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Opinión

Redes sociales y odios ocultos

Un usuario utilizando una red social en su portátil

Hay cosas de las que quizás sea mejor no hablar en público.

En las últimas décadas, las opiniones racistas fueron dejando de ser socialmente aceptables en occidente. Llamar a alguien “nigger” o “negro” ha pasado de ser un vocabulario habitual y aceptado en Estados Unidos a ser motivo de despido y oprobio social para aquel que las pronunciara delante de un micrófono. En Europa, tras la traumática experiencia de la segunda guerra mundial, cualquier expresión de nacionalismo excesivamente entusiasta ha pasado a ser vista con cierta sospecha.

La duda, claro está, es si el racismo se ha extinguido junto con muchas expresiones racistas, o si sigue persistiendo en privado. Es perfectamente posible que, aunque el americano medio no pueda ya decir barbaridades raciales en público, siga creyendo en ellas y actuando en consecuencia. Puede ser que el alemán medio, aunque en público sea tolerante y abierto al mundo, en privado crea que los inmigrantes lo están dejando todo perdido.

Es perfectamente posible que, aunque el americano medio no pueda ya decir barbaridades raciales en público, siga creyendo en ellas y actuando en consecuencia.

El fenómeno de decir una cosa en público y opinar otra en privado es, obviamente, algo muy habitual en opinión pública. Los modelos de ocultación de preferencias son muy habituales en ciencia política, y aparecen en estudios que van desde intención de voto (el “voto oculto”) a teoría de las revoluciones en regímenes autoritarios. La ocultación de preferencias explica por qué un dictador puede tener una multitud enfervorizada aplaudiéndole en un estadio el lunes y la misma gente pidiendo su cabeza en una plaza pública el martes - simplemente, la multitud puede caer en la cuenta que todo el mundo estaba fingiendo su entusiasmo el día anterior. 

En los últimos años ha aparecido un nuevo elemento en este equilibrio entre lo que podemos decir en público y lo que creemos en privado: las redes sociales. Facebook, Twitter o Instagram son foros donde todos podemos expresar nuestra opinión libremente, pero donde la línea entre la esfera pública y esfera privada está bastante más difuminada. Las redes sociales permiten un cierto control sobre quién puede leer nuestras opiniones y comentarios, limitando nuestra percepción sobre su publicidad. A su vez, tendemos a filtrar lo que leemos y quienes nos leen siguiendo afinidades sociales, culturales e ideológicas, de modo que los contenidos que vemos son una amplificación de nuestra propia identidad. Es muy probable, por tanto, que expresemos nuestras creencias privadas (y socialmente inaceptables) más libremente, ya que, en las redes sociales no habrá consecuencia social alguna – al contrario, nuestros amigos nos darán la razón.

La reemergencia de posturas socialmente tóxicas en redes sociales es algo que parecerá obvio a cualquier persona que haya pasado por 4chan o Forocoches, o tenga un amigo especialmente palizas en Facebook. La cuestión es si esta reaparición de majaderías en privado no es más que una anécdota, o si tiene consecuencias en el mundo real.

Según un estudio extraordinario de Karsten Müller y Carlo Schwartz, de la Universidad de Warwick, es muy posible que estas consecuencias existan, y sean de hecho mucho más peligrosas de lo que imaginamos.

En el estudio, los autores analizan el aumento de los ataques contra refugiados en Alemania. Para ello, utilizan una base de datos que incluye todos los ataques y agresiones racistas entre enero del 2015 y principios del 2017 (3.335 incidentes en total), datos sobre apoyo a partidos de ultraderecha en el municipio, porcentaje de inmigrantes, noticias sobre inmigración en medios, PIB por cápita y otras variables demográficas, junto con datos sobre las tasas de uso de Facebook a nivel local.

El resultado es aterrador: cuando la tasa de uso de Facebook en un municipio sube una desviación estándar sobre la media nacional (es decir, cuando el número de gente utilizando redes sociales aumenta de forma significativa), el número de agresiones a refugiados aumenta un 50 por ciento en ese pueblo o ciudad.

La existencia de Facebook por sí sola bastaría para explicar cientos de agresiones racistas

El estudio señala además que este impacto es exclusivo de utilizar Facebook; la tasa de uso de internet no parece afectar el nivel de agresiones. Los autores incluso aprovecharon para analizar si el número de ataques disminuía cuando un municipio se quedaba sin internet debido a problemas técnicos, y efectivamente, la probabilidad ver violencia decrecía. Si los resultados son válidos, la mera existencia en Facebook de posts del AfP, el partido de ultraderecha alemán, sería responsable de 446 agresiones contra refugiados, o el 13% del total. De hecho, la existencia de Facebook por sí sola bastaría para explicar cientos de agresiones racistas, incluso en municipios donde sus habitantes no comparten contenidos ultraderechistas.

Es un resultado aterrador por varios motivos. Primero, porque la violencia política es un fenómeno relativamente marginal y minoritario en occidente. Que una página web, por su mera existencia, sea capaz de producir un aumento significativo y apreciable en el nivel de esta es algo ya de por sí extraordinario; esta no es la clase de resultado que uno espera ver en un estudio de estas características.

Segundo, porque este estudio que cubre un periodo de tiempo relativamente reducido, apenas dos años. Es difícil aventurar si la exposición a la cámara de resonancia de las redes sociales varia a medio o largo plazo, pero no creo que sea descabellado creer que es muy posible que contribuya a solidificar aún más ciertas creencias y tendencias sociales.

Tercero, aunque el porcentaje de usuarios de Facebook que acaba cometiendo actos violentos es obviamente minúsculo (Alemania no deja de ser un país con 83 millones de habitantes), es muy, muy probable que tenga un impacto real en el crecimiento de voto por partidos antiinmigración en Alemania o en otros lugares de Europa. Se ha hablado muchísimo sobre el aumento de la polarización en el voto en muchos países; aunque es un fenómeno que viene de lejos (y que, en Estados Unidos, empieza a aumentar antes de la aparición de Facebook) el hecho que una página web tenga un efecto tan marcado en algo como la violencia contra inmigrantes sugiere que su impacto sobre intenciones de voto pueda ser aún mayor.

Lo más curioso, sin embargo, es que este estudio en cierto sentido parece validar un concepto que ha sido ridiculizado desde muchos sectores en tiempos recientes: la corrección política. Sus resultados parecen sugerir que el mero hecho de que discursos racistas o machistas sean socialmente censurables reduciría la frecuencia de conductas violentas, mientras que la mera existencia de una página web que permite decir burradas en privado contribuye a que esta aumente.

Resulta que las normas sociales importan, y Facebook no hace más que debilitarlas.

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