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Política

Iglesias culmina la purga de los barones que plantearon un pulso a su liderazgo

Los 'barones' de Podemos en Toledo

El pulso de los llamados barones de Podemos, los dirigentes regionales que plantearon en enero de 2019 un debate estratégico y de liderazgo después de la salida de Íñigo Errejón, ha durado poco. A tan solo un año de aquel encuentro en la capital de Castilla-La Mancha, la mayoría de esos dirigentes ha perdido la secretaria regional y solo dos mantienen poderes reales. Aunque algunos creen que también ellos tienen las horas contadas. Roma no paga a traidores, dirían los antiguos romanos.

El último en salir ha sido el secretario de Podemos País Vasco, Lander Martínez, que presentó su dimisión el pasado miércoles, después de que Iglesias le desautorizara al impulsar en las primarias para las elecciones a lehendakari a una candidata de su cuerda.

Antes de él, Nacho Escartín, hasta hace poco la principal figura de Podemos en Aragón, fue el penúltimo en salir. La dirección estatal avaló el cese del dirigente que había buscado un perfil propio al margen de la dirección de Madrid. A diferencia de Escartín, Martínez era conocido por ser uno de los históricos dirigentes errejonistas que habían intentado dar un giro después del golpe del ex número dos de Podemos.

Renovación de Podemos

Con la salida de Errejón, su sector se dividió. Algunos le siguieron y otros prefirieron continuar en el partido morado, con la esperanza de construir junto a otras corrientes una renovación de Podemos: un proyecto nuevo que no implicaba necesariamente el alejamiento de Pablo Iglesias, pero sí una modificación estructural del partido, en el que Irene Montero y su núcleo duro habían ganado mucho peso.

En la mañana previa al tenso Consejo Ciudadano de Podemos de enero del año pasado, 11 líderes locales, de diferentes corrientes, se reunieron en Toledo para plantar la semilla de ese proyecto. Ese mismo día, otro rayo golpeó la casa morada: el todopoderoso dirigente madrileño Ramón Espinar anunciaba su renuncia a todos sus cargos tras una discrepancia de forma y fondo con Iglesias.

José García Molina, exvicepresidente de Castilla-La Mancha en coalición con el PSOE, intentó hacer de maestro de ceremonias. Le acompañaban los líderes de la Región de Murcia, Óscar Urralburu; Canarias, Noemí Santana; Aragón, Nacho Escartín; Asturias, Daniel Ripa; Illes Balears, Mae de la Concha; Euskadi, Lander Martínez; Comunitat Valenciana, Antonio Estañ; La Rioja, Kiko Garrido; Extremadura, Álvaro Jaén, y Navarra, Eduardo Santos. Todos ellos coincidieron en que el partido morado necesitaba un reset después de su quinto aniversario.

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias.

Con las horas contadas

Nacía la declaración de Toledo, que pedía a Iglesias reformular su política tras la salida de Errejón. Ese documento rezaba: “Nuestra responsabilidad desde las Secretarías Generales Autonómicas de Podemos es ofrecer otro horizonte de país: más moderno, más justo, más igualitario, más feminista y más democrático, que frene el giro autoritario. Precisamente por ello, hacemos esta declaración. Nos hacemos falta todas y todos. Es la hora de cooperar y no de competir”. 

El mensaje era claro: Podemos no tiene que enfrentarse abiertamente al nuevo sujeto político de Errejón, sino establecer un contacto con él para mantener el proyecto de un partido de izquierdas capaz de pugnar por el liderazgo de ese segmento con el PSOE y no una simple reedición de Izquierda Unida. Sin embargo, para los pablistas los firmantes del documento se convirtieron en “traidores”.

Iglesias hizo oídos sordos a esa propuesta. Ganó tiempo rebajando el grado oficial de su ataque a Errejón, pero sin renunciar a una confrontación a vida o muerte. Podemos perdió 30 escaños en abril, y otros cinco en las de noviembre. Pero la suerte –la “fortuna”, diría Maquiavelo— ayudó al líder máximo. Pedro Sánchez, que hasta noviembre se había negado a pactar con Podemos, decidió incluir a los morados en el Ejecutivo. A partir de ese momento, Iglesias ha pisado el acelerador de su venganza.

De aquellos 11 líderes locales, cinco quedan en el cargo, pero solo dos tienen poderes reales. Se trata de Daniel Ripa, en Asturias, y Mae de la Concha, en Baleares. Los demás (Álvaro Jaén, Eduardo Santos y Noemí Santana) no tienen el control del partido y no son los referentes de la dirección. Los secretarios de Asturias y Baleares, además, pueden tener las horas contadas, comentan en Podemos. Sobre todo el de Asturias, para cuya sustitución circula el nombre de Sofía Castañon, actual portavoz adjunta en el Congreso.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras la investidura del primero.

Apuesta por el bloque de la moción de censura

En algo más de un año, el deseo de una refundación interna de Podemos ha chocado contra un muro de errores estratégicos, sobre todo del sector anticapitalista, que esperó demasiado para dar el paso. Iglesias, en cambio, pudo maquillar su caída aguantando los 35 diputados en el Parlamento, útiles para sumar con ERC una mayoría de gobierno que asegura a Sánchez permanecer en la Moncloa.

Ese juego, no obstante, no ha sido de suma positiva, aseguran las fuentes consultadas. Podemos hoy en día aparece como un partido más vertical que nunca, con una dirección únicamente pablista que será revalidada en el próximo congreso de Vistalegre 3, el 21 y 22 de marzo. La entrada en el gobierno ha quemado toda posibilidad de una refundación. Y ahora para algunos la única esperanza es que Errejón relance su proyecto.

Fuentes de Más País explican que el partido ahora mismo tiene que resolver el problema de la falta de fondos. Pero a niveles altos, preparan una campaña de fichajes de “rebotados” de Podemos, como desveló Vozpópuli. Aunque queda por resolver aún muchos encajes a nivel de organización. Iglesias, mientras tanto, puede mirar a todos desde su despacho de vicepresidente. De momento, el líder de Podemos aparece como el vencedor indiscutible. Aunque el tiempo también dirá el suyo.

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