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Cultura

Oteiza, el artista integral

(flickr / pantulis)

Quien piense que Oteiza fue tan solo un escultor se equivoca. Fue mucho más que un escultor. Desarrolló su talento en diversas disciplinas tales como la pintura, la poesía, el ensayo, la política…

De formación autodidacta, fue quizás su carácter indómito e irascible el que hizo que su persona se transformase en personaje y su obra se viera envuelta en una aureola mítica. Era en sí mismo un ser contradictorio que llega a afirmar “el hombre se define por lo que le falta, a mi ya no me faltan estatuas, luego ya no soy escultor”. Así, dos años después de que le concediesen el Primer Premio de la Bienal de Sao Paulo de 1.957, anuncia inopinadamente que abandona la escultura (si bien no la abandonaría nunca del todo, buena prueba es su obra La Ola, realizada en plancha de aluminio que realizó en 1996 a los 88 años y que se encuentra en Barcelona).

Toda su vida se basa en la constante renuncia a sí mismo, una puesta en crisis y una reconstrucción permanente de su propia personalidad, basada en la idea de que el objetivo final del arte no es la obra, sino la elaboración del propio artista como persona formada en y por el arte para su intervención directa en la sociedad.

Pensamiento mítico y simbólico

Su obra escultórica, por la que es más conocido, fue solventada en los años 50, y así  obras (expuestas hoy a tamaño descomunal cuando en realidad fueron concebidas y ejecutadas en tamaño reducido) como Los Apóstoles (en piedra labrada, en la Basílica de Aránzazu), de 1953; La construcción vacía, en acero y sita en San Sebastián, de 1957; La Caja Metálica, igualmente en acero y expuesta en el museo Reina Sofía de Madrid; La variante ovoide de la desocupación de la esfera, de 1958 y sita en Bilbao; su Homenaje al caserío vasco, en Biarritz o, por fin, la ya citada La Ola, de 1996 de Barcelona. Son quizás, las obras en las que su gran discípulo, Chillida, se inspira para su trayectoria escultórica. Y es, además, la obra a través de la que Oteiza va conformando un pensamiento mítico y simbólico, que hace referencia constante a aspectos antropológicos, étnicos y de tradición asumida de lo vasco, debiéndose buscar uno de sus grandes logros en la constante invitación que ha hecho para que todos esos referentes se sitúen en la modernidad.

Y es esa monumental obra escultórica, (su museo guarda y expone 1.650 escultoras y más de 2.000 piezas experimentales de laboratorio), suprema ironía para un hombre que “deja de ser escultor en 1959”, la que ensombrece, permítasenos la expresión, su otra obra: a partir de su renuncia a la escultura, Oteiza publicó en 1963 su libro Quosque Tandem!, un texto que resume muchas de la preocupaciones teóricas que le acompañaron a largo de su trayectoria vital y artística desde los años treinta, y que constituyó el libro de referencia fundamental de la inteligencia vasca cultural y política del momento.

A continuación, escribió Ejercicios Espirituales en un Túnel, que fue prohibido por la censura franquista, no publicándose hasta la década de los 80, aunque circuló ampliamente en versión fotocopiada. Simultáneamente inició su experimentación dentro del campo de la cinematografía con el proyecto de película Acteón para la productora X-films, aunque finalmente fue realizada por otro director en una versión muy diferente a la concebida por Oteiza.

También inicia diferentes proyectos como el enviado a André Malraux (entonces ministro de Cultura de la República francesa) para un Instituto de Investigaciones Estéticas para Euskadi Norte; una universidad infantil piloto para Elorrio; un proyecto de Museo de Antropología Estética Vasca para Vitoria; el proyecto galería de arte como Productora; un proyecto de integración del arte de vanguardia con las formas de expresión tradicional: los Grupos de la Escuela Vasca; Escuela de Deva, etcétera. Y más escritos, como Cartas al Príncipe en 1.988; Existe Dios al Noroeste en 1990; Itziar. Elegía y otros Poemas en 1991; Nociones para una filología vasca de nuestro preindoeuropeo, en 1995 o Ahora tengo que irme en 2003, y tantos y tantos escritos más.

Si además contemplásemos sus proyectos arquitectónicos, no habría espacio suficiente ni en este ni en muchos otros artículos. Por ello, acabamos aquí reivindicando, como decíamos al principio, el título de artista integral para el contradictorio Jorge Oteiza.

             

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