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Opinión

Baile de traidores en la cara del Rey

Conjura de traiciones y puñales en el corazón de la vieja Castilla. Patada al tablero, cambio de guion y adelanto electoral. Mañueco arriesga y Casado se la juega

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al rey Felipe VI. Europa Press

En el desolado andén de la estación de Zamora se echó de menos a Bellido Dolfos, el héroe local al que algunos tildan de villano. Allí estaba el Rey, pasmado, junto a Pedro Sánchez, una vicepresidenta que demolió a Valle, la ministra del ramo que nadie conoce amén de la inevitable fauna oficial. Se inauguraba, con diez años de retraso, el tramo del AVE-lenteja que une Zamora con Orense. Infaltable, claro, Feijóo y se esperaba a Mañueco, el presidente de la demarcación. No asistió, como tampoco lo hizo su vicepresidente Igea, ni el líder de la oposición Tudanca o el alcalde comunista de la ciudad, un Guarido. "De haber faltado alguno más no habría cabido", diría Macedonio.

La ausencia más justificada fue la de Bellido Dolfos, fallecido apenas hace un milenio y cuya gesta al acabar con la vida de Sancho II, que había puesto cerco a Zamora para derrocar a su hermana doña Urraca, es todavía objeto de polémica en el sentir de los castellanos. Para consumar el regicidio, Dolfos, que era gallego aunque le piensan zamorano (al revés que Ana Pastor la del PP) se hizo pasar por desertor, detalle que enturbió su currículum. El Cid, nada menos, intentó darle caza, pero este Bellido, que era tan ágil como hábil, tras asestar las convenientes puñaladas, puso tierra de por medio y entró en Zamora por un pequeño vano de la colosal muralla, que desde entonces pasó a conocerse como 'el portillo de la traición', rebautizado luego como 'el portillo de la lealtad'. Y ahí sigue la portalada, accesible y mágica, prueba viva de un momento cumbre de nuestra historia.

Esta variante de episodio de Juego de Tronos a la castellana ha sido ahora reeditada por Alfonso Fernández Mañueco, que, como se sabe, se ausentó del mencionado acto ferroviario porque prefirió disolver su Gobierno y convocar elecciones para el 13 de febrero. No sólo sorprendió a don Felipe VI la jugada del presidente regional. Su número dos en el Ejecutivo, el ciudadano Igea, se enteró por un tuit de la trastada mientras afirmaba en una entrevista radiofónica que todo iba como la seda. Su propio jefe de filas, Pablo Casado, fue informado de la novedad apenas la víspera mientras daba las bendiciones al congreso de los populares de Aragón. En el PSOE, para qué hablar. El adelanto era un rumor pero no en forma tan precipitada. En plenas Navidades y con la pandemia disparada.

Casado podrá sacar pecho con una victoria que, como en Galicia o Madrid, no será suya. Son sus barones los que ganan porque el presidente del PP aún no ha logrado un solo triunfo electoral

Mañueco, que se ha revelado un osado estratega, quién lo diría, ha dado el paso al frente por dos posibles motivos. La traición -esa palabrita- de Ciudadanos, su socio de Gobierno, que, según todas las sospechas, ya ultimaba dinamitar los presupuestos y alguna otra jugarreta en forma de moción. Y, desde luego, el empeño de Génova en precipitar las urnas para así poner sordina a la 'batalla de Madrid' contra Ayuso y consolidar la imagen de Casado, algo deteriorada según revelan todos los sondeos.

Las claves de esta operación aparecen diáfanas, que diría el profeta morado. El presidente de Castilla y León, como ocurre en estos casos en los que vuelan los cuchillos, ha mirado primero por salvar su cuello. Poco se fía de Teodoro García Egea, el secretario general, que está descabezando la formación para colocar a sus fieles. Menos aún, de los trepas de esa 'España vacía' que, si les daba tiempo, pueden hacer daño en su región, tan preterida y maltratada. Y en tercer lugar, llegado era el momento de enviar al trastero a sus socios naranja, incómodos, aviesos, farragosos, como lo era Aguado en Madrid. Justo lo contrario del Marín andaluz, un caballero inocuo y sonriente.

Las consecuencias de la apuesta son múltiples. Si le salen bien las cosas, Mañueco se convertirá en barón intocable, a la altura de Ayuso, Feijóo, veremos si Bonilla. Casado podrá sacar pecho con una victoria que, como en Galicia o Madrid, no será suya. Son sus barones los que ganan porque el presidente del PP aún no ha logrado un solo triunfo. Y, finalmente, Sánchez apretará su quijada de granito ante un horizonte preñado de calamidades.

Mañueco va a necesitar un triunfo aplastante, una mayoría absoluta. Si engulle a Ciudadanos al completo, quizás lo logre. Caso de que no, tendrá que mendigar a Vox

De momento, eso sí, respirará aliviado ante este brusco cambio de guion. Mañueco ha imprimido un vuelco inesperado a la agenda. Nada agrada más a los medios y a los políticos que un aleteo de urnas en el horizonte. A la vuelta de las Navidades, perderán relevancia algunos de los protagonistas actuales como el precio de la luz, la cesta de la compra, el Netflix de Rufián, las provocaciones de Bildu, el gallinero del Ministerio de Igualdad, el esperpento de Juana, las tensiones entre Yolanda y Nadia, el niño de Canet, el desastre de los ERTES, el desbarajuste sanitario, el descontrol de la pandemia y, sobre todo, las tenebrosas previsiones económicas y los severos avisos de Bruselas.

Caso de que la jugada fracase, Mañueco volverá a la nimiedad, Casado le cargará las culpas, Egea proseguirá su labor de reconstrucción, Ayuso se mantendrá en lo suyo, portaestandarte de la derecha, y en Moncloa se frotarán las manos con la satisfacción de quien ha evitado una catástrofe. El líder castellano-leonés va a necesitar un triunfo plastante, una mayoría absoluta. Si engulle a Cs al completo quizás lo logre. Caso de que no, tendrá que mendigar a Vox, y ya ha advertido Abascal que en adelante, sólo apoyará gobiernos del PP desde dentro, nada de seguir ayudando extramuros del poder.

"Llenas de maldición estaban las bocas, y de engaños y de fraude", clamaba el poeta. En ese clima se desarrolló la escena de la fantasmagórica estación de Zamora. No asistió Bellido Dolfos a la función. Ni falta hizo. El baile de traiciones y puñales que allí se desplegó, ante la estupefacta mirada del Rey, alcanzó cotas medievales. Alguno de sus protagonistas va a salir muy malparados.

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