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Cultura

Arqueología contemporánea

Arqueología de la guerra: de los cuchillos del Paleolítico al frasco de perfume femenino de un frente de la Guerra Civil

El investigador del CSIC Alfredo González-Ruibal acaba de publicar 'Tierra arrasada. Un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI'

Cráneo del siglo XIV. Visby (Dinamarca).
Cráneo del siglo XIV con el almófar puesto. Visby (Dinamarca).

Comenzó excavando en Alesia, donde hace más de 2.000 años César venció al galo Vercingetorix, y lleva más de una década desenterrando el pasado de la Guerra Civil española, entre otros conflictos contemporáneos del resto del mundo. El investigador del CSIC Alfredo González-Ruibal, conocido en Twitter como @GuerraenlaUni, ha conseguido que muchos usuarios en redes comprendan que la arqueología no es solo cosa del mundo antiguo y que es igualmente interesante desenterrar una punta de flecha del Neolítico, bidones de combustible con esvásticas en las playas de Normandía, o un cochecito de juguete en una chabola de Vallecas. Dichos restos materiales de épocas contemporáneas sirven para confirmar lo que ya sabemos por la Historia, para matizarla y hasta contradecirla. También para acercarnos y humanizar a los protagonistas de historias como la del hombre que se aferra a un rosario antes de ser ejecutado o el soldado que huele el bote de perfume de su novia antes de la batalla. Nuestra cultura material, los objetos entre los que vivimos a diario, explican nuestro nivel de vida, nuestros gustos, sueños y aspiraciones. En el caso del pazo de Meirás, investigado por González-Ruibal tras la devolución al Estado, mostraba las aspiraciones a la realeza de Franco y Carmen Polo en detalles como las sábanas bordadas con el monograma real con la letra "F" o en el expolio de los escudos nobiliarios del resto de pazos. El científico atiende a Vozpópuli en una entrevista tras la publicación de Tierra arrasada (Crítica) en el que hace un repaso a la historia de los conflictos armados desde el el punto de vista de la arqueología.

Pregunta. Habla de la sublimación de la guerra con sus representaciones artísticas, desde hachas decoradas, versos homéricos o cuadros a caballo. En sociedades como la actual en la que oficialmente se repudia la guerra, ¿se busca esta sublimación? ¿cómo se consigue?

Respuesta. Yo creo que sí, porque es inevitable. La guerra es una gran transgresión, es la mayor transgresión que podemos imaginar, porque consiste en matar gente y destruir. Es la inversión de nuestra vida cotidiana. Para poder llevar a cabo la guerra lo que hacemos es sublimarla en la tecnología contemporánea. Si uno ve un caza, un bombardero o un fusil de asalto, son hermosos, son atractivos. Es inevitable no sentirse atraído por la estética. Yo creo que hay un elemento estético en las armas que seguramente sea más o menos inconsciente pero que nos ayuda a sobrellevar el hecho de la guerra.

P. ¿Y como justificación de la guerra? ¿Expandir la democracia o ideas similares?

R. Sí, lo que pasa es que yo creo que el discurso solo es difícil. Para construir una guerra solo sobre un discurso por muy convincente que sea, aunque te la creas al 100%, necesitas algo más. Un caso muy evidente es el de la invasión de Ucrania por Rusia ¿Por qué la Zeta de la invasión? Porque es un símbolo con el cual la gente se puede identificar.

P. Desde un punto de vista arqueológico, ¿ha encontrado algo en común entre los restos de una guerra de la Edad de hierro con la Segunda Guerra Mundial? 

R. Hay cosas que se repiten a lo largo de la historia. Una de las cosas en las que intento hacer hincapié en el libro es en esos elementos arcaicos que tienen todas las guerras. Normalmente nos fijamos siempre en lo que cambia de una guerra, en la guerra de Ucrania, ¿qué es lo nuevo? Los drones, entonces todas las noticias son sobre los drones. Sin embargo, en la guerra de Ucrania vemos cosas que son muy arcaicas, vemos trincheras que son como las de la Primera Guerra Mundial, o la gente sigue utilizando cuchillos de combate...

P. Repasando el libro, vemos que sociedades no conectadas, como la precolombina, asiáticas, europeas… comparten las razias, estas grandes masacres civiles. 

R. Sí, es un fenómeno completamente global. La cuestión es que se da solo en circunstancias muy peculiares. No es lo habitual, lo habitual es que a la guerra o a la violencia se le ponga límite. Entonces lo que nos tenemos que preguntar es en qué contexto se da esa violencia extrema, en qué contexto está bien masacrar mujeres y niños. Y suelen ser en contextos muy específicos, contextos de mucho estrés social, donde haya un conflicto social muy grande, que tiene que ver, por ejemplo, con cuestiones ideológicas. Si tú deshumanizas al contrario, porque consideras que es menos que humano porque sus ideas te parecen aberrantes, por motivos religiosos o políticos es más fácil que estés dispuesto a matarlo, a él y a toda su familia.

P. Cuenta una historia fascinante de un ladrillo con las islas VOC ¿Qué nos cuenta ese ladrillo? ¿Cómo es encontrar ese ladrillo en la zona en la que se encuentra? 

R. Es una historia de globalización. Es una historia que tiene 300 o 400 años, pero conecta perfectamente con nuestro momento presente. Es el ladrillo de un puerto holandés que establecen probablemente hacia el año 1600 en el Golfo de Guinea, en una zona que los holandeses no controlaban. Lo único que hacen es establecer un enclave para poder conectar a Europa y el este de Asia donde ellos tenían sus colonias. De lo que nos está hablando ese ladrillo es de la capacidad que tienen los poderes europeos, a partir del siglo XVI, de desplegarse en los sitios más remotos, en los ambientes más hostiles, y con una inversión mínima. Un puerto holandés en el siglo XVII es lo más parecido a una base estadounidense en Afganistán en el siglo XXI. No necesitas, como los romanos, tener una tremenda infraestructura y desplazar a millones de personas.

P. Si no recuerdo mal ese bloque se hizo en Países Bajos.

R. Efectivamente, los materiales de construcción, se fabrican en los Países Bajos, se meten en el barco y se mandan a Indonesia, Guinea o Sudáfrica. Nuevamente, muy parecido a lo que pasa ahora con las bases americanas Los americanos meten en un barco hasta el Mc Donald’s.

P. La Guerra de los Treinta Años inicia la Guerra Total, que tanto veremos luego en siglos más recientes ¿Cuál es el principal cambio de esta Guerra Total Con respecto a las razias de la Prehistoria o de la Edad Media?

R. En realidad, en la Guerra de los Treinta años tenemos razias insertas, dentro de un conflicto mucho más complejo, mucho más organizado desde un punto de vista logístico, centralizado… Pero los efectos sobre el terreno son muy parecidos. Lo que tenemos, sobre todo en la zona de Centroeuropa, en el sur de Alemania, en Bohemia, en la República Checa, muchas veces son partidas de soldados, de mercenarios que se mueven por el territorio saqueando y masacrando. En realidad es muy parecido a lo que sucedía hace 5.000 años ¿Qué pasa? Hay unas tecnologías más desarrolladas que permiten causar más violencia, las armas de fuego. Y por otro lado, hay una ideología detrás que no había hace 5.000 años, un conflicto entre protestantes y católicos que hacen que el enfrentamiento sea más violento. 

P. ¿Luego, en la Vendée, supone una nueva escalada de generalización o barbarización de la guerra? 

R. Lo que significa es probablemente el origen de la violencia ideológica que tenemos ahora. Una guerra en la cual se masacra a los otros por cuestiones políticas, no religiosas. Obviamente, es un conflicto religioso, pero digamos entre un modelo religioso tradicional y un modelo republicano, pero esencialmente es una guerra ideológica, qué podemos tener en la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Civil.

P. Durante todos los capítulos del libro afirma que la guerra siempre transforma el paisaje y señala algunos elementos fruto de la guerra, como por ejemplo, el sistema de carreteras de Estados Unidos o, por supuesto, la chatarra espacial de la guerra fría. En ciudades como Madrid, ¿donde podemos encontrar elementos fruto de la guerra? 

R. Si uno va a cualquier ciudad europea, normalmente ve que los cuarteles militares, las bases y demás, están fuera de la ciudad. En Madrid lo tenemos en el centro. Ahí al lado está el Cuartel general del aire, la Escuela de guerra del ejército, están todos en el centro de Madrid... Todos los cuarteles que tenemos del siglo XIX al principio del siglo XX están en el centro por las Guerras Carlistas. En Madrid había miedo de que los carlistas pudieran llegar a Madrid y tomar la ciudad y hacerse con el poder. Lo que hacen es meter al ejército dentro de la ciudad. 

P. Usted hace mucha divulgación en redes sociales, en Twitter, y recibe muchas críticas sobre la utilidad de la arqueología contemporánea. ¿Por qué es necesaria una arqueología de la Guerra Civil?

R. Creo que hay temas sobre los que hay que conseguir hablar y hablar siempre. Nunca nos vamos a poner de acuerdo, es evidente. Pero a mí me gustaría que nos pudiéramos poner de acuerdo en lo básico. Nunca nos vamos a poner de acuerdo en por qué empezó la Guerra Civil, pero sí deberíamos ponernos de acuerdo en cosas como que los golpes de estado o las dictaduras son malas. En una democracia, creo que deberíamos llegar a ese mínimo común denominador y creo que revisar la historia es necesario. Creo que es necesario tener presente los episodios traumáticos de nuestra historia, para recordar los problemas que tenemos, para evitar caer en ellos y ver cómo podemos, a través del diálogo, evitar el conflicto.

P. Ha explicado alguna vez los problemas que le representaba a su equipo encontrar cadáveres. Creo que la mayoría de ellos eran del bando sublevado. No sabía qué hacer con ellos, ni tenían un protocolo específico. ¿Se ha solucionado este problema?

R. En las excavaciones arqueológicas que hicimos en Guadalajara, encontramos restos de varios soldados. La mayor parte, efectivamente, eran del bando sublevado. Desde el primer momento teníamos claro que lo que merecían era un enterramiento digno, no solo un enterramiento digno, sino con representación de las autoridades, porque eran soldados que murieron como parte de un ejército en una guerra en España. Independientemente de que uno pueda estar de acuerdo o no por los motivos por los que luchaban, como combatientes merecen un reconocimiento. Sin embargo, al final fue un acto realmente privado o personas del Ejército que acudieron a título individual. Pero no debería ser así, y creo que es representativo también de la dificultad que tenemos de reconciliarnos con nuestro pasado. 

P. Si ahora usted se vuelve a encontrar algún resto, ¿tiene algún procedimiento marcado? 

R. No hay ningún protocolo. Es un caso bastante único en Europa Occidental. No hay ninguna comisión que se encargue de los caídos en la Guerra Civil, de los caídos en general. Entonces, cada caso tenemos que resolverlo los arqueólogos y la sociedad civil como buenamente veamos, lo cual es un problema. Es mucho más fácil cuando tienes un protocolo y sabes cómo tiene que ser la tumba, qué es lo que tiene que poner en la tumba, dónde van a ir estas personas y crear un registro para que sus familiares puedan encontrar los restos.

P. El bote de perfume femenino en uno de los frentes de la Guerra Civil, ¿es el objeto que más le ha emocionado? 

R. Sí, es un objeto muy potente. Para mí, la arqueología del conflicto es una forma de conectar con la gente del pasado, de empatizar con ellos, de ponernos en su lugar. Y eso se consigue muchas veces a través de los objetos que ellos llevaban, no tanto los esqueletos, que quizás es lo que más llama la atención, ni las armas. Ya sabemos que en la guerra se utilizan armas, sin embargo, esos objetos nos devuelven algo de la humanidad. Y un bote de perfume que te ha entregado tu novia para que te acuerdes de ella me parece que le dan más humanidad a un soldado que cualquier otro objeto que nos podamos encontrar. Una medalla de San José y el niño que nos encontramos en otro frente de la Guerra Civil, asociado a los restos de un cadáver y que seguramente fue la medalla que le dio la abuela o la madre al chaval que salía al frente, me parece que humaniza a esa persona y que hace que lo veamos más cercano.

P. ¿Qué diferencias encuentra entre los yacimientos del bando republicano y el bando sublevado? Sin  contar con elementos obvios como la documentación o la procedencia de las armas ¿sería capaz de identificarlos por objetos? 

R. Se ve fácilmente por lo que estaban comiendo y lo que estaban bebiendo, y en eso no es muy distinto de cualquier yacimiento arqueológico. Normalmente, uno puede identificar grupos étnicos o culturales en el pasado por lo que comen y beben. Sucede lo mismo en sociedades contemporáneas. En los contextos de guerra, los republicanos estaban bebiendo brandy Peinado de Ciudad Real y los soldados sublevados estaban bebiendo vino de los bodegueros de Jerez de Pedro Domecq, González Byass, Osborne.

P. Respecto a la comida, ¿se alimentaban mejor algunos que otros?

R. A nivel de comida se ve muy bien en los contextos de finales de la guerra, a partir de finales del año 38. Nosotros excavamos en Madrid tanto contextos de un bando como del otro, en la Ciudad Universitaria. En las trincheras del bando sublevado, aparecen muchísimos restos de fauna, de huesos de animales. Aparecen huesos de vaca, de cerdo, de pollo, de oveja, bacalao, huevos... Estaban muy bien alimentados, tenían una buena dieta proteínica de carne. En las trincheras republicanas no aparece prácticamente ningún hueso. Para el final de la guerra se estaban alimentando de caldo, con algún trozo de carne flotando y fundamentalmente de garbanzos, arroz. 

P. Otro aspecto relacionado con este asunto que me parece fascinante es que comenta que la sociedad de consumo llegó a España en los frentes de la Guerra Civil o en Europa en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. 

R. Hay que tener en cuenta que a principios del siglo XX, el 50% de las sociedades europeas era población rural, campesina. Era una sociedad que los antropólogos llaman de bien limitado, de autosubsistencia. La gente tenía lo que producía, muy parecida a las de la Prehistoria. De repente, esta gente se ve reclutada, llevada al frente de una guerra industrial muy parecida a las guerras del siglo XXI, con toneladas de productos industriales. De latas con las que se estaban alimentando, las medicinas, los uniformes… Y aparentemente, en un volumen ilimitado, pierdes unas botas y te dan unas botas nuevas, acabas de comer una lata y tienes otra lata. Y esto tuvo que cambiar radicalmente la imaginación de los europeos en la primera mitad del siglo XX. 

P. Es probable que se comiera mejor en estos frentes que en las casas de la retaguardia.

R. Eso sin duda. Pero es que en muchos casos comían mejor que en la vida civil antes de la guerra. Hay muchos testimonios de gente que dice que ellos comieron carne por primera vez cuando fueron a la guerra. Hay gente que recuerda: "¡Qué bien comíamos en la guerra comparado con lo que vimos después!".

P. También estudió el pazo de Meirás tras la devolución al Estado. Lo describió como entrar en la tumba de Tutankamon. ¿Qué nos dice lo que encontró allí de los Franco?

R. Pues nos dice un montón de cosas, tanto de los Franco actuales como de los primeros Franco. Una de las cosas quizás más evidentes eran las aspiraciones reales que tenían tanto Francisco Franco como Carmen Polo. España oficialmente era una monarquía sin rey a la cabeza, pero Franco claramente se llegó a creer esa posición real. Las aspiraciones nobiliarias y reales de los francos se manifestaron a través de la cultura material, de los objetos. Del propio Pazo, Carmen Polo consiguió irregularmente los escudos de los distintos pazos gallegos que fue expoliando, las antigüedades que compraban o que les regalaban. Las sábanas de los francos tenían un monograma real, la "F" con una corona real. Dormir en unas sábanas en las que aparece tu nombre con una corona real dice mucho de cuáles son tus aspiraciones. Es un espacio muy privado, lo que aparece dentro de tu casa es lo que te crees de verdad.

P. ¿Y en los Franco más actuales? 

R. Se ve como una clase alta y esas aspiraciones nobiliarias que tenían Francisco Franco y Carmen Polo se acaban consolidando en sus descendientes. En realidad, su sueño era pertenecer a esa sociedad de clase alta, de la alta burguesía, de la nobleza de la época. Y al final, lo consigue. Los Franco se insertan en esa sociedad de clase alta, y eso también se ha hecho a través de la cultura material. Hay que decir que, por lo menos, lo que se veía en Meirás que Franco y su mujer tenían mejor gusto que de sus descendientes. No sé si había cosas más elegantes que se llevaron a su casa en Madrid, lo que se veía era un poco más el estilo de Corte Inglés, medio bajo. 

P. ¿Cuál sería el resto arqueológico del primer cuarto del siglo XXI?

R. Probablemente sea el teléfono móvil. Creo que ese es el fósil director de nuestra época. Es lo que lo ha cambiado todo radicalmente, nuestras relaciones sociales, las relaciones con nosotros mismos, cómo percibimos el mundo. Ahora nuestra vida está toda en un teléfono móvil. Y de hecho, es significativo que cuando este año, el año pasado, cuando excavamos las chabolas de Vallecas, una de las cosas que nos encontramos en los niveles de superficie eran móviles, desde el Nokia del año 98 al Alcatel del año 98, hasta los Nokia del año 2006 y 2007. Se ve cómo hasta en un barrio deprimido, como Entrevías, ya se incorporó esa tecnología, y ha sido parte de la vida y de la identidad de de la gente. 

P. ¿Qué otros contextos o episodios de la historia española desde el año 1939 te gustaría o crees que se debería excavar? 

R. Un tema de arqueología del conflicto sería hacer arqueología de ETA, ¿cuál es la huella del terrorismo en el paisaje, la memoria material que queda de ese conflicto?

P ¿Cómo lo buscaría? 

R. Estudiar los zulos de ETA, los pisos francos, los lugares que utilizaban los terroristas, sería uno de los temas que se podrían estudiar.

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