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Cultura

Historias de la historia

Puigdemont, Humberto Delgado y la justicia fuera de tus fronteras

La manera en que un sistema trata a sus disidentes es crucial para definirlo

Las democracias persiguen con la ley a los delincuentes políticos huidos, como hace España con Puigdemont, mientras las dictaduras asesinan a los exilados, como hemos comprobado estos días con la sentencia del Tribunal de Estrasburgo considerando a Rusia culpable del asesinato de Litvinenko. ¿Podemos remontarnos históricamente hasta otro caso paradigmático de esta regla?

Franco siempre trató con especial deferencia al dictador portugués Oliveira Salazar, pero a principios de 1965 el régimen portugués le dejó un regalo envenenado. En un bosque de eucaliptos a cinco kilómetros de Villanueva del Fresno, muy cerca de la Raya de Portugal, unos niños que buscaban nidos encontraron dos cadáveres. Pese a su avanzado estado de putrefacción el forense pudo establecer que uno era de un hombre en la cincuentena y tenía un balazo en la nuca; el otro de una mujer mucho más joven, que había sido estrangulada.

Aunque los habían rociado de ácido y cal para ocultar su identidad, no había duda de quiénes eran, porque desde hacía semanas una comisión de juristas de la Federación Internacional de Derechos Humanos estaba buscando por la región a un exilado portugués, el general Humberto Delgado, y a su secretaria, desaparecidos en Badajoz desde el 13 de febrero. Aquello era sin duda obra de un comando de la PIDE, la policía política portuguesa, que había venido de caza a tierras de Extremadura.

Humberto Delgado era un oficial de Aviación y un estrafalario opositor al régimen de Oliveira Salazar. De joven había participado en el golpe militar que derribó la República y trajo la dictadura a Portugal, y había expresado públicamente su admiración por Adolf Hitler. Había ascendido a general y ocupado puestos importantes en el Estado Novo de Salazar, pero con el tiempo se sintió decepcionado. En las elecciones para la Presidencia de la República de 1958 la oposición portuguesa consiguió hacer un frente unido, y le ofreció ser su candidato al general Delgado. Sus partidarios sostenían que las había ganado pero el régimen falseó los resultados, en todo caso le reconocieron un 25 por 100 de los votos, algo que jamás había alcanzado un opositor a la dictadura.

Fascinación por Fidel

Al poco tiempo Delgado sufrió un atentado organizado por la PIDE, la policía de Salazar, y tuvo que refugiarse en la Embajada del Brasil, que logró sacarlo del país. En Brasil encontró no solamente asilo político, sino también la adoración de una muchacha de 29 años, Arajaryr Canto Moreira, que según declaración propia “vivía de, por y para él”. Arajaryr se convirtió en su eficaz secretaria y en su devota amante, abandonando a su hija y marido para seguir a un hombre que era cualquier cosa menos estable.
“Mártir, loco, ingenuo”, titularía un periódico portugués un perfil de Humberto Delgado.

En el Hotel Simancas no vuelven a tener noticias de ellos, no han pagado la cuenta y se han dejado una maleta con anticonceptivos y afrodisiacos, según ABC

En esas fechas Fidel Castro había entrado en La Habana tras el triunfo de una revolución que comenzara con la “invasión de Cuba” por Fidel con sólo 12 hombres. Delgado estaba convencido de que él podría hacer lo mismo en Portugal, que el ejército se levantaría a su favor en cuanto se presentase. Brasil lo expulsó por sus actividades en pro de una insurgencia armada, y se fue al Norte de Africa, donde el régimen argelino, que acababa de conseguir la independencia tras larga guerra con Francia, prestaba apoyo a cualquiera que se declarase revolucionario y guerrillero.

Delgado se movía frenéticamente por medio mundo, buscando apoyos de unos y otros, pero las organizaciones del exilio portugués lo consideraban “mártir, loco e ingenuo” y no le hacían caso. Sin embargo en Marruecos contactó con él un italiano llamado Bisogno, enviado por unas fantasmagóricas “Fuerzas portuguesas del interior”, que le aseguró que, en cuanto llegase, se levantarían en armas a sus órdenes. Bisogno en realidad era un turbio personaje ligado al terrorismo de extrema derecha italiano, y trabajaba como mercenario para la PIDE. Posteriormente aparecería el propio jefe de esas “Fuerzas portuguesas del interior”, un tal Castro Souza, que le dio una cita en Badajoz, provincia fronteriza con Portugal. Cualquiera se daría cuenta de que era una trampa, cualquiera excepto el general Delgado.

La trampa de Malos Pasos

En febrero de 1965 llegan a Badajoz Humberto Delgado y Arajaryr Canto Moreira. Se alojan en el Hotel Simancas como matrimonio, bajo el nombre falso de Ibáñez. El día 13 aparece Castro Souza, que le dice a Delgado que el Estado Mayor de la rebelión le espera en un lugar premonitoriamente llamado Malos Pasos. Delgado y su secretaria-amante montan en dos coches distintos y se van de Badajoz. En el Hotel Simancas no vuelven a tener noticias de ellos, no han pagado la cuenta y se han dejado una maleta con “anticonceptivos y afrodisiacos”, según informará posteriormente el diario ABC.

Parece que el plan es secuestrar a Delgado en territorio español y llevarlo a Portugal para interrogarlo, pero los hechos discurren de modo distinto. Cuando llegan al camino de Malos Pasos, en un bosque de eucaliptos cerca de Villanueva del Fresno, les esperan cuatro hombres, todos agentes de la PIDE. El general desconfía entonces y se enfrenta a ellos, pero inmediatamente recibe una bala en la base del cráneo, mortal de necesidad. Parece que también matan a Castro Souza, el agente encubierto de la PIDE, aunque su cuerpo no quedará en España. Cuando llega el automóvil con Arajaryr es preciso completar la matanza, no dejar testigos, y la estrangulan. Los cadáveres quedarán abandonados en un barranco hasta que los encuentren los niños dos meses después.

El gobierno de Franco está muy molesto con la situación. Son años en que la dictadura se ha suavizado en España, y por nada del mundo quiere aparecer como cómplice de un crimen tan espantoso. Fraga, ministro de Información y Turismo, está a punto de sacar su Ley de Prensa aboliendo la censura, y permite a los periódicos informar del asesinato político. Tanto la policía como el juez de instrucción actúan con profesionalidad y eficacia para identificar a las víctimas y establecer los hechos. El juez incluso pedirá la extradición de los cuatro agentes de la PIDE, algo impensable unos años atrás, aunque Portugal nunca la concederá. En 1975, tras la Revolución de los Claveles, Humberto Delgado será enterrado con honores en el Panteón Nacional de Portugal. Sus partidarios le llamaron “el General sin miedo”, sus detractores “el General sin juicio”. Ambas cosas eran verdad.

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