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Opinión

Año nuevo, sanchismo viejo

Pedro Sánchez en un mitin
Pedro Sánchez en un mitin

Con la felicitación del terrorismo de Hamás y Hutíes, el gobierno no podía tener mejor cierre de año. Ninguna sorpresa, incluida la patraña sobre la felicitación de Biden. El sanchismo se ha convertido en una fórmula de poder que, ejercitada durante cinco años, se ha hecho vieja. Hoy, ni sus seguidores niegan que Sánchez miente y hace trampas con la profesionalidad de un tahúr. Se asume como práctica homologada de gobierno. Cumple como nadie con el principio base de los demagogos populistas: el hecho de que lo que digan sea verdadero o falso les resulta más bien indiferente. El modelo se simplifica en hacer todo lo que sea necesario para conservar el poder.

Escribí hace más de cuatro años un artículo titulado “Pero, ¿qué es el sanchismo?”. Hoy, a punto de iniciarse el 2024, no necesitaría corregir nada. En 2019, ya se podía comprobar que se modificaban constantemente los relatos según las necesidades del momento. Sánchez ni negocia ni gobierna, solo interpreta en el escenario, entonces y hoy. Desde sus inicios, el sanchismo depende de independentistas para lograr el gobierno y se ha ido sometiendo a todas sus exigencias. No improvisó, solo se dedicó a reproducir lo que siempre practicó el PSC como siervo del independentismo catalán. Al modo de los Iceta, Illa y compañía, repitió la fórmula mágica de pedir el voto para la izquierda y ponerlo al servicio de proyectos secesionistas.

Nada refleja mejor la traición socialista a sus votante que el apoyo a la inmersión lingüística basada en la persecución del castellano, lengua materna de la mayoría. Ahora, cuando el informe Pisa demuestra el daño irreparable de esa práctica xenófoba de imposición, todos ellos callan, o mienten. La novedad introducida por Sánchez es la ampliación a País Vasco y Navarra de la cooperación socialista con esa política xenófoba. Allí pasaron, de ser defensores del castellano -lengua materna del 80%-, a cooperantes de las políticas lingüísticas del nacionalismo supremacista. Es uno de los grandes “avances” impulsado por Sánchez y Zapatero.

El sanchismo incorporó desde sus inicios pactos indecentes con bildutarras y presos de ETA, liderados todos por el terrorista Otegi, ahora aliado central del PSOE. Insultan a las víctimas, ignorando que forma parte de su honor y dignidad que los terroristas sean castigados. Esta mancha será imposible de borrar para cualquier futuro que le espere al Partido Socialista Obrero Español. Y, sobre todo, los motivos que les llevaron a la felonía. Pactaron con EH Bildu, no solo para lograr la Moncloa, sino, a la vez, Paradores, Adif, Indra, Correos y tantas canonjías a más de 100.000 euros por año. Ahora intentan agrandar el pesebre en Telefónica, donde, viniendo del sanchismo, la iniciativa nada tendrá que ver con el interés nacional. Como en El Padrino, son solo negocios.

Con los principales medios al frente, incluidos El País y La Vanguardia, han coordinado durante estos años una fábrica de relatos orientados a anestesiar a millones de electores

En 2019 y ahora, el sanchismo sería nada sin un ejército de bullshitters, activistas mediáticos consagrados a la manipulación diaria destinada a banalizar -en el sentido de Hannah Arendt- sus prácticas. Con los principales medios al frente, incluidos El País y La Vanguardia, han coordinado durante estos años una fábrica de relatos orientados a anestesiar a millones de electores. Se han dedicado a normalizar la política de sumisión al independentismo y a presentarla como inevitable. Son las cámaras de eco que reproducen todas las falacias sanchistas, desde presentar la amnistía como necesaria para “la concordia”, y no para que los propios amnistiados hagan presidente a Sánchez, hasta crear una imagen de moderación para ministros que declaran su admiración por Lenin y Fidel Castro.

Han ido perfeccionando las técnicas de manipulación, especialmente, la de librar al gobierno de la obligación de asumir responsabilidades y rendir cuentas, recurriendo a la táctica de hacer oposición a la oposición. Siguen milimétricamente cada guion escrito desde Moncloa para normalizar las agresiones al Estado de Derecho. Sirva de ejemplo el pacto con Puigdemont para hacer presidenta del Congreso a Francina Armengol. En su apartado cuarto compromete al PSOE a la “activación de la Comisión sobre las cloacas del Estado y el caso Pegasus”. Es decir, a neutralizar los informes del CNI que demuestran las conexiones de Putin con los golpistas del 1-0. Manipulación mediática comprada.

En su línea de tiro, el Rey Felipe VI, que ha tenido que defender de nuevo la Constitución en su discurso de Navidad. La Carta Magna y el Jefe del Estado, ¿tienen algún defensor en el gobierno de Sánchez?

Muchos votantes socialistas se preguntan si el PSOE sabe qué hace con las cesiones al independentismo. Ni les preocupa, ni les importa. ¿Qué más necesitan ver? Son testigos de cómo Sánchez ha ido depurando sistemáticamente a los mejores servidores del Estado de Derecho. Han caído Edmundo Bal, de la Abogacía del Estado; el coronel Pérez de los Cobos, héroe contra el golpismo del procés; Paz Esteban, directora de los servicios de Inteligencia del Estado, cesada por señalamiento independentista; Manuel Fernández-Fontecha, letrado del Congreso, apartado por defender la legalidad frente a la ley de amnistía; etcétera. En su línea de tiro, el Rey Felipe VI, que ha tenido que defender de nuevo la Constitución en su discurso de Navidad. La Carta Magna y el Jefe del Estado, ¿tienen algún defensor en el gobierno de Sánchez?

El 2024 será decisivo para consolidar la alternativa contundente al sanchismo. Está en juego la democracia liberal en España. Nadie puede hacerse el despistado sobre los daños provocados al país por Sánchez. El Partido Socialista, en su deriva sanchista, ha quemado las naves de vuelta a la España constitucional. Corresponde a Alberto Núñez Feijóo ejercer la auctoritas necesaria, la que demostró en el debate del pasado día 20. Como hizo Donald Tusk en Polonia, es su deber concertar a una gran mayoría de españoles, a izquierda y a derecha, y poner fin a la pesadilla. ¿Hay otra?

¡Feliz año!

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