de vídeo online como Youku, en los que la vigilancia del contenido político es extrema. No existe, por descontado, nada parecido a la privacidad de las comunicaciones. Eso es un pecado burgués propio de las decadentes democracias liberales. El Estado puede fisgar, y de hecho fisga, en lo que los chinos se dicen entre ellos a través de las aplicaciones de mensajería como WeChat ya que Whatsapp o Telegram están bloqueadas en el interior del país.

Uno de los mantras propagandísticos del régimen chino estos tres últimos años ha sido el de que han vencido la pandemia y el mundo les debe mucho

Por eso las manifestaciones de estos días tienen tanto mérito. Lo más seguro es que el Gobierno las reprima como ha hecho siempre que alguien les chista ya sea en la calle o en un simple blog de un disidente. Pero eso no resolverá el problema de fondo, y es que la pandemia se les ha ido de las manos por completo. El Gobierno chino ha excavado un agujero muy profundo y se ha metido de cabeza en él por voluntad propia. Todo, mientras aseguran haber hecho lo contrario. Uno de los mantras propagandísticos del régimen chino estos tres últimos años ha sido el de que han vencido al virus y el mundo les debe mucho porque gracias a nosotros se han salvado miles de vidas en todo el planeta.

Fue en China donde surgió la idea de Covid cero, una estrategia que quizá pudo tener algún sentido durante los primeros días cuando lo desconocíamos todo sobre el virus y la enfermedad que provoca, pero que pronto se demostró una quimera a la vista de cómo se comportaba el virus en cuestión. El SARS-CoV 2 se transmite por el aire y, conforme ha ido evolucionando en sus distintas variantes, se ha hecho mucho más contagioso. Es simplemente imposible evitar que se propague a no ser que vivamos embutidos las 24 horas en trajes NBQ y convirtamos nuestras ciudades en laboratorios de alta seguridad.

Durante la primera ola, la de la primavera de 2020, se produjo un colapso sanitario en muchos países. Los hospitales no daban abasto y en muchos lugares los médicos tuvieron que practicar triaje. Aquello llevó de cabeza a los confinamientos domiciliarios con objeto de ralentizar los contagios y salvar así al sistema sanitario. Una vez conseguido eso en Occidente no se volvió a confinar a la población. Vinieron más olas y hubo restricciones, pero no se regresó a los meses de marzo-abril de 2020 porque los confinamientos eran medidas extremas para un momento de urgencia. En China, entretanto, se mantuvieron en sus trece aportando números contantes y sonantes de su éxito. Mientras en América o Europa los fallecimientos se contaban por millones, China sacaba pecho poniendo menos de 5.000 muertos. Todo, decían, gracias a su inteligente política de covid cero que muchos en occidente defendían y suplicaban que se aplicase aquí también.

En China no se administraron las vacunas occidentales, sino una serie de vacunas desarrolladas allí y cuya eficacia es algo menor. Pero el Gobierno no quería reconocer que Occidente en este aspecto lo había hecho mejor

El año pasado llegaron las vacunas. Tanto en China como en el resto del mundo se procedió a vacunar a la población. En China de forma masiva. Es uno de los países con más dosis administradas del mundo. El 91% ha recibido una dosis y el 89% las dos. En España el 87% una dosis y el 85% las dos. En EEUU el 81% una dosis y el 69% las dos. En China no se administraron las vacunas occidentales, sino una serie de vacunas desarrolladas allí y cuya eficacia es algo menor. Pero el Gobierno no quería reconocer que Occidente en este aspecto lo había hecho mejor y más rápido. Pero las vacunas, ni las chinas ni las occidentales, impiden la transmisión. Fueron útiles para reducir la morbilidad y la mortalidad del Covid, pero no sustituyen a la inmunidad natural que otorga haber pasado la enfermedad.

Debido a las restricciones y confinamientos en China no son muchos los que han tenido la oportunidad de contraer esa inmunidad y eso es lo que puede complicarles las cosas. Veamos si no lo que pasó en Hong Kong este mismo año. Cuando la variante ómicron llegó hace unos meses hizo estragos, la mortalidad se disparó poniendo el sistema sanitario al límite. Si eso sucediese, en la China continental no podrían siquiera confiar en el sistema sanitario porque está en mucho peor estado que el de Hong Kong. Hay menos hospitales y muchas menos camas dedicadas a cuidados intensivos, que es donde terminan los enfermos de Covid más graves.

La propaganda oficial les dice que su caso es un éxito, pero al mismo tiempo ven que no pueden salir de casa o que están obligándoles a hacer pruebas PCR continuamente

Resumiendo, no les queda otra que sostenerla ya que levantar todas las restricciones ocasionaría que los contagios, hospitalizaciones y fallecimientos se disparasen. Eso y el hecho mismo de cambiar de opinión. El Gobierno de Xi Jinping ha invertido buena parte de su capital político en el modo presuntamente exitoso con el que ha enfrentado la pandemia. Si se echa para atrás quedará en evidencia tanto dentro como fuera de China. La otra opción también es mala. Por un lado, tenemos el descontento popular que, por muy minoritarias que sean las manifestaciones que hemos visto estos días, debe de estar mucho más extendido. Eso mina la credibilidad del partido. La propaganda oficial les dice que su caso es un éxito, pero al mismo tiempo ven que no pueden salir de casa o que están obligándoles a hacer pruebas PCR continuamente. Esa brecha entre lo que dice el noticiero y lo que experimentan en sus vidas cotidianas puede soslayarse en público, pero no en privado.

Que la población esté más o menos a disgusto es algo que al Gobierno chino no le quita el sueño siempre y cuando no se exteriorice el malestar, lo que si le afecta directamente es el pésimo rumbo que ha tomado la economía. Ahí no hay discurso triunfalista posible. La moderna República Popular China se fundamenta sobre el consenso de que la dictadura del partido comunista es imprescindible para alcanzar y mantener la prosperidad económica, pero ¿qué pasa si esa prosperidad se evapora?

El banco central ha llegado incluso a rebajar el coeficiente de caja de los bancos para que abran el crédito, pero ni con esas ya que la capacidad de endeudamiento de los chinos está cerca de su límite

A corto plazo, la demanda internacional está enfriándose conforme los consumidores occidentales recortan los gastos en previsión de una recesión inminente. Junto a eso, el sector inmobiliario, que ha sido el sostén del crecimiento chino durante la última década, no levanta cabeza a pesar de que han recortado los tipos de interés para las hipotecas. El banco central ha llegado incluso a rebajar el coeficiente de caja de los bancos para que abran el crédito, pero ni con esas ya que la capacidad de endeudamiento de los chinos está cerca de su límite. Más a largo plazo, China tiene por delante otros retos como el envejecimiento acelerado de la población, una deuda muy alta y la presión de EEUU, que está tratando de restringir el acceso de sus empresas las patentes de semiconductores. Haría bien Xi Jinping en poner todo en la balanza y si tiene que llevarse la contraria a sí mismo quizá hasta le merezca la pena.

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