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Cultura

Arte contemporáneo

¿Con qué sueñan los artistas nacidos al borde del año 2000?

La exposición 'El dormitorio: centennial bedroom art' asume riesgos y sale airosa en Centro del Carmen de Cultura Contemporánea (Valencia)

Fue un runrún lento pero constante, donde cada pocas semanas alguien comentaba que le había encantado la idea o la visita a El dormitorio: centenial bedroom art. La primera vez que me hablaron de esta exposición fue en Arco, señalando que el estado sonámbulo de la feria madrileña hacía contraste con el planteamiento fresco de la apuesta valenciana, que acoge y analiza la mentalidad de los creadores más jóvenes, nacidos entre 1995 y 2005. El título de la expo alude a la habitación adolescente, lugar de nuestros sueños antes de ingresar al mundo adulto.

Hay que felicitar a la comisaria Clara Barral, así como a sus colaboradoras en el concepto y diseño Vera Martín Zelich y Esther Merinero. Una apuesta así podría haber salido mal, ya que al trabajar básicamente con obras digitales y/o baratas el público puede pensar que no hay mucha diferencia entre acudir y verlas en la pantalla, desde casa. El primer acierto es la sala: un espacio monumental de mil metros cuadrados con techos de diez de alto (a ojo de buen cubero). Manda en el centro una enorme cama (intervenida por Wecolors) para el programa de actividades. El espacio se anima con unas cuantas prendas desperdigadas, obra de Isabella Benshimol, que transmiten una sensación sudada y enmarañada, como en la vida real. Los artistas que van pasando por la cama para sus actuaciones dejan pósteres y recuerdos personales, modificando el espacio con cada actividad, como pudo comprobar Vozpópuli.

Adicción versus fascinación

La exposición refleja el lado adictivo de las nuevas tecnologías, el modo en que nos acompañan desde que nos levantamos hasta volvernos a dormir. Incluso se puede decir que se glamuriza su uso como símbolo de juventud y creatividad. Pasamos de la Sala de Filtros a la Sala Tik Tok y de allí a la Sala de Música, con sus listas de Spotify. Las marcas registradas de los grandes monopolios de Silicon Valley forman parte de nuestra vida cotidiana y ya no los vemos como entidades comerciales, sino como compañeros cotidianos. Lo curioso es que El dormitorio, partiendo de estas premisas tecnófilas, consigue articular la experiencia de manera colectiva, en el sentido en que los visitantes suelen venir en grupos, reírse bastante y comentar abiertamente su relación con los conflictos tratados. Y eso ya es algo.

Se intuye una intensa melancolía generacional y una revalorización del 'hazlo tú mismo', no solo en referencia al punk sino incluso al tricotado de nuestras madres y abuelas

Estamos ante una exposición que crea vínculo con el visitante, no solo colándose con frecuencia en su móvil, sino a través de un programa de actividades que favorecen que el público vuelva varias veces, viviendo distintas experiencias (charlas, performances, conciertos de músicos del interesante proyecto CCC Music Lab) . La relación problemática con el culto a las pantallas se hace evidente al llegar al muro rosa del artista Paul Smith (Sala Instagram #Pinkwall), que quiso instalar en Los Ángeles un fondo perfecto para hacerse selfis. Aquí se reproduce este muro, pero con la pintada que dice “Go fuck yr selfie” ("Jódete tú y tu selfi"), que alguien hizo en la obra de Smith y que posteriormente fue borrada. Las redes sociales como campo de batalla cotidiano.

Otro cuestionamiento posible, en parte legítimo, sería señalar la cercanía de la exposición con la lógica de las revistas de tendencias anglosajonas. Claro que siempre será mejor esto que el bucle melancólico en el que andan atrapados la mayoría de los museos, tratando de apostar por nombres consagrados y archisabidos que les inflen las cifras de visitantes. Juntar en una misma exposición nombres como WeColors, Elizabeth Duval, Isabella Benshimol, Inés Sistiaga y Conelli, entre otros, convierte el resultado en algo que da pistas sobre futuras mutaciones de la estética pop, tanto si las encontramos atractivas como si no. Aquí podemos intuir varias tendencias relevantes, desde la tecnología como prolongación del cuerpo hasta una intensa melancolía generacional -no incompatible con el hedonismo nocturno-, o una revalorización del 'hazlo tú mismo', no solo en referencia al punk sino incluso al tricotado de nuestras madres y abuelas.

Aquí conviene hacer un apunte histórico: en los discursos sobre la expo suele aparecer el concepto “democratización del arte”, referido a que los nuevos creadores pueden trabajar en 2021 sin necesidad de disponer de un gran estudio y un amplio presupuesto, aprovechando lo accesible de las herramientas digitales. Aunque no sea rechazable hablar de “democratización”, ya que algo de eso hay, en realidad estamos ante otro fenómeno que consiste en que el vertiginoso avance de las tecnologías vinculadas a la publicidad, la televisión e Internet han convertido el arte contemporáneo en algo tremendamente antiguo. Ya nos avisó de esto el historiador británico Eric Hobsbawm en su excelente conferencia A la zaga: decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX (1998, Crítica). De ahí gran parte de la crisis actual de los museos.

Que muchos jóvenes artistas coincidan en hacer arte desde sus habitaciones, usando pósteres antiguos, ovillos de lana y camaritas digitales no es un avance ‘per se’, sino una señal de lo aislados que estamos y de la creciente comercialización del espacio público, que empobrece nuestras vidas sociales. Es algo que ha explicado muy bien el filósofo Fernando Broncano en su libro Espacios de intimidad y cultura matrerial (2020, Cátedra). En el fondo, esto es lo que cabe pedir a una exposición: que asuma riesgos y que encare los debates calientes de su tiempo.

Posdata: La exposición se clausura el 17 de octubre. Es mejor no visitarla entre las 14 y 16 horas porque en esa franja se recargan los diversos gadgets electrónicos relacionados con las obras.

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