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¡A brindar! ¡Ha ganado Pablo Iglesias!

Iglesias simboliza al Podemos más radical y menos dispuesto a los acuerdos institucionales.

En un fin de semana de congresos con dos de los grandes partidos políticos reunidos, había muchos más ojos puestos en Vistalegre que en la Caja Mágica. Primero, porque la democracia interna del PP es más predecible. El voto siempre se posa donde marca el dedo de su líder. No hay mucha más discusión. Las batallas, si se producen, son entre bambalinas y a largo plazo. Nadie osa cuestionar al presidente y eso lleva a jugar más la estrategia que la sangre.  En cambio, como suele suceder en los cónclaves de la izquierda, la Asamblea de Podemos era mucho más interesante. No parecía peligrar el pellejo de su líder, pero las bases moradas no son tan monoteístas.

Así, sabido por todo el abanico político que lo de Rajoy iba a acabar con fuegos artificiales de pólvora mojada, la gran duda del fin de semana era saber a ciencia cierta cuál era la correlación real de fuerzas entre Errejón e Iglesias y cómo iba a salir Podemos del encuentro congresual. Y el resultado, la victoria de Iglesias, tiene varios ganadores y casi un único perdedor: el propio Errejón.

Un Podemos 'institucionalizado' era un gran riesgo para quienes quieren mantener el actual tablero. Especialmente, para el propio Mariano Rajoy. Con un PSOE desnortado y a la caza de una imagen más progresista era fácil que en el Congreso buscase acuerdos con los morados si estos mostraban una cara amable. Los de Ferraz necesitan alejarse del sambenito de muleta de los populares y llamar la atención del electorado más joven y progresista y tan alejado ahora de sus dictados. Ahora bien, entenderse con el Podemos que atisba Iglesias, el de 'Rodea el Congreso', de la cal viva, de la autodeterminación y de la nacionalización de las eléctricas es tarea difícil para los socialistas y, por lo tanto, motivo de alegría para Rajoy por la calma que esto le supone. Él seguirá siendo el líder de la tranquilidad, y el actual PSOE seguirá sin tener más remedio que elegir entre un mal Rajoy o un peor Iglesias. Y hasta ahora ya se sabe lo que ha decidido.

Pero al PSOE, que bastante tiene con lo suyo, también le beneficia eventualmente la victoria de Iglesias. El líder alfa de los morados moviliza como nadie a su gente, pero cada vez hay más datos que hacen creen que lo que parece su mayor virtud es precisamente su gran problema: es capaz de arrastrar a las masas, pero solo a sus propias masas. Fuera de su aura genera más rechazo que ningún otro líder. Es decir, en el PSOE creen que Iglesias tiene dificultades para sumar más adeptos que los cosechados en diciembre de 2015, como se vio en junio de 2016 a pesar de la alianza-absorción con IU. Siendo así, los socialistas confían en que la posible radicalización de este Podemos 2.0 asuste a sus votantes más moderados, captados en parte entre los desencantados del PSOE, y eso haga que algunos vuelvan al redil o, cuando menos, que no voten a Iglesias.

En cambio, una victoria de Errejón y la institucionalización de Podemos hubiese puesto en muchos aprietos a los socialistas ya que les costaría explicar por qué no llegan a acuerdos con un ala izquierda moderada dentro de la Carrera de San Jerónimo y les hubiese puesto en el primer nivel de su indefinición actual. Además, las tesis de Errejón están demasiado cerca de algunos sectores socialistas, por ejemplo de Pedro Sánchez, y tener el aliento de los morados más cerca todavía del cogote y pescando en lo que queda del caladero propio sería un problema. Y superlativo, teniendo en cuenta que el PP también le achica el espacio por el centro con Nadal señalando a las eléctricas, Montoro apuntando a la baja carga fiscal de las empresas o Maroto abriendo debates sobre la gestación subrogada.

Así las cosas, aunque las propuestas de Pablo Iglesias no gustan a casi nadie dentro de lo que conocemos como las clases dominantes (Ibex 35, partidos tradicionales, etc.), en el fondo viene bien a todos tener un enemigo común al que batir para mantener prietas las propias filas, alejar la tentación de abrir nuevos espacios y jugar al voto útil y al voto del miedo.

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