Opinión

La única forma de ser patriotas

La historia dirá que hubo una generación, en el primer tercio del siglo XXI, que no supo o no quiso hacer cosas en común por falta de políticos intrépidos, incapaces de arriesgar

Reunión de la Ejecutiva Federal del PSOE, el pasado 29 de julio, en la sede de la calle de Ferraz, en Madrid.
Reunión de la Ejecutiva Federal del PSOE EUROPA PRESS

Hoy, 6 de diciembre, se cumplen cuarenta y cuatro años de la aprobación en referéndum de la Constitución española de 1978. La Transición española y la Constitución resultante no fue solo el deseo de los españoles por articular una democracia que permitiera vivir juntos a quienes deseaban solucionar pacífica y civilizadamente los conflictos que se generan en una sociedad libre. Fue algo más. Fue la constatación de que una sociedad de excluyentes y excluidos se supo aglutinar alrededor de un propósito de convivencia, y todo ello como consecuencia de que los excluidos no albergaron en sus corazones ni un gramo de odio ni transmitieron ese sentimiento, que todo lo destroza, a sus descendientes.

Ahora, en estas circunstancias, infinitamente mejores que las que acaecieron en los años de la Transición, se podría prestar atención a quienes fueron capaces de hablar, sabiendo qué había que hacer y qué había que evitar.

Los Pactos de la Moncloa, afrontaron una crisis bastante más complicada que la actual, porque, además, en aquella crisis existía  mayor porcentaje de paro, pero con un nivel de protección al desempleo que ni mucho menos se parecía al que existe hoy. El brutal índice de inflación, por encima del 20%, no impidió pactar en los centros de trabajo subidas salariales muy por debajo de la inflación existente y prevista. Y no digamos nada del clima de terror que en ese momento se vivía en nuestro país por culpa del terrorismo de ETA y de los Grapo, lo que gravitaba enormemente sobre las decisiones que se tenían que tomar en los campos más anecdóticos y secundarios.  ¡Y pudimos avanzar! ¡Y supimos acordar!

Si solo se piensa en el voto, pero no se habla, no habrá posibilidad de alcanzar entre los demócratas de hoy lo que se consiguió ayer

Y hoy, ¿no es posible hablar? ¿No es posible examinar lo que separa a unos y a otros?  ¿No es posible buscar soluciones?  Cuando las certezas del siglo pasado se han desmoronado y cuando se ha impuesto una nueva sociedad de la que no tenemos ni la más remota idea de hacia dónde se encamina, no resulta creíble que quienes tienen la responsabilidad de liderar al colectivo se nieguen a caminar juntos por una avenidas que no sabemos hasta donde nos conducirán.  Si adivinaran que estamos en la prehistoria de una nueva forma de relación y en una  imprevista manera de enfrentarnos a la nueva realidad virtual, seguro que aceptarían de buen grado apoyarse unos en otros para ser capaces de imaginar el futuro.

 El acuerdo se construye hablando, dialogando, escuchando. Pero si lo único que se hace es vociferar, desacreditar, de una manera u otra, desde un sitio y desde otro, en un sentido o en otro; si solo se piensa en el voto, pero no se habla, no habrá posibilidad de alcanzar entre los demócratas de hoy lo que se consiguió ayer, en la Transición, entre autoritarios y demócratas.

Algunos pueden pensar que esa afirmación explica los insultos y las descalificaciones injuriosas y calumniosas que se están vertiendo en estas fechas en el Congreso de los Diputados

En 2021,  Manuela Carmena publicó un libro, La joven política, sobre sus experiencias en política. La exalcaldesa de Madrid declaró que “la gente que no tiene una carrera profesional si cae en desgracia, no tienen ni seguro de desempleo. Si no te reeligen en las listas, no tienes nada. Eso provoca que todo se llene de pelotas, porque el que decide las listas, decide tu futuro. Si no, solo entran en política los funcionarios o los que vienen de las juventudes, que me parece algo desastroso.” Algunos pueden pensar que esa afirmación explica los insultos y las descalificaciones injuriosas y calumniosas que se están vertiendo en estas fechas en el Congreso de los Diputados, que vuelven a enrarecer el aire de diálogo y de entendimiento que deben existir entre aquellos con los que no se está de acuerdo. Si no, no se entiende que se diga lo que se dice y que se aplauda lo que se aplaude.

La generación de la Transición

Quedará escrito en la historia de nuestro país que hubo una generación, la de la concordia, en el último tercio del siglo XX, que supo hacer cosas, que quiso el acuerdo y que consiguió el entendimiento entre quienes volvían a encontrase después de haberse enfrentado violenta e incívicamente. Una generación que modernizó España, que incluyó derechos y libertad para todos. La generación de la Transición ya tiene su sitio en la historia de la democracia española. Hay muchos más sitios que se podrían ocupar por la generación política actual sin necesidad de querer romper la silla que sostiene a los que hicimos una España habitable para la inmensa mayoría de los españoles. Piensen en el futuro y consigan un puesto en la historia. Exijan y renuncien. Es la única forma de ser patriotas. De lo contrario, la historia dirá que hubo otra generación, en el primer tercio del siglo XXI, que no supo o no quiso hacer cosas en común por falta de políticos intrépidos que nunca estuvieron dispuestos a arriesgar. Creyeron que podían solos y abandonaron la oportunidad de probar. Porque se trata de eso, de probar, de arriesgar, de estar dispuestos a fracasar si el país exige esfuerzos y entendimiento.