Cultura

La polémica pop de la revuelta ‘cayetana’

El barrio de Salamanca, zona noble de Madrid, lleva una semana levantado ante las restricciones del gobierno de coalición entre PSOE y UP. La izquierda tuitera ha ridiculizado las protestas llamándolas ‘revuelta cayetana’, en alusión al himno de Carolina Durante, una de nuestras bandas indie-pop con mayor proyección comercial (han pasado de los clubes de Malasaña al órdago de reservar una fecha en el Palacio de los Deportes, santuario de superventas con mayor recorrido). ¿Estamos ante una canción protesta? Más bien se trata de un pepinazo pop que retrata con versos ácidos a los cachorros de la clase alta española y su suave deslizar por la vida entre los millones de papá y y los contactos de mamá. Alguna de sus rimas ha envejecido regular, por ejemplo la que dice ‘no votan al PP/ votan a Ciudadanos”. Esa era la tendencia cuando lanzaron el sencillo, pero el viejo bipartidismo está resultando más inoxidable de lo que la mayoría supuso. En todo caso, el memorable estribillo remata un clásico del pop español reciente.

No es algo nuevo: si se fijan en el vídeo, el bajista del grupo sostiene una copia del vinilo Submarines a pleno sol (1987), de los legendarios Los Nikis. Allí reinaba uno de los sencillos más jugosos de la posMovida, titulado "El imperio contraataca”, una reivindicación en clave irónica de nuestro glorioso pasado imperial. La intención critica de Los Nikis es lo de menos, ya que el pijerío madrileño terminó por apropiársela y convertirla en himno de cierre de la discoteca Jácara, la apoteosis fiestera para gritar intoxicados y con el brazo en alto antes de desfilar hacia casa, solos o acompañados. “Hace mucho tiempo que se acabó/ pero es que hay cosas que nunca se olvidan/ por mucho tiempo que pase/ 1582, el sol no se ponía en nuestro imperio/ me gusta mucho esa frase”, recordaba la letra. Esta canción se solía acompañar  de “Born In The USA” (Bruce Springsteen) y “Todos los paletos fuera de Madrid” (Séptimo Sello), destapando algunas claves socioculturales del periodo. Las más claras: rechazo del las raíces rurales, fascinación por el estilo de vida estadounidense y voluntad de convertirse en un ganador social. Así fueron los ochenta, una década sin compasión con los perdedores.

Hijos de Esperanza Aguirre

Hace años que se avista esta lucha de clases del pop espñol.  Nos habían advertido los cáusticos raperos Sons of Aguirre en su pepinazo “Vete a Cuba” (2015), donde se colgaron el jersei Lacoste al cuello para reclamar más “periodistas como Inda/ como Alfonso Merlos”. Poco importa si hay o no ironía: estamos ante una guerra cultural del #TeamRojo contra el #TeamFacha y la primera víctima es cualquier posición intermedia para salir del atolladero social reinante en cada periodo (sea el Procés, la burbuja inmobiliaria o el coronavirus). La cultura pop siempre va por delante de los conflictos políticos, aunque sea de manera esperpéntica. ¿Estamos convirtiendo el debate nacional en una lucha de titiriteros? Cuando Willy Toledo y Alberto San Juan usan los Goya como plataforma política la izquierda lo defiende, pero cuando Risto Mejide, Iker Jiménez y Pablo Motos critican a Pedro Sánchez les acusan de fomentar el golpismo. Está claro que el  debate necesita equilibrio: o todos o ninguno. Y suena mejor que todos podamos expresar nuestras posiciones políticas en público.

La rebeldía cambió de bando en los años ochenta, con los Nikis, Hombres G y Alaska y Los Pegamoides. Basta escuchar himnos como “Matar a Castro” y “Quiero ser un bote de Colón”

La izquierda fue dominante en la cultura pop de los sesenta y setenta, Las canciones contra los privilegios de las élites eran muy comunes: las primeras que se vienen a la cabeza son “Muchacha típica” (Serrat), “Casitas del barrio alto” (Víctor Jara), “Dama, Dama” (Cecilia), “Plástico” (Rubén Blades) y “Ecos de sociedad”, título en el que coincidieron -para distintas composiciones- el genial José Luis Perales y el elegante Pablo Guerrero. Hoy las estrellas pop de izquierda que escriben himnos politizados son minoría, apenas Nacho Vegas, Ismael Serrano, Amaral, Gatillazo y los Chikos del Maíz. La rebeldía cambió de bando en los años ochenta, con los Nikis, Hombres G y Alaska y Los Pegamoides. Basta escuchar tesoros ocultos como “Matad a Castro” (apología del magnicido) y “Quiero ser un bote de Colón” (himno turboconsumista) para certificar que las posiciones de izquierda se habían convertido en una excentricidad. Hoy quedan lejos los tiempos donde en Los Cuarenta Principales sonaban himnos como “Hey Pijo” (MC Randy & DJ Jonko) o “Sufre, mamón”, donde David Summers lamentaba, con su tono nasal característico, que ella “me dejó por un niño pijo/ en un Ford Fiesta blanco, con un jersey amarillo”.

https://youtube.com/watch?v=7Mke3hDHGLE

Contracultura de derechas

¿En qué punto podemos decir que la rebeldía cambió de bando? Una película humorística como Ciudadano Bob Roberts (Tim Robbins, 1992) lo capta a la perfección: explica como un candidato republicano se apropia con máxima facilidad de la imagen y las técnicas de propaganda que utilizó Bob Dylan para expandir el pensamiento contracultural en los años sesenta. De hecho, algunos recursos fílmicos están calcados de Don't Look Back (D.A Pennebaker, 1967), documental canónico sobre el rockero de Minesotta. El ensayista cristiano Christopher Lasch explicó con detalle el proceso que vivimos en su libro La rebelión de las élites (1995), brillante réplica filosófica al clásico La revuelta de las masas (1930), de nuestro José Ortega y Gasset. La insurrección cayetana es solo un síntoma de cómo ha mutado el tablero de las guerras culturales en el siglo XXI.

Las declinaciones pop de las imágenes de Nuñez de Balboa protestando son muchas: el guionista Borja Cobeaga recordaba el cartel de Funny Games (2007), la película de Michael Haneke donde dos golfistas aterrorizan a una familia de vacaciones en el campo. Otros contestaban compartiendo las célebres imágenes de Fidel Castro y Ernesto Guevara jugando al golf en un campo nacionalizado por la revolución cubana. Apenas hubo memes ni menciones a la saga de La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978), que seguramente es la referencia cultural más evidente. El récord de retuiteos y menciones se lo llevaron los hermanos Tamames -un politólogo y un autor de cortos-, que irritaron a la derecha tuitera con un breve vídeo sobre el ‘cayetanismo’, al estilo de las ‘películas suecadas’ de Spike Jonze en Rebobine por favor (2008). Aparte de los sospechosos habituales, se sumaron al hostigamiento primeros espadas de la derecha como Hermann Tertsch y Juan Carlos Girauta. Como ya explicamos en artículos anteriores, estamos ante un cambio de la marea pop, muy palpable en el hecho de que las estrellas del Twitter conservador le han perdido el miedo a ser etiquetados como “fachas”. La izquierda dominó el discurso pop entre 2011 y 2015, pero desde entonces no ha dejado de perder fuelle.