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Opinión

La ministra Ribera y la cruzada de los niños

El engaño masivo en el que han convertido la educación no podía tener mejor promotor que el pedagogo de partido ni mejor destinatario que el alumno-activista

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La ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera Europa Press

El 12 de marzo de 2019, la ministra Teresa Ribera animaba a los niños de España a faltar a clase. En concreto, animaba a los niños españoles a acudir a la huelga climática que se iba a celebrar el viernes de aquella semana. La ministra compartió esa reflexión en los desayunos de Europa Press, y cuando le preguntaron si con ello no estaba favoreciendo el absentismo escolar dejó una respuesta que ayuda a comprender cuál es la visión de Ribera -y la de su Gobierno- sobre la infancia, la educación, la política y las causas de la izquierda.

“Yo creo que se aprende mucho. Yo creo que hay una parte de la educación y de la formación que tiene que ver no con oír lecciones magistrales de personas magistrales sino reflexionando en la calle y tomando parte activa de los debates sociales de nuestro tiempo”. La participación de los alumnos en la huelga climática, resumía Teresa Ribera, era “una buena acción educativa”.

Lo que la ministra pretendía era que los alumnos españoles siguieran el ejemplo de Greta Thunberg. La niña sueca había sido la primera en ponerse en huelga por el planeta. Tenía 15 años cuando decidió faltar a clase y sentarse frente al Parlamento sueco con una pancarta. No tardó en hacerse famosa, y comenzó la autoexplicación. En las entrevistas contaba que cuando sus profesores les ponían vídeos sobre los plásticos en los océanos o sobre osos polares muriendo de hambre, ella lloraba desconsoladamente y al terminar la lección no podía quitarse las imágenes de la cabeza.

En lugar de intentar manejar correctamente su obsesión con el sufrimiento del planeta los padres permitieron que se entregase a ella, porque “así era más feliz”

Años antes de sus acciones reivindicativas, Thunberg había lidiado con la depresión: dejó de comer, de hablar y de ir a clase. Sus padres la llevaron al médico y el diagnóstico fue Asperger. En lugar de intentar manejar correctamente su obsesión con el sufrimiento del planeta los padres permitieron que se entregase a ella, porque “así era más feliz”. Y así fue como la obsesión de una niña sueca con problemas de salud mental se convirtió en un ejemplo para el mundo, en una “buena acción educativa”.

El 27 de septiembre de 2019, unos meses después de las palabras de la ministra, los alumnos españoles salieron a la calle en una nueva jornada de huelga por el clima. Tuve la suerte de encontrarme con la manifestación de Bilbao cuando volvía a casa, después de dar mis clases de ese día. Fue un espectáculo terrible pero instructivo. Los niños, animados por profesores, periodistas y dirigentes políticos, coreaban cosas como éstas: “El cambio está en la calle y no en los parlamentos”; “Ecologistas y anticapitalistas”; “La solución es la expropiación”. También gritaron otras consignas, bien conocidas en el ambiente político más siniestro del País Vasco: “Borroka da bide bakarra” (“La lucha es el único camino”) y “Jo ta ke irabazi arte”.

La obsesión y los problemas de salud mental de una niña sueca estaban siendo utilizados no sólo por las organizaciones ecologistas, sino también por políticos con una agenda mucho más ambiciosa

Aquel día, los alumnos se concentraron frente al Ayuntamiento de Bilbao. Al lado de una pancarta que decía “Cambia el sistema, no el clima”, un adolescente mostraba sonriente otra que decía “Nos estamos saltando nuestras lecciones para enseñaros una a vosotros”. Probablemente habían preparado los carteles durante la semana junto con sus profesores de Filosofía, Ética, Religión o Cultura Científica, por eso del pensamiento crítico. O tal vez con los de Lengua Castellana, por lo de los textos prescriptivos. En cualquier caso, efectivamente aquello fue una lección para todos nosotros: la obsesión y los problemas de salud mental de una niña sueca estaban siendo utilizados no sólo por las organizaciones ecologistas, sino también por políticos con una agenda mucho más ambiciosa. Y la lección quedó escrita.

La semana pasada se conoció el borrador de los contenidos que el Gobierno quiere incluir en el nuevo currículo de Primaria. En el apartado sobre Conocimiento del Medio Natural, Social y Cultural se especifican los objetivos del área. Uno de ellos es “dotar al alumnado de herramientas que faciliten su empoderamiento como agentes de cambio ecosocial desde una perspectiva emprendedora”. Las herramientas no son lecciones, libros o apuntes, sino carteles y pancartas de colores. El empoderamiento no consiste en adquirir conocimiento, ni siquiera en ser conscientes de los límites del conocimiento y de uno mismo, sino en convertirse en meros canales de transmisión de mensajes prefabricados. Y por supuesto, el cambio ecosocial no es más que el apuntalamiento del Gobierno de la izquierda en nombre de causas supuestamente transversales.

Agitar las pancartas

Sabemos todo esto, pero da igual. Sabemos que el engaño masivo en el que han convertido la educación no podía tener mejor promotor que el pedagogo de partido ni mejor destinatario que el alumno-activista. El profesor que explica cuestiones complejas a los alumnos, que hace preguntas apropiadas y que enseña sin ánimo de adoctrinar es ya un residuo de una época superada. De lo que se trata ahora es de salir con ellos a manifestarse con la bandera del clima, del feminismo o de lo que toque en cada momento.

Ésta es hoy la auténtica misión del pedagogo posmoderno. No conducir al niño a la escuela, que debe quedar como espacio para la fabricación de carteles e identidades, sino llevarlo de la manita a la calle y entregarle la pancarta que deberá agitar con convicción. Como si entendiera algo de lo que grita. 

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