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Cultura

Sobre la Complutense y la abolición de la vieja costumbre de pensar

La Facultad de Filosfía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid, en los años treinta. Foto extraída de Pinterest (Anabel Sánchez).

Vivimos adormecidos. Han pasado más de dos mil años desde que Heráclito lo dijo y la siesta parece no terminar. Despertar lleva a veces toda una vida e incluso hay quienes mueren sin haberlo hecho jamás. A pesar de eso, existen quienes se resisten. Se revuelven en el acto de pensar, esa “vieja costumbre occidental”, como dice Félix de Azúa, que parece haber desaparecido con la abolición de los sombreros. La noticia de la reorganización que desea hacer la Universidad Complutense de Madrid (UCM) de sus facultades, al reducirlas de 26 a 17, ha sembrado en muchos la desconfianza, entre otras cosas porque supone que Filosofía se una con Filología. Tampoco sería inédito, porque en un tiempo estuvieron juntas.

Hay quienes han advertido el riesgo que la puesta en marcha de este plan puede generar. El más grave, la pérdida de memoria histórica y la raigambre cultural

El rector, Carlos Andradas, que cumple ahora un año frente a la Universidad Complutense, entiende el revuelo y pide calma. El rediseño solo busca reforzar las tareas académicas y aligerar la administración y burocracia. No es un hachazo, ha dicho en la prensa nacional esta semana.  Según Andradas, hay nuevas necesidades , que no estaban contempladas cuando se fundaron las actuales facultades a finales de los años 70.“Yo estudié en Ciencias. Nuestros grandes filósofos, María Zambrano y Aranguren, explicaban en la facultad de Filosofía y Letras. A veces damos un valor a las cosas y, cuando uno mira la historia, no han sido así necesariamente”, dice en referencia a las críticas de la Plataforma para la Reestructuración de Departamentos en la UCM, quienes han advertido el riesgo que la puesta en marcha de este plan puede generar. El más grave, la “pérdida de memoria histórica y la raigambre cultural”.

Los libros como adoquines de barricadas

El edificio de la Facultad de Filosofía –entonces Facultad de Filosofía y Letras-, fue inaugurado en 1933 por el presidente de la Segunda República, Niceto Alcalá-Zamora. Su primer decano fue Manuel García Morente, bajo cuyo mandato echó a andar la que sería considerada como una institución progresista, símbolo de la inclusión social y la apertura  -el 70% del alumnado eran mujeres-. Sin embargo, al estallar la Guerra Civil,  la Facultad se convirtió en refugio de la XII Brigada Internacional. De templo del pensamiento a  frente de guerra. El panorama fue desolador, hasta tal punto que los libros de la biblioteca se usaron como adoquines con los cuales levantar barricadas.Poco antes de que acabara la guerra, el gobierno de Franco había nombrado ya al primer rector de la dictadura, el catedrático Pío Zabala y Lera, a quien le correspondió poner en marcha los nuevos planes que las autoridades franquistas diseñaron para la Universidad. El exilio y la depuración del personal docente universitario mermaron significativamente el claustro de la Universidad de Madrid, cerca del 40 por ciento de su profesorado se vio afectado. José Giral, Fernando de los Ríos y José Gaos (los tres últimos rectores del periodo republicano) murieron en el exilio.

Durante la Guerra Civil, el panorama fue desolador. Hasta tal punto que los libros de la biblioteca se usaron como adoquines con los cuales levantar barricadas

La Facultad de Filosofía fue el centro de difusión que emplearon Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset para trabajar la corriente filosófica llamada Escuela de Madrid. Ortega tenía una gran fe en España y pensaba que era un “promontorio espiritual de Europa” y la “proa del alma continental”. La cuestión estaba en saber estar en el nuevo tiempo que nacía y para eso era importante encontrar en la propia historia algunos referentes esenciales, principalmente hallar la mayor cima que había dado lo español, el estilo cervantino de acercarse a las cosas, porque todo estilo poético encierra en sí una filosofía, una moral, una ciencia y una política. Otros personajes fundamentales de la cultura y el pensamiento pasaron por sus aulas: María Zambrano, Américo Castro o Manuel Bartolomé Cossío, fundador de las Misiones Pedagógicas. Un jovencísimo Julián Marías acudió como estudiante, también Isabel García Lorca o María Ugarte.

Entre 1951 y 1956 tomó las riendas del rectorado madrileño Pedro Laín Entralgo. En 1956, la celebración de un Congreso Universitario de Escritores Jóvenes autorizado por el rector Laín, avaló la difusión de un manifiesto redactado por estudiantes como Javier Pradera, Enrique Múgica y Ramón Tamames, donde se planteaba una ruptura con el SEU, una organización sindical estudiantil de carácter corporativista. Las tensiones se incrementaron y los estudiantes (por vez primera desde la Guerra Civil) se manifestaron. Los enfrentamientos se saldaron con el cierre de la Universidad; Laín Entralgo dimitió como rector y Franco destituyó al ministro de Educación, Joaquín Ruiz-Giménez. El problema estudiantil  fue tratado como una cuestión de orden público. La misma dureza se mantuvo para controlar la disidencia de profesores, como muestra la expulsión, en febrero de 1965, de los catedráticos madrileños López Aranguren y García Calvo y del catedrático en Salamanca, Enrique Tierno Galván. Algo de oleaje extinto se queda en los años donde aquello ocurrió, corrientes sobre las que habría de levantarse una nueva forma de ver el mundo y que tuvo justamente ahí, en la Facultad de Filosofía, uno de sus fogones más vivos.

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