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Economía

Una guía para entender a la canciller Merkel, la 'señorita Rottenmeier' de la atribulada zona euro

En el vuelo hacia el G20 de Corea en octubre de 2010, el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, y la canciller Merkel mantuvieron una larga y acalorada conversación de más de cinco horas. Era casi el principio de la crisis soberana de la zona euro y Schäuble expuso a la canciller por qué Alemania necesitaba al resto de Europa. El euro no podía romperse… Pero lo iban a salvar a su manera. El titular de Finanzas le explicó que había que sentar las bases de una alianza próspera, sostenible a largo plazo y, sobre todo, un poco más alemana. Si Heidi y Clara estaban sometidas a la dura disciplina de la señorita Rottenmeier, los países periféricos están encerrados en la eurozona con la canciller Merkel. Y ésta es la guía para entender la medicina impartida por Alemania, la ‘Merkeleconomics’.

1) En el BCE decide el Bundesbank y, por tanto, manda Berlín. Mientras que el Reino Unido ofrece peores registros económicos que la zona euro, nadie alberga dudas sobre la libra. ¿Por qué? Todos saben que el Banco de Inglaterra imprimirá los billetes que haga falta para que el Gobierno británico no incurra en default por una crisis de liquidez.

Pero en la UE los alemanes se apuntaron a la moneda única bajo la condición de apropiarse de facto del Banco Central Europeo. Llevan la voz cantante y, por consiguiente, pueden graduar la presión de los mercados comprando deuda soberana. “La mejor forma de valorar si Merkel está contenta o no con los progresos de un país consiste en ver cómo actúa el BCE sobre la prima de riesgo. Y la prueba manifiesta de ello fue la defenestración de Berlusconi y cómo lo dejaron abrasarse hasta que dimitió”, comenta una fuente de Bruselas. Ahora que se ha detenido el programa de compras de deuda del BCE, se puede interpretar que los alemanes no están muy satisfechos con el ritmo de las reformas.

Sin embargo, los críticos responden que las burbujas en la periferia fueron provocadas por una política monetaria del BCE demasiada laxa, acomodada a las necesidades de una Alemania que todavía estaba digiriendo los costes de la Reunificación.

2) La solución de imprimir billetes no vale para Alemania. Los mercados llevan sus recursos allá donde hay crecimiento. No obstante, esta variable tiene truco: el crecimiento nominal se compone de la suma del repunte real de la actividad y la inflación. Es decir, con la inflación también se pueden pagar las deudas. Y precisamente eso hacen los estadounidenses, quienes ya crecen gracias a que imprimen billetes depreciando su moneda y por lo tanto la deuda, algo que enoja a su principal acreedor, China. Y con un dólar barato de paso venden más fuera.

Sin embargo, en Europa los acreedores son los alemanes que ahorran para su jubilación. Siempre se dice que los germanos han desarrollado un miedo cerval a la hiperinflación que desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Pero la realidad es que ninguno de sus líderes actuales vivió el conflicto bélico. Más bien se trata de proteger los caudales: en la práctica, los ‘PIGS’ se han convertido en la hucha de los alemanes. Además, buena parte de las famosas conquistas tudescas en competitividad se han logrado mediante unos pactos de congelación salarial firmados con los sindicatos. A cambio, se prometió a los trabajadores que no habría alzas de precios que mermasen su poder adquisitivo. En Alemania, este fenómeno monetario puede incluso ser llevado a los tribunales por considerarse una suerte de impuesto confiscatorio.

3) Estos latinos se han vuelto locos. Los periféricos no aprovecharon la estabilidad del euro para sentar las bases de una economía sostenible. En lugar de eso se endeudaron y vivieron de los réditos de la burbuja inmobiliaria despilfarrando en AVEs, aeropuertos y autopistas que no son rentables. En su opinión, el problema estriba en el encarecimiento de los costes laborales, lo que les hace perder competitividad y se plasma en los déficit comerciales y de capital con el exterior. Hay que ajustarlos y cuanto más rápido, mejor; aunque sea a lo bruto, privándoles de la financiación.

El inconveniente es que se recurre a los recortes para reducir el déficit, pero eso hunde la actividad y por tanto desploma los ingresos, lo que obliga a un nuevo esfuerzo con la tijera que, a su vez, deprime más la economía y ahuyenta a los inversores.

Sin embargo, los alemanes niegan este círculo vicioso y argumentan que el ajuste funciona: “Observen cómo en Irlanda se han reducido los costes laborales en un 20 por ciento o cómo España se encuentra más cerca del equilibrio en sus cuentas con el extranjero”, sostienen eurodiputados alemanes en Bruselas. Visto el resultado de los rescates, la pregunta es si Merkel confunde una pérdida de peso con una anemia de caballo.  

4) Tomen nota del ejemplo alemán, Europa puede ser competitiva en un entorno global. Sin embargo, ¿podemos todos ser alemanes? Cuando la demanda mundial no crece, la competitividad se gana a costa de los otros, y eso conlleva que los alemanes tienen que estar dispuestos a consumir más y subir sus salarios sacrificando competitividad. Han dado algunos pasos en este sentido…¿Pero darán los suficientes cuando en Alemania se está invirtiendo la pirámide poblacional y por tanto deben ahorrar? Además, el éxito alemán se ha beneficiado de dos factores que poco tienen que ver con las reformas: por un lado, la ampliación de la UE a la Europa del Este les permitió deslocalizar muy cerca una parte de su industria, abaratando costes. Por otro, el euro les brindó un mercado cautivo. Sin la divisa común, algunos economistas estiman que el marco se habría apreciado hasta un 50 por ciento, restándoles competitividad. Merkel predica la implementación de las reformas, pero ella no ha tenido que adoptar una sola salvo contener el gasto. Su antecesor, Gerhard Schröder, las aplicó; pero a cambio elevó el gasto público. Los alemanes no han tenido que hacer las dos cosas a la vez.

5) La crisis soberana sienta tan bien en Berlín, podemos aguantarla: las previsiones del PIB teutón rondan para este año el 1 por ciento; el país registra los mayores niveles de empleo de la historia; Berlín se financia casi al 0 por ciento... Y, para colmo, todo el dinero que se presta a las entidades de la periferia termina huyendo hacia territorio tudesco. Se calcula que los alemanes cuentan al menos con un exceso de capitales fugados del sur por valor de 700.000 millones de euros… ¿Quién tiene una burbuja?

6) Las reformas apenas han empezado y estos periféricos ya remolonean. Merkel aprecia ahora cierta fatiga en las reformas sin que ni siquiera hayan comenzado en serio. Estas naciones han vivido por encima de sus posibilidades y han de ajustarse. Sin embargo, postergan el esfuerzo día sí y día también. Monti ya flaquea, y los dirigentes tudescos están cansados del Gobierno de Rajoy: primero retrasó los recortes por las elecciones andaluzas perdiendo toda la credibilidad. Luego, ofreció un baile de cifras de déficit público y se mostró incapaz de controlar el gasto de las Comunidades Autónomas. A continuación, exhibió un agujero en la banca que nunca antes reconoció. ¿Alguien se extraña de que no se fíen de nosotros? Merkel y Schäuble temen que esto termine en una unión de transferencias ilimitadas. Los críticos con la postura germana señalan que quieren enseñar a nadar a la periferia mientras se están ahogando… ¿No habría que rescatarlos primero?

7) Nosotros pagamos, nosotros decidimos. Si históricamente Francia siempre ha apoyado el avance en la integración europea porque más Europa implicaba más Francia, esta crisis puede acabar significando más Alemania. Españoles e italianos están dispuestos a entregar el bastón de mando de las políticas económicas. Ahora el obstáculo son los galos, que nunca han querido ceder soberanía nacional. ¿Hasta cuándo? En la crisis del Sistema Monetario Europeo en 1993, Alemania sólo abandonó su tozudez cuando vio que Francia peligraba… Pero esta vez España presenta unos vencimientos de deuda pública de 700.000 millones; e Italia, de 1,6 billones. ¿Realmente quiere Merkel abonar un rescate tan descomunal?      

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