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Paco Gento, el dueño del 11

Ejerció de hermano mayor de la inolvidable generación 'yé-yé' de Amancio, Pirri y Velázquez... Ellos construyeron el fútbol de mi infancia e hicieron de mi madridismo una de las cosas buenas de mi vida

Paco Gento con el Real Madrid
El Real Madrid celebra la Copa de Europa, con Paco Gento situado entre Alfredo Di Stefano y Ferenc Puskas. GTRES

En el fútbol de antes el 11 significaba extremo izquierdo, el hombre que cerraba la alineación del equipo, el que iba detrás de la conjunción. Era sinónimo de rapidez, regate, desborde y centro al área en busca de remate. En la historia del fútbol, el 11 sólo ha tenido y tendrá un dueño. Su nombre Francisco Gento López, Paco Gento o, simplemente, Gento. Sólo pronunciar su nombre implica la aparición de cualidades, valores y significados.

Gento es fútbol, es Real Madrid, Copas de Europa, selección española, estadio Santiago Bernabéu. Su figura legendaria y su nombre mítico sólo resiste la comparación de los auténticos dioses del fútbol, aquellos que pudieron conjugar la habilidad para jugar como los ángeles, servir a un escudo y a una camiseta, mostrar nobleza y altura en el campo y alcanzar las cimas del éxito.

No hay muchos. Por citar, Alfredo di Stéfano, Franz Beckenbauer, Pelé, Eusebio, Garrincha, Bobby Charlton, Paolo Maldini y unos cuántos más. Nada que ver con la actual generación de divos del balón que conducen Ferraris, vuelan en jets privados y viven aislados en burbujas de lujo.

Paco Gento, un jugador de época

Volvamos a Paco Gento. Tuve la inmensa suerte de verle jugar. Era único. No sólo tenía una velocidad supersónica, con una arrancada portentosa, sino que sabía frenar en seco en plena carrera como no he visto a nadie. Paraba su cuerpo menudo y pisaba el balón pegándolo al suelo. Los defensas, pues al menos le marcaban dos, pasaban de largo como perdidos en las coordenadas de espacio y tiempo. Todo lo hacía con la zurda, pues la diestra sólo le valía para apoyarse.

Pero con esa, le bastaba y sobraba. Con los años desarrolló un gran regate, que hacía parecer a los contrarios maniquíes despistados tras sus movimientos. Siempre poseyó un disparo brutal, demoledor. No llegó, ni mucho menos, a la portentosa de Puskas, pero su chut no le iba mucho a la zaga. Le costó triunfar pues el Gento original corría como un rayo y disparaba como un cañón, pero ahí se quedaba.

No tenía un fútbol elegante, ya que su físico no lo permitía y corría sin perder de vista a la de cuero, no fuera a ser que se la robaran. Don Santiago, escuchando a Di Stéfano, fichó a Héctor Rial para que le pusiera balones endulzados que aprovecharan su carrera.

Mi memoria en blanco y negro de la televisión me conduce a dos citas históricas. La final de la Copa de Europa del 64, que ganó España a la URSS. Y, por supuesto, la final del 66 contra el Partizán, que trajo la VI Copa de Europa a las vitrinas del Bernabéu. Luego le vi jugar multitud de veces en el estadio de Concha Espina.

Exprimió el sudor de su camiseta para acompañar al Madrid “yé-yé”, ejerciendo de hermano mayor o de tío joven de una generación inolvidable encabezada por Amancio, Pirri y Velázquez. No quiero olvidar al resto: Betancort, Calpe, De Felipe, Sanchís padre, Zoco, Veloso, Grosso y Félix Ruiz. Ellos construyeron el fútbol de mi infancia e hicieron de mi madridismo una de las cosas buenas de mi vida.

Pero a Paco Gento no sólo le adornaban las cualidades futbolísticas, sino que estaba alimentado de las morales. La mayor, su normalidad y su sencillez. Le veías pasear por los alrededores del estadio junto a su perro como si fuera uno más, cuando estabas delante de un dios del balón. Era humilde, generoso y bueno, como lo son los hombres nacidos en el pueblo, sin maldad y sin pretensiones.

No le perdían lo halagos ni le turbaba la gloria. No le vencían los éxitos ni el saber que era el mejor en su oficio. Lo ganó todo y lo ganó muchas veces. Se entregaba en el campo sin pedir nada a cambio, sólo la satisfacción del deber cumplido. Se retiró cuando sus piernas veloces y duras no dieron más de sí.

Me une un vínculo de frustración familiar a su carrera. Mi tío Pocholo, cuyo nombre era Vicente Polo, era una estrella del Real Madrid y de la selección española juvenil. Era extremo izquierdo. Y no era manco: ganó el Mundial juvenil del 54 a la Alemania de Uwe Seeler en su propio campo. Llegó al primer equipo al tiempo que el Madrid fichó a Gento del Racing. Unos le preferían a él y otros a Gento. Al final, el Madrid se inclinó por el cántabro y mi tío Pocholo emprendió la ruta de las cesiones por media España.

Hoy nos deja Paco Gento, nos abandona una leyenda. A él, los amantes del fútbol y del Real Madrid le debemos una parte importante de nuestro disfrute, de nuestra pasión, de nuestra historia. Se va una forma de entender el juego, el amor a un club y el propio deporte. El 11 ya no tiene dueño.

Juan Francisco Polo, socio número 16.463 del Real Madrid y Director de Comunicación de Ferrovial

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