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Opinión

¿Quién bloquea las instituciones?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en una sesión de control.

El periodista Gaziel escribía en 1929 que los sinsabores, inquietudes y desdichas de un gobierno representativo no deben achacarse al parlamentarismo, sino a su perversión. El origen de los males, escribía aquel catalán en el estertor de la Dictadura de Primo de Rivera, estaba en el egoísmo y la incompetencia de los políticos.

De lo primero estamos bien nutridos. Pedro Sánchez creyó que podía tomar el Gobierno de España como una inmejorable pasarela propagandística donde construir un proyecto personal. Se desdijo de la palabra dada de convocar elecciones inmediatas. Permitió que los enemigos del orden constitucional, esos mismos que habían dado un golpe de Estado o que habían justificado su espíritu, fueran su sustento parlamentario ante los atónitos ojos de la Unión Europea.

Desde entonces, esa dependencia parlamentaria y la falta de proyecto gubernamental provocan la cesión constante a la política de confiscación fiscal y ruina económica que exige Podemos. Al tiempo, han obligado a dar un giro a la otrora responsabilidad de Estado de Pedro Sánchez, allá por octubre de 2017, cuando se aprobó el 155. Ahora ha inaugurado una política de apaciguamiento con los independentistas, a lo Chamberlain, abriendo canales informales con Puigdemont y formales con Torra, y hablando de indulto a los golpistas antes de que haya una condena.

La estrategia de Sánchez no deja de ser una desautorización del 155 y de la actuación de las Fuerzas de Seguridad del Estado en Cataluña

Ese egoísmo ha hecho que Pedro Sánchez olvide su propuesta de mayo de 2018, cuando dijo que había que reformar el Código Penal para actualizar -léase “endurecer”- el delito de rebelión. El regente del PSOE decía entonces que había que equipar el golpe civil con la rebelión militar, y, por supuesto, pactar ese cambio con el PP. Luego vio la oportunidad de encaramarse a La Moncloa, y defendió que la “vía judicial” era antagónica de la “vía política”, como si la primera pudiera suspenderse a capricho, tal como se hace en una dictadura.

El daño que ha hecho a las bases de convivencia esa argumentación y la consiguiente acción de gobierno no se puede calibrar todavía. No deja de ser una desautorización absoluta de la aprobación y aplicación del artículo 155, de la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado el 1-O, del discurso antológico del Rey, y de la reacción de la gente en toda España, incluida especialmente la de Cataluña, contra el golpismo de los supremacistas.

Esa política egoísta, que tantas veces en la Historia ha arruinado gobiernos, regímenes y países, es la que se ha seguido también con la Ley de Estabilidad Presupuestaria. PSOE y Podemos, es decir, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, decidieron seguir la tradición socialdemócrata de gastar más para crear clientela. Sin embargo, y aquí vuelvo sobre el desprecio intrínseco a las reglas de juego de la democracia, encontraron que el Senado se negaba a aumentar la deuda pública y recortar los recursos particulares vía impositiva.

Era Maduro en La Moncloa, como se ha visto aquí con acierto, que consiste en forzar, anular o eliminar las instituciones cuando chocan con el plan gubernativo. No prosperó en el Congreso la reforma urgente de la Ley de Estabilidad para saltarse el Senado, por lo que los socialistas y sus aliados tenían que someterse al procedimiento ordinario, lento pero democrático. Disgustó a los egoístas, que urdieron un fraude con la Ley de Violencia de Género, que fracasó.

Los problemas que generan el egoísmo y la incompetencia son graves y no se resuelven con tres fotos ‘cool’ y una exhumación que no interesa a casi nadie

Mostrado el egoísmo, aparece la incompetencia de la que hablaba Gaziel. No tardaron los Echeniques y las Lastras en desautorizar y restar legitimidad a la Cámara Alta y a la Mesa del Congreso, justo donde este frentepopulismo no tiene mayoría. Amenazaron con reprobar a Ana Pastor, presidenta de la Cámara Baja, pero ya les advirtieron que en una democracia parlamentaria el Ejecutivo no controla al Legislativo, ni, en consecuencia, está prevista tal figura en la Reglamento del Congreso.

Entonces empezaron a decir, con ese discurso autoritario propio de la Europa de entreguerras, que el funcionamiento de la Mesa era “ilegal” y “arbitrario”, y que contradecía el deseo de la mayoría social. Sin embargo, ese supuesto deseo mayoritario no se contrasta con el mecanismo natural y lógico que se utiliza en los países respetables: los votos.

Aun así, esos frentepopulistas insisten en que “las derechas”, en referencia a PP y Cs, bloquean el sistema. No obstante, quien está bloqueando el funcionamiento de las instituciones es el gobierno de Pedro Sánchez, generando una parálisis en el problema golpista, el migratorio y el presupuestario.

Los problemas que está generando el egoísmo y la incompetencia son graves. No se resuelven con tres fotos cool y una exhumación que no interesa a nadie aunque rediseñen el Valle de los Caídos como si fuera el Guggenheim. Urge desbloquear el sistema, y ni siquiera los resultados proporcionados por el CIS del chef Tezanos pueden compensar esa necesidad. La ingobernabilidad y la inestabilidad, sobre todo si están salpicadas de dimisiones y ceses de ministros, solo tienen una solución en democracia: las elecciones.

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