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Cultura

El siglo del barón Thyssen

El próximo martes se cumple el centenario del nacimiento de uno de los principales coleccionistas y mecenas europeos

Retrato del barón H. H. Thyssen-Bornemisza 1981 - 1982 Óleo sobre lienzo. 51 x 40 cm Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

Hans Heinrich Àgost Gábor Tasso Freiherr von Thyssen-Bornemisza de Kászon et Impérfalva (Scheveningen, La Haya, 1921 - España, 2002), el barón Thyssen, nació un 13 de abril de 1921, hace ya un siglo. El menor de cuatro hermanos y heredero de una de las mayores fortunas europeas de la segunda mitad del siglo XX, llegó al mundo en un pequeño pueblo de pescadores. Su biografía resume a uno de los más grandes coleccionistas de arte de su tiempo, figura ineludible del mecenazgo en España y en ocasiones oscuro personaje de un continente vapuleado por el nazismo, con el cual se le vincula. Su colección personal fue adquirida por el Estado español en 1993. Así nació la Fundación Museo Thyssen Bornemisza, una de las pinacotecas más importantes de España y en la que se exhibe un recorrido por la historia de la pintura europea desde sus inicios en el siglo XIII hasta las postrimerías del siglo XX. 

Duccio, Van Eyck, Carpaccio, Lucas Cranach, Durero, Caravaggio, Rubens, Frans Hals, Van Gogh, Gauguin, Kirchner, Mondrian, Klee, Hopper, Rauschenberg... son algunos de los grandes maestros de la Historia del Arte que forman parte de ella. La Colección Thyssen-Bornemisza, que se expone en el museo de forma permanente desde su apertura en 1992. Además de esta, se exhibe la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, propiedad de Carmen Cervera, viuda del barón, a quien su marido dejó 240 obras que permanecen en depósito en el museo desde 2004, a pesar de los intentos de Cervera por venderla al Estado -operación que no se concreta- o disponer de ella.

En julio de 2013, y ante su necesidad de "conseguir liquidez", Carmen Thyssen vendió en una subasta celebrada en Londres el cuadro La esclusa ("The lock") de John Constable, una de las joyas de su colección privada. La obra alcanzó los 27,89 millones de euros. Su ausencia supuso un revés para el corpus de la colección, que incluye la pintura holandesa del siglo XVII; el vedutismo del siglo XVIII; el paisajismo naturalista del XIX, tanto francés como norteamericano; el impresionismo, el postimpresionismo y las primeras vanguardias del siglo XX.

Mientras los responsables dicen avanzar en una negociación, el museo ha diseñado un programa expositivo para honrar al fundador de la institución. Una de sus iniciativas más vistosas ha sido el impulso de una política de gratuidad del acceso, que durará hasta la apertura al público de la exposición de Georgia O'Keefe, una esperada retrospectiva por la obra del artista estadounidense y que se inaugurará el próximo 20 de abril.

Thyssen y la cultura en España

El barón heredó en 1947 la colección de su padre, la completó con la adición de nuevas obras maestras del arte clásico y, para asegurar la unidad de esta, puso en marcha primero el alquiler y luego la venta de la colección al Estado español. Casado en 1985 con Carmen Cervera, con quien traspasó el Telón de Acero en un intercambio cultural con la URSS sin precedentes en la historia, protagonizó el mayor traslado de obras de arte hasta ahora conocido con la llegada al Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, en 1992, de su colección privada. En sus memorias, publicadas por Planeta en 2015, el barón Thyssen revela detalles de esas operaciones y del ámbito del coleccionismo de obras de arte.

En ocasión del aniversario del nacimiento de Thyssen, Juan Ángel López-Manzanares, comisario del centenario, ha manifestado en sus declaraciones a distintos medios de comunicación la importancia del barón como mecenas y divulgador: “No solo completó la colección de su padre, sino que la hizo actual con adquisiciones de arte moderno. Asimismo, la abrió al público y facilitó que mucha gente pudiera disfrutar de ella a través de exposiciones y estudios especializados”. A eso se suma una concepción de conjunto: "Quiso que sus obras permanecieran unidas y quiso, también, compartirlas”, lo que le llevó a firmar, en 1988, un acuerdo de préstamo –que se convertiría en venta definitiva cinco años después– de su colección al Estado español. ¿Por qué a España? El papel de su esposa, Carmen Cervera, “fue determinante”, según este experto, que también califica la decisión de traer la colección a España como “una de las mayores contribuciones modernas a la cultura de nuestro país”.

Aquella operación marcó un antes y un después en el patrimonio cultural de España, que ha experimentado un estancamiento con el paso del tiempo. Desde hace casi veinte años, el sector cultural espera un nuevo texto que regule el mecenazgo. Cada día se necesitan más y mejores mecanismos de financiación y promoció cultural, o al menos un estado cuya política fiscal en la materia conceda a museos, archivos y creadores incentivos fiscales para promover el coleccionismo. Actualmente en España, en materia de mecenazgo, existe la ley de 2002, que permite a los particulares desgravar hasta un 25% de IRPF de lo aportado a instituciones artísticas; en el caso de las empresas, la parte del impuesto de sociedades devuelta llega hasta el 35%. A ese instrumento se suma parte de la (insuficiente) tipificación fiscal en la cultura contenida en la reforma fiscal de Cristóbal Montoro.

Capítulo baronesa

Tras el aplazamiento, una vez más, de las negociaciones entre el Museo Thyssen Bornemisza y el Gobierno sobre la situación actual de su colección, un desenlace sobre el asunto parece cada vez más remoto. El origen de la colección se remonta a mediados de los ochenta, cuando el barón Hans Heinrich formalizó un acuerdo con sus hijos para evitar la dispersión de la colección de su padre, que él había ido aumentando. De esa separación surgió la Colección Carmen Thyssen. El préstamo de esta al Estado se firmó en 1999 por diez años y se fue actualizando de forma anual desde 2011.

En 2016 se renovó la cesión por seis meses y desde enero de 2017 se han ido sucediendo distintas prórrogas de entre tres y seis meses. Uno de los escollos, según ha trascendido, tiene que ver con las ofertas económicas. Según Carmen Thyssen, su colección está valorada en mil millones de euros. El Estado tiene una valoración más modesta, que en su momento alcanzó los 500 millones de euros. Hasta comienzos de 2020, antes del estallido de la pandemia, las negociaciones para asegurar la permanencia de la colección en el museo dependían directamente de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. Meses después, la situación parece no haber cambiado.

Carmen Thyssen aseguró que las negociaciones, cuyo último plazo concluía el 30 de junio de 2020, se habían prorrogado "unos meses" y que estaba "contenta" con el desarrollo de las mismas. El director del museo, Guillermo Solana, reforzó la línea de esas declaraciones y subrayó el interés por que las obras continúen en la sede del museo. "Tita quiere que la colección siga y el Gobierno quiere que la colección siga (…) Lo que no sé es cuando o de qué manera se va a firmar ese acuerdo que estabilice esa continuidad, pero la voluntad está ahí. Lo que la baronesa quiere encontrar un acuerdo mejor para firmarlo por diez años o por más". El asunto sigue aún sin resolver. 

Un pasado familiar

La familia Thyssen ha tenido que hacer frente en más de una ocasión a las investigaciones y publicaciones que los identifican con el nazismo. El escritor británico David R. L. Litchfield, en su libro La historia secreta de los Thyssen (Temas de Hoy, 2007) adelantó y describió las conexiones de la familia con los jerarcas del nazismo. Fundada por August Thyssen en el siglo XIX, la familia se dividió en dos ramas, la de los hermanos de Fritz y Heinrich Thyssen, este último el representante de la rama española de la dinastía y que, tras asentarse en Hungría, se mudó a Holanda. Al primero se le vincula con el nazismo. Fritz Thyssen es reconocido hoy como el único alemán de la familia, hasta el punto de describirlo como uno de los que financió el partido nazi alemán (NSDAP) en sus primeros años.

La polémica judicial por la pintura Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, de Camille Pissarro, que el barón Thyssen adquirió en los años setenta, ha dado ocasión para retomar estos asuntos. Y aunque ese en concreto se zanjó en los Tribunales (la Fundación podía quedarse con la obra, que fue producto del expolio nazi) da aún de qué hablar. El argumento que usó el museo para reafirmarse en su posición tras las sentencias judiciales ha quedado reflejada en los comunicados de la institución: "El Barón Thyssen-Bornemisza adquirió la pintura de buena fe en 1976 y la Fundación, a su vez, compró la pintura de buena fe en 1993 -donde ha estado siempre en exhibición al público-".  

La historia en concreto de este Pisarro es larga y accidentada. El lienzo forma parte de la exposición de la colección permanente del museo Thyssen desde el año 1992. Al año siguiente, ésta fue expuesta durante algún tiempo sin levantar polémica. En el año 2000, mientras el fotógrafo Claude Cassirer, nieto de la aristócrata Lilly Cassirer paseaba por la primera planta del museo, descubrió el lienzo que había pertenecido a su abuela, así que decidió acudir a los tribunales y exigir su inmediata devolución. Todo ocurrió hace más de medio siglo.

Lilly Cassirer Neubauer debía conseguir cuanto antes un visado falso para salir de Alemania. La aristócrata se dio cuenta al instante de que nada la salvaría de ser deportada a un campo de concentración, excepto ese papel. Abundaban entonces el expolio y requisas de las SS a los judíos de la ciudad y debía darse prisa. El visado costaba dinero, y mucho. Así que decidió malvender el cuadro para salvar la vida y pagar el documento. Le dieron 360 dólares por él. A cambio, consiguió sus papeles. El Pisarro, que quedó en el camino como un daño colateral de lo que podría haber sido una muerte segura, volvió a ser noticia cuando un juez de California reabrió el caso y pidió al museo Thyssen de Madrid su devolución a la familia de Cassirer Naubauer.

La historia de reclamaciones judiciales de este lienzo viene de lejos y tiene no pocos episodios. Tras la guerra, Lilly Cassirer exigió al gobierno federal alemán la devolución de la obra. Este la reconoció como su propietaria legal y le entregó 120.000 marcos como compensación. El Pisarro apareció en EEUU en 1951, cuando fue comprado por el coleccionista de arte Sydney Brody. Casi 30 años más tarde, el cuadro fue adquirido por el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, concretamente en el año 1976; el valor de compra llegó a los 276.000 dólares. En todos esos años, la obra permaneció como parte de la colección particular del barón, donde aún permanece.

La matanza de Rechines

Además de ese cuatro existen otras historias de la familia Thyssen. En la noche del 24 al 25 de marzo de 1945, Margit von Thyssen y su marido, el conde húngaro Ivan Batthyány, invitaron a su castillo a los jefes locales del partido nazi, a miembros de la policía política, de la Gestapo, de las SS y de las Juventudes Hitlerianas. Comenzaron descorchando champaña y terminaron ante una fosa abierta, rematando de un disparo a 180 judíos. ¿Qué ocurrió aquella noche? ¿Fue el alcohol? ¿O las demasiadas copas sólo agitaron algo que ya estaba ahí? Sacha Batthyany, sobrino-nieto de la hermana del barón, quiso saber qué había ocurrido, así que, guiado por el diario de su abuela, reconstruyó lo ocurrido en el libro La matanza de Rechnitz: Historia de mi familia (Seix Barral), el cual fue editado en España con traducción de Fernando Aramburu.

"Margit era la Thyssen multimillonaria y alemana; él, el conde húngaro venido a menos. Era alta, con un torso robusto sobre piernas delgadas. En mi recuerdo lleva siempre un vestido abotonado hasta el cuello y fulares de seda con dibujos de caballos”, escribe Sacha Batthyány, quien, al extraer de sus recuerdos la imagen de su tía, aboceta la oscura anécdota de aquella fecha. "Después de su muerte, raras veces hablábamos de ella y mis recuerdos relativos a los almuerzos en el restaurante se difuminaron hasta el día en que, leyendo el periódico, tuve noticia de aquella localidad austriaca llamada Rechnitz. De una fiesta. De una matanza. De ciento ochenta judíos que, antes de ser asesinados, tuvieron que desnudarse para que sus cadáveres se descompusieran con mayor rapidez. ¿Y tía Margit? Estaba envuelta en el asunto".

Todo ocurrió, según cuenta Batthyány, en cuestión de segundos. Mientras disfrutaban de la velada, los comensales comentaron que a la ciudad habían llegado cerca de 200 judíos de Hungría para cavar una zanja que permitiera frenar el avance del Ejército Rojo. La mayoría estaban enfermos de tifus, relata el libro. Trece de los invitados a la fiesta, enardecidos y presa de una extraña euforia, se apuntaron al plan. Eran las once de la noche. Ni siquiera se quitaron el frac. Así que se presentaron en el lugar y les dieron muerte. 

Posar para Lucian Freud

Su interés por el arte, aunque tardío, fue firme. La prueba es este lienzo. El 26 de julio de 1981 el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza se dirigió por primera vez al estudio londinense del pintor Lucian Freud, junto a Notting Hill Gate, para iniciar la primera de las largas e incontables sesiones de pose para este retrato, finalizado en octubre de 1982. A partir de ese momento, el pintor y el coleccionista entablaron una estrecha y duradera relación que les llevó a dialogar sobre pintura y a contrastar sus respectivos gustos artísticos. Para el barón Thyssen, que posaba por primera vez como modelo, fue una experiencia inolvidable; para el artista, un nuevo motivo de inspiración para su obra posterior. Durante todo ese tiempo, Heinrich Thyssen acudió puntualmente a sus citas, y Freud, un pintor pausado y laborioso, avanzaba lentamente en la ejecución del retrato. Como en otras ocasiones, Freud colocó a su modelo muy cercano a su ángulo de visión, con 

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