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Cultura

Los rufianes y los estafadores son mucho menos peligrosos que los soñadores

El periodista de Vozpópuli Rubén Arranz publica su primera novela 'Perro come perro', de la que publicamos un adelanto

El periodista de Vozpópuli especializado en medios de comunicación Rubén Arranz publica su primera novela, Perro come perro. En ella, Alfredo, un periodista desencantado investiga el suicidio de un colega y se ve envuelto en una maraña de corrupción e intereses económicos, tejida por poderosos empresarios y políticos. La editorial Círculo de Tiza ofrece en exclusiva a Vozpópuli el adelanto de la novela:

Es miércoles por la mañana y el colaborador de una tertulia televisiva explica con detalle el funcionamiento de los misiles hipersónicos. Afirma que no pueden ser interceptados por los sistemas antiaéreos tradicionales porque su trayectoria es imprevisible. El presentador del programa le escucha con interés hasta que finaliza su exposición. Después, lanza una pregunta: “¿Podrían portar una cabeza nuclear?”. Su interlocutor esboza entonces una amplia sonrisa y le responde: “podrían, por supuesto”.

La conversación se desarrolla a los pocos días de que el Ejército ruso haya iniciado la invasión de Ucrania, al que el conductor de la tertulia suele referirse como “el primer conflicto bélico que sucede en suelo europeo desde 1945” (sic). Podría alguno de sus contertulios matizar esa afirmación y citar los Balcanes, Transnistria, Chechenia, Crimea o el Alto Karabaj, pero nadie lleva la contraria al moderador, que parece empeñado en transmitir a los espectadores su preocupación por la posibilidad de que estalle la Tercera Guerra Mundial”. Un tertuliano que escribe para un periódico conservador afirma: “Las medias tintas no sirven con un tipo como Putin. La política de apaciguamiento no funcionó con Hitler y tampoco lo va a hacer ahora”.

Un periódico digital eleva esa tarde la voz de alarma porque los ganaderos portugueses han avisado de que sólo les queda maíz para alimentar a los animales durante tres semanas más. Ucrania es el gran granero de Europa y el conflicto bélico podría provocar escasez en medio continente. Unos días atrás, varios medios explicaron que el aceite de girasol que se consume en España procede en buena parte de ese país, así que los ciudadanos se lanzan a los supermercados para hacer acopio de litros y litros de este producto. Al inicio de la pandemia de covid-19, sucedió algo parecido con el papel higiénico. Algún medio de comunicación advirtió de que podría haber problemas de suministro y provocó pánico en la población.

Estrenó Netflix a finales de 2021 una película que se llamaba No mires arriba (Don't Look Up). Contaba la historia de dos científicos que descubren un cometa que amenaza con colisionar con la Tierra. Tratan de transmitirlo, pero nadie parece hacerles caso y se desesperan, dado que atisban el fin de la civilización y no parece que nadie quiera poner su atención en el fenómeno. Unos días después de su estreno, se publicó una noticia con el siguiente titular: “Uno de los asteroides más grandes jamás vistos se acerca a la Tierra”.

Hice una lista durante un tiempo sobre el número de preocupaciones artificiales que generaban los medios de comunicación a diario, pero renuncié a ese proyecto por pura desazón. En otoño de 2021, se anunció la posibilidad de que se produjera un gran apagón en Europa y nunca llegó, pero se emitieron reportajes sobre lunáticos que habían hecho acopio en el cuarto trastero de su edificio de decenas de pilas, rollos de papel higiénico, bombonas de gas butano, cuerdas y alimentos precocinados por si su ciudad se quedaba sin energía durante un tiempo determinado. Unos años antes, hubo quien hizo lo mismo al considerar como una posibilidad real un ataque de muertos vivientes. El tema se había puesto de moda en el cine y en la televisión.

Vivimos tiempos complejos en los que recibimos tantas advertencias de riesgo inminente a través de las plataformas de comunicación tradicionales y digitales que pudiera parecer que las trompetas del Apocalipsis comenzarán a sonar de un momento a otro. La memoria colectiva es corta, pero hubo un momento en el que el Gobierno llegó a insinuar la posibilidad de que se instalaran pabellones enormes -los bautizó como 'Arcas de Noé'- para que allí se confinaran los enfermos de coronavirus que vivían acompañados de personas sanas. Las señales de alarma con la covid-19 fueron tan elevadas y frecuentes que el mero hecho de estornudar en una superficie cerrada se convirtió en un episodio que entrañaba cierto riesgo. Los ciudadanos estaban asustados; y lo están. Eso sí, conviene no confundirse: el fenómeno no es nuevo.

Escribí esta historia tras reflexionar sobre la fragilidad del mundo contemporáneo, que, en parte, es consecuencia de esta grave patología social. Es un enfoque personal, quizás equivocado, pero asentado en una idea sencilla y compleja a la vez. La que le transmitió Lewis Carroll a Alicia: en esta 'realidad', hace falta caminar el doble de rápido -incluso correr- para mantener la posición que antes se conseguía a ritmo de paseo. El mundo líquido fluye y eso genera una corriente que a veces se embravece y nos arrastra. ¿Hacia dónde nos dirigimos?, nos preguntamos mientras completamos brazadas con las que tratar de mantenernos a flote.

El libro versa sobre periodistas que pisan sobre un terreno pantanoso. Se emplean en la prensa de la sociedad mediática actual, que es impulsiva, asustadiza y inabarcable. 

La eclosión del periodismo digital multiplicó el número de competidores en el mercado de la información y eso ha tenido un impacto negativo sobre la profesión, pero también sobre la mente de los ciudadanos. El mundo occidental padece desde hace varios años una crisis de ansiedad y quizás no haya caído todavía en la cuenta de que los medios son uno de los factores que más han influido en la generación de ese síndrome.

Podría formular una sesuda teoría para fundamentar esta afirmación, pero la tesis puede demostrarse con una simple pregunta: ¿Cuántos de los 'asuntos preocupantes' sobre los que la prensa, la radio y la televisión advierten a los ciudadanos tienen algún efecto en sus vidas?

Las sobreinformación ha hecho enfermar a las sociedades. Es un fenómeno tan común que cuesta apreciarlo, pues forma parte de la atmósfera. Se respira, está latente, pero es invisible, como el humo tóxico. Todo esto recuerda a la anécdota que contó David Foster Wallace a unos alumnos universitarios en el día de su graduación.

Dos peces nadaban una mañana en el mar cuando se les acercó un tercero, más veterano, para saludarlos. “Buenos días, señores. Fantástica mañana la de hoy, el agua está a una temperatura estupenda”, celebró.

“¿Y qué es el agua?”, le respondió uno de ellos.

Los ciudadanos de la era digital respiran esta sustancia nociva, que se adhiere a las paredes de sus pulmones y genera cierto efecto psicotrópico en su cerebro. Hay quien vive con miedo a perderse información (supuestamente) importante; y hay quien está totalmente condicionado por lo que recibe en el día a día a través de los medios de comunicación. También es frecuente que surja una necesidad imperiosa de desconectar del mundo hiperconectado, ante una sobredosis de noticias negativas o indeseadas.

Quizás mi postura sea fatalista, pero diría que la sobreinformación ha provocado un aumento de la frustración y de la desesperanza. También ha incrementado el grado de estupidez en la toma de decisiones. Los medios de comunicación fabrican miles de noticias cada día con el propósito de atraer al mayor número posible de lectores. Cuanta más audiencia acaparen, más ingresos publicitarios recibirán. Eso ha provocado que haya periodistas que se dediquen a redactar múltiples noticias a la semana con temas 'virales' o llamativos. La normalidad no resulta tan interesante como los sucesos truculentos, alarmistas o curiosos. Un análisis sobre la situación de los mercados de deuda nunca convocará a tanta audiencia como el ajuste de cuentas entre varios miembros de bandas latinas, el último vídeo protagonizado por un gato; o un artículo sobre los alimentos con un mayor poder afrodisíaco.

Recuerdo que, en agosto de 2016, un periódico de tirada nacional publicó en su edición digital un artículo sobre la isla de Sentinel del Norte, que está poblada por una tribu que aniquila a flechazos a todo aquel que osa acercarse a sus playas. Unos meses después, ese mismo diario advirtió de los riesgos que entrañaba una nueva forma de tomar el sol, que consistía en broncearse el trasero. Dado que esa zona es muy sensible, algunos bañistas acudieron a urgencias con quemaduras de gravedad. Ambas informaciones figuraban en la primera posición en la lista de las más leídas. La de los indios agresivos, durante una semana entera.

El periodismo ha cambiado desde que se desató la fiebre por el clickbait. Es decir, por aumentar el dato diario de audiencia a toda costa. No todo ha empeorado, dado que el incremento de la competencia en el sector periodístico ha provocado que se levanten algunas barreras informativas que habían impedido, durante varias décadas, ofrecer información incómoda para determinadas empresas e instituciones, tanto por interés político como comercial. Sin embargo, los profesionales de la información viven actualmente con la lengua fuera. Su carga de trabajo es excesiva y su capacidad para investigar o reflexionar, muy limitada. 

La crisis de 2008 y el descenso de la inversión publicitaria situaron a los grandes grupos de medios de comunicación al borde de la quiebra, lo que obligó a reducir de forma considerable el número de efectivos en las redacciones. La revolución digital se produjo en paralelo al reajuste del sector. ¿Y qué implicó el paso de los formatos tradicionales a los 'luminosos'? Que los periódicos dejaran de ser finitos. Las portadas de los diarios digitales están compuestas por decenas de noticias que son escritas a destajo por equipos muy pequeños. El estrés es epidémico los problemas digestivos, las jaquecas o los divorcios, fenómenos frecuentes y predecibles.

Los periódicos se editan cada vez de forma más irreflexiva y eso traslada a los lectores una imagen demasiado brusca, fatalista y deformada de la realidad, lo que provoca en la opinión pública un estado de preocupación constante. Recibe advertencias constantes a través de los medios de comunicación, que le hablan de la prima de riesgo, la crisis climática, el desabastecimiento, la inflación, la guerra mundial, los ataques bacteriológicos, las cepas de covid-19, el populismo... De Ese bombardeo estimula la alarma interior -esté justificada o no- y todo deriva en ansiedad.  Por eso, cuando un diario sensacionalista se refiere a los cultivos de aceite de girasol en Ucrania, los ciudadanos corren hacia los supermercados.

Esta novela versa sobre historias ficticias dentro de un mundo real, en el que la corteza terrestre cada vez parece más líquida y ardorosa. El maravilloso fenómeno de la globalización ha derribado algunas fronteras y aproximado a los humanos a sus antípodas. Sin embargo, también ha acercado problemas cuya existencia se desconocía -o apenas si resultaba anecdótica- durante la 'era analógica' y eso ha provocado que las sociedades estén más preocupadas. Un sentimiento que, sin duda, siempre aviva la nostalgia, que en esta ocasión sugiere que el pasado era más tranquilo, lento y feliz. 

La obra aborda el tema de las raíces y de las dificultades para desarrollarse que encuentran en el mundo actual, que parece disponer de una capacidad de mutación mucho más rápida que nunca. Los personajes de Alfredo y Mariana tratan de arraigar, pero se mueven sobre terrenos pantanosos y ácidos en los que adaptarse requiere de una gran capacidad para resistir algunos fenómenos indeseados.

Reconozco que alguna vez fui Alfredo, pero de eso hace mucho tiempo. En realidad, no tengo claro que lo haya dejado de ser por completo, pero puedo decir que el amargor que impregna a este personaje me resulta hoy improcedente. No hay un sabor más absurdo y fácil de sustituir; y no hay nada más estúpido que caer en la frustración cuando los proyectos vitales se vienen abajo. Es lo que le ocurrió a mi generación, la de aquellos que llegaron al mercado laboral durante la 'gran recesión'. Y esa ira es común entre quienes aspiraban a alcanzar grandes objetivos tras terminar la universidad. 

Es el fallo más común de los idealistas, a quienes, por alguna razón, todavía se respeta e incluso loa. Escribió E.M. Cioran que los rufianes y los estafadores son mucho menos peligrosos que los soñadores. Los primeros actúan a pequeña escala. Rapiñan, engañan y causan mal a personas concretas. Los otros son los responsables de los grandes períodos de dolor y muerte de la humanidad.

Alfredo es un soñador dentro de un mundo corrompido, como es el del periodismo -basta ver a los contertulios de las principales cadenas para apreciar que se limitan, en muchos casos, a recitar argumentarios de partidos políticos-. También es el ciudadano de un país que se sostiene sobre unos cimientos cada vez más endebles y que está afectado por enfermedades degenerativas que tienen difícil cura. Alfredo no es sólo el autor de esta novela. Representa a una generación a la que le hicieron creer en la meritocracia, pero que con el paso del tiempo comprobó que ese concepto no existe. Es un perdedor. Alguien que se siente en su día a día como ese ratón que corre, pero no avanza, dentro de una rueda que se mueve a gran velocidad.

Es un periodista que es cómplice, culpable y, a la vez, víctima de la sobreinformación. De la que ha generado sociedades irreflexivas, preocupadas y más infelices que cuando eran ignorantes de todos los peligros que acechan... y que rara vez llegan, pero que aterran.

'Perro come perro', del periodista Rubén Arranz, se publica el próximo 26 de octubre en Círculo de Tiza.

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