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Cultura

El escritor mexicano Álvaro Enrigue gana una edición sin finalista del Premio Herralde de Novela

El mexicano Álvaro Enrigue.

En una edición que este año no tiene finalista, el escritor mexicano Álvaro Enrigue se ha alzado este lunes el 31 Premio Herralde de Novela por Muerte súbita, una novela ambientada en 1599 que se vale de la reflexión literaria como escenario de duelo entre Caravaggio y Quevedo, quienes se enfrentan en una cancha tenis. El ganador ha trabajado la psicología de esos dos personajes y su dos maneras de ver el mundo: "Caravaggio, símbolo de la contrarreforma, tenía una idea muy moderna de la celebridad, de la fama, y en eso se parecía más a Warhol que a Miguel Ángel; y Quevedo era una figura sólida como defensor de la hispanidad, del catolicismo, del imperio".

La obra fue presentada  bajo el pseudónimo de Hamil-ton y el título Patrón de todos los que estamos tristes. El premio, dotado con 18.000 euros, fue concedido por un jurado integrado integrado por Salvador Clotas, Paloma Díaz-Mas,  Marcos Giralt Torrente, Vicente Molina Foix y el editor Jorge Herralde.

Enrique es autor de una obra que incluye el ensayo Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería y la novela (Decencia, Vidas perpendiculares y La muerte de un instalador). Poseedor de unapotente voz narrativa,  Enrique ha experimentado con las tensiones entre cuento y novela que inició en Hipotermia (Anagrama, 2005), un conjunto de relatos que podrían leerse, perfectamente, como una novela quebrada. A lo largo de sus historias, ha reflexionado sobre la realidad política e histórica de México, tal y como lo hizo Decencia, una novela en la que, a partir del secuestro a un viejo general de la Revolución Mexicana, Enrigue narra la realidad de los años setenta, una década en que  el gobierno mexicano exterminó las guerrillas y comenzó a surgir en México, ya de manera organizada, el  narcotráfico.

El Herralde es uno de los premios de mayor prestigio. Fue creado 1983, cuando en sus dos primeras ediciones se reconoció a Álvaro Pombo y Sergio Pitol, con El héroe de la mansardas de Mansard y El desfile del amor, respectivamente; a ellos siguieron, entre otros, algunos de los nombre señeros de la nueva narrativa castellana como Javier Marías (El hombre sentimental, 1986), Félix de Azúa (Diario de un hombre humillado, 1987), Roberto Bolaño (Los detectives salvajes, 1998), Enrique Vila-Matas (El mal de Montano, 2002) y Juan Villoro (El testigo, 2004).

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