Opinión

The King's Speech

He grabado esa excepcional película como diez veces, porque Movistar, de vez en cuando, pasa la escoba por la casa de cada cual y te borra lo que tenías atesorado. El discurso del Rey ganó, en 2011, cuatro Oscar entre un centenar largo de premios más: a la mejor película del año, al mejor director (Tom Hooper), al mejor actor protagonista (Colin Firth en el papel del rey Jorge VI) y al mejor guion, una obra maestra de David Seidler a pesar de sus licencias históricas. Mereció, sin duda, otro Oscar el inmenso Geoffrey Rush, perfecto en su interpretación del logopeda Lionel Logue, pero es que todo el reparto era excepcional. La única sombra en esa obra de arte fue, para mí, la música de Alexandre Desplat, minimalista hasta lo ramplón. Menos mal que al final resplandecía Beethoven.

Pero, al final, ¿qué decía el famoso discurso de aquel 3 de septiembre de 1939? Pues la verdad es que no gran cosa. El anuncio de Jorge VI sobre la entrada en guerra de Gran Bretaña con la Alemania de Hitler es una pieza mediocre, escrita demasiado deprisa, embarullada y difícil de entender para el público. Muchísimo más flojo que el célebre discurso Lucharemos en las playas, que pronunció Churchill ante los Comunes algunos meses después, en junio de 1940.

Pero es que lo más importante (con serlo tanto) no era el contenido del discurso, sino que aquel discurso se pronunciase, y que “Bertie” Windsor lo leyese bien; que los británicos supiesen que había alguien al timón, alguien que les infundiese confianza y serenidad; alguien que les dijese: “Si todos y cada uno nos mantenemos firmemente fieles a ella [a la causa de la libertad], listos para cualquier servicio o sacrificio que se nos pueda exigir, entonces, con la ayuda de Dios, nos impondremos”.

Una de dos: o resulta un galimatías enumerativo que solo entienden los iniciados, o una sucesión de lugares comunes y de obviedades con la que bostezan hasta las ovejitas del belén

He visto esa película incontables veces. Es para mí una tradición. Del mismo modo, hace décadas que no me pierdo el discurso del Rey de España cada Nochebuena. Esa filigrana armada durante semanas con tan exquisito cuidado que muchas veces, al final, una de dos: o resulta un galimatías enumerativo que solo entienden los iniciados, o una sucesión de lugares comunes y de obviedades con la que bostezan hasta las ovejitas del belén. Rara vez se sale la intervención real de esas dos posibilidades.

Pero lo bueno es lo del día siguiente. Los comentaristas, tertulianos, editorialistas y opinateguis de toda laya y condición se dejan las pestañas para desmigar lo que ha dicho el Rey, a veces hasta extremos de sutileza que entran en el terreno de la metafísica, sin reparar –o eso parece– en que el discurso de Nochebuena no lo ha escrito él y en ningún caso dirá nada contrario a la voluntad del gobierno de turno. Es como si, por una sola noche, todos los escribientes del país se pusiesen de acuerdo para creer en los Reyes Magos. O en Papá Noel, los más liberales y cocacoleros.

Sin embargo, lo mejor es lo de los políticos. Todos los partidos, generalmente en twitter, echan su cuarto a espadas sobre lo que ha dicho el Rey la noche antes… o unos minutos antes, que se han dado casos de pasmosa velocidad en las críticas. Esto se debe a algo que conozco muy bien porque lo he visto con mis ojos: hay partidos políticos, y no uno ni dos, que tienen escrito el borrador de su “opinión” sobre el discurso del Rey varios días antes de que el Rey salga por la tele en Nochebuena. Sin tener ni idea de qué va.

En eso sí que se parecen el discurso de Jorge VI y todas las intervenciones navideñas del jefe del Estado, tanto de este como del anterior: da igual lo que diga. Es clamorosamente evidente que los partidos, muchos si no todos, aprovechan la intervención del Rey para fijar su posición no sobre sus palabras, que eso en realidad da lo mismo, sino sobre la monarquía propiamente dicha. Es, por lo tanto, un ejercicio de lo que la Real Academia Española llama postureo: “Actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción”.

No verán nuestros ojos que a la izquierda más allá del PSOE (y algunas veces más acá) le parezca bien lo que dice Felipe VI. Ellos son republicanos y por lo tanto tienen que despreciar lo que dice un Rey, diga lo que diga. Siempre les parecerá soso, poco comprometido, tibio, cobardica y favorable a la derecha. Criarán pelo las ranas antes de que a los nacionalistas, secesionistas y rufianes de toda especie les parezca medianamente bien lo que nos cuenta el Rey cada Nochebuena. ¿Porque se mete con ellos? En absoluto. Porque es un rey; y ellos, sean de izquierdas o de derechas, son también republicanos y no pueden aceptar que un rey acierte ni siquiera cuando dice “buenas noches”, al principio de sus palabras.

Las críticas, si ustedes se fijan, son siempre las mismas: o es un soso y un tibio y un vendido y un tal por cual, o (con muchísima más frecuencia) los políticos y opinadores hacen lo mismo que muchos lectores que comentan lo que otros escriben en los periódicos: les parece fatal que el Rey no haya hablado de lo que el criticante querría. Un ejemplo: “Sí, vale, pero ¿qué pasa con la crisis de la ganadería en Afganistán? ¿Por qué no ha dicho nada del volcán de Islandia? ¿Y la física cuántica, eh? ¿Cómo puede ser que el jefe del Estado ignore deliberadamente, en su mensaje de Nochebuena, el drama que está viviendo la física cuántica?” Y por ahí seguido.

Como habría dicho Abraham Lincoln en un célebre y viejo chiste, quedó muy claro que el Rey “es partidario” de la Carta Magna. Y, por si fuera poco, el discurso de este año estaba claramente mejor escrito que la mayoría de los anteriores

Yo no lo entiendo pero la derecha siempre será más briosa que los socialistas (más tibios) a la hora de elogiar lo que el Rey haya dicho, sea lo que sea; y es de suponer que en la derecha habrá también republicanos, ¿no? Y este año hemos podido ver la chuscada de la ultraderecha poniéndose a favor del discurso real, que manda narices, pocas semanas después de que su alegre muchachada se juntase en la madrileña calle de Ferraz con banderas de España mutiladas (les habían recortado el escudo) al grito de “Felipe, masón, defiende tu nación” (otra variante: “traidor a la nación”). ¿El Rey, masón? Qué más quisiéramos. Eso solo pasa en Inglaterra, donde todos los monarcas desde hace tres siglos, hasta precisamente Jorge VI, han pertenecido a la masonería. Este Carlos de ahora, pues la verdad es que no lo sé.

En estas condiciones, ¿a alguien le importa de verdad lo que dijo el Rey hace unos días, cuando ya nos sentábamos a cenar? Pues a mí sí me importa. Este año me sorprendió Felipe VI, porque renunció a comentar el habitual catálogo de temas mayores y menores (incluida la física cuántica) y emprendió una reflexión monográfica sobre la Constitución, que es la norma suprema que nos ampara, nos protege, nos define como nación y nos iguala a todos como ciudadanos. Es decir: se redujo a lo básico, a lo elemental, a lo que fundamenta todo lo demás. Como habría dicho Abraham Lincoln en un célebre y viejo chiste, quedó muy claro que el Rey “es partidario” de la Carta Magna. Y, por si fuera poco, el discurso de este año estaba claramente mejor escrito que la mayoría de los anteriores. Así que muy bien.

Pues no ha servido de nada. Los políticos y opinateiros de derechas han concluido inmediatamente que el Rey, con su defensa de la Constitución, estaba atacando al gobierno; los de izquierdas, que se estaba metiendo con el PP. Los argumentos de unos y de otros eran prácticamente los mismos. Me imagino las carcajadas de satisfacción de quien de verdad haya escrito el discurso: lo ha logrado, caramba.

Mientras esperamos al del año que viene, les recomiendo que busquen por ahí y vuelvan a ver la peli de la que les hablaba, The King’s Speech. Añado a esa recomendación mis mejores deseos para que el año que empieza sea mejor que este canalla que por fin termina. Porque como sea todavía peor, sí que estamos j…