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Cultura

PREMIOS

Luis Mateo Díez: el niño de la Edad Media que ama la literatura y detesta la nostalgia

El prestigioso escritor leonés devuelve la alternancia al Premio Cervantes

Luis Mateo Díez, premio Cervantes 2023
Luis Mateo Díez, premio Cervantes 2023

Sonaban muchos nombres de lo más diverso. Entre ellos, Enrique Vila-Matas, Luis Landero, Antonio Muñoz Molina, Soledad Puértolas y Félix de Azúa. Al final, fue Mateo Díez: vuelve la alternancia tras Cristina Pieri Rossi y se rompe el dominio de los poetas, que llevaban triunfando cinco ediciones consecutivas. El galardón de la edición 2023 es para un clásico leonés, académico desde 2001 y que ganó el Premio Nacional de Narrativa con Las fuentes de la edad (1986) y fue Premio de la Crítica con El precio del cielo (1999). Resumimos su trayectoria en cinco conceptos clave.

Vocación total

“Creo que la ficción, para mí, es un elemento crucial de mi vida. Puedo decir que vivo para escribir y escribo para vivir, pero eso me ha hecho tomar conciencia de lo importante que es, no ya para hacer una obra, sino para tu propia vida, para entender las cosas que te pasan, el galimatías de los sentimientos, el sentido que tienen las frustraciones, las contrariedades, la desgracia, la alegría, el placer. Todo eso, desde el propio mundo de la ficción, es muy importante. La novela le da a la vida complejidad. Yo creo que las grandes ficciones son elemento crucial de nuestra lucidez; esas formas de vida que sólo están en lo imaginario pero que pueden ser tremendamente intensas. Uno recuerda a Ana Karenina, a la Regenta, a Fortunata y Jacinta… y son seres humanos que pertenecen a lo más vivo de tu experiencia vital. Todo eso enriquece tu propia vida. Y yo creo que sí, según me he hecho mayor, me he vuelto más prolífico porque he podido. Ser prolífico no es seña de identidad de calidad ni de nada. Puedes ser Galdós, que era infinito, o puedes ser Juan Rulfo, que con tres cosas era más grande que nadie”, explicó en Zenda en 2019.

Madurar

“La infancia marca, es el tiempo mítico del hombre, que decía Pavese. En mi caso, el proceso de crecimiento —infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez— ha sido de deconstrucción. He ido deconstruyendo lo que venía de atrás, no con una valoración negativa, pero me he encontrado con un niño aborrecible que no me gusta nada y con un adolescente que andaba por León y era irresoluto y mal estudiante. Con la madurez empieza a haber cosas más interesantes. En la vejez se puede encontrar algún apunte de felicidad, entendida como tranquilidad. Te quedas solo y la condición de solo no está mal”, explicó el año pasado al Diario de León.

Oralidad comunitaria

"Tuve la suerte de vivir en ámbitos concretos y vecinales porque crecí en un valle perdido, así que estoy más cerca del niño de la Edad Media que del niño de la edad tecnológica. En aquella época había algo atado a la tierra y a la supervivencia, además de la posguerra y los residuos de un sufrimiento colectivo, asunto difícil de entender para un niño. Sin duda, ese caudal forma parte del subsuelo de mi escritura. La cantidad de voces que hay en mi obra es el resultado de todas las voces que he escuchado. En definitiva, aquellos tiempos no eran buenos para nada, pero ahora que soy mayor considero que el olvido es más piadoso que la memoria”, compartió en 2022 con El Cultural.

Contra la nostalgia

“Soy tan optimista que soy muy pesimista. La marcha de los tiempos acarrea evoluciones y liquidaciones por derribo. La mayoría de los pueblos que yo puedo recordar de mi infancia están mejor muertos que vivos. No sé por qué a nadie se le ocurrió hacer un pueblo en un sitio inhóspito, horrible, de donde apenas se podía salir, y hacer que la gente se amoldara a un tipo de supervivencia en la penumbra y el desarraigo, ajeno a cualquiera de los bienes del progreso.

Esto dicho así puede ser muy radical, pero es que yo tengo ciertas visiones personales para pensar que la naturaleza es el pasado del hombre. Es una hermosura, y hay que volver a ella, pero yo no tendría ninguna necesidad de vivir en la naturaleza. Soy tan escéptico en eso que a veces digo, como un chiste, que me gusta más una farola que un árbol”, confesaba a Uppers hace dieciocho meses

Contra la política actual

“Da la impresión de que nos están gobernando los peores de cada casa. Y no me refiero solo a Trump, aunque la sola existencia de ese señor como presidente del país más poderoso del mundo te deja perplejo y hundido en la miseria. El que va a la política debe tener una formación, unas cualidades y sentido común. Exige cierta categoría, pero hemos vivido una gestión europea desastrosa de la pandemia, mientras que en España se ha hecho lo que se ha podido”, opinaba en El Comercio.

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