A un nivel muy básico, al futbolista no suele gustarle demasiado que le erijan un monumento conmemorativo. Básicamente, por dos razones: porque significa que su carrera deportiva ha concluido, o bien porque ya no pertenece al selecto club de los mortales. Por eso, resulta de lo más frecuente que el jugador asocie una escultura en su memoria a una especie de mausoleo artístico. Pese a todo, los países que siguen considerando el fútbol como “lo más importante entre las cosas menos importantes” (Jorge Valdano, dixit) se encuentran plagados de tallas futbolísticas a imagen y semejanza de las esculturas ecuestres que pueblan muchas rotondas. Hay mucha información contenida en el hecho de que proliferen más las estatuas de futbolistas que de caciques salvapatrias. ¿El sobredimensionado poder del fútbol o el descreimiento de la población hacia los líderes? En fin, para muchos escultores, el recuerdo que tendrá de un mito del balompié o de su afición significará meses de duro trabajo en el taller. Quizás, con eso valga…

Todos hemos pensado en algún momento en tener una réplica de nuestro cuerpo, de nuestro ser más querido o ese perro que nos acompaña a correr por el parque cuando nadie más que él quiere salir a mojarse con la lluvia.

Pido de antemano perdón por si mi tono se volvió medio triste, como decía el cantautor gauchesco. Pero el hecho de que el Chillida-Leku, el ‘Museo de Chillida’, para entendernos, permanezca cerrado desde el 1 de enero de 2011 me resulta bochornoso para Guipúzcoa (en particular), España (en general) y para el ámbito de la cultura (en lo universal).