Nunca tuvimos en España una democracia de primera. Desde que uno tiene memoria sabe que, aunque nos gusta hablar de democracia, su salud es quebradiza. Desde Suárez a Sánchez, la democracia ha sido siempre una palabra solemne pero vidriosa. Sostengo, y me baso para decir lo que voy a escribir en el conocimiento acumulado que tengo de algunos dirigentes políticos, que democracia es sólo una palabra sin significado para una mayoría importante de dirigentes. Ni la practican en el Congreso ni la aplican en los partidos políticos a los que pertenecen. Recordemos que es la Constitución la que obliga a los partidos a ser democráticos en sus estructuras interna y funcionamiento, es llamar a la risa a quien escuche semejante sentencia por muy bien redactado que esté el artículo. Piensen cómo se hacen las listas, cargadas de obedientes y tiralevitas, y ya está todo dicho. O todo hablado en lo tocante a la democracia.
No estaría de menos que uno de los muchos politólogos que predican en radios y televisiones nos explicara como hemos pasado, por ejemplo, de aquella honorable dimisión de Adolfo Suárez un mes de enero de 1981, cuando supo que ni lo querían en su partido ni lo querían en la calle -“que la democracia no sea una vez más un paréntesis en la historia de España, ¿se acuerdan?- a la pancarta con que recibieron la semana pasada a Sánchez en Sevilla: Que te vote Txapote. Y no, no se queden en el arte y la gracia sevillana de quien escribió la pancarta, estas cuatro palabras son la síntesis perfecta del trabajo de un presidente empeñado en no perder el poder de ninguna de las maneras. La mentira, la falta de palabra, su forma de vaciar las instituciones, sus pactos, apaños y pasteleo con aquellos que aprovechan su debilidad e incuria al frente del Gobierno de España; el desprecio por las víctimas, el maltrato a sus adversarios y su repugnancia por la prensa que no le mueve el incensario, es el mejor exordio que uno puede hacer a la hora de explicar ese hallazgo inteligente y audaz: Que te vote Txapote. No sé a usted, lector, a mí la leyenda de la pancarta no me provoca ninguna risa y sí algo de pena y de desesperación.
¿Cómo hacemos los españoles para que nuestra democracia sea cada vez más estrecha? Ahora el presidente se ha montado un teatrillo ambulante que pretende recorrer una parte de España, por lo general zonas del país en las que haya un alcalde socialista o un presidente de diputación que le garantice un buen recinto lleno de convencidos y paniaguados, esos que harán como que preguntan a su jefe por lo bien que está España.
El teatrillo servirá para poco, y hasta puede que allí donde vaya se encuentre con pancartas-editoriales que le vayan colocando en su sitio
La misma idea del teatrillo es vergonzosa, si el que la parió supiera qué es eso. Pero el hecho de que Sánchez la acepte sin reparos y sin ruborizarse coloca al cronista fuera de juego: ya no sabe qué escribir. El teatrillo servirá para poco, y hasta puede que allí donde vaya se encuentre con pancartas-editoriales que le vayan colocando en su sitio. Pero más allá de eso, recorrer barrios y ciudades protegido, arropado y amparado por los suyos y pretendiendo dar a eso sensación de normalidad hará que consiga el efecto contrario. No lo sabe o lo quieres saber, pero la gente está para poquitas bromas, y esta última del teatrillo en el que tratan a los ciudadanos de gilipollas -perdonen la ordinariez, pero ésta es la palabra- no puede salir gratis a un partido que ha empezado la función en Andalucía, allí donde el PP acaba de sacarle casi el doble de votos. Suárez se fue cuando comprendió que no le querían en su partido y tampoco en la calle. Aquí, a tenor de las encuestas, hay cientos de miles de votantes socialistas que declaran que no le votarán, si bien es cierto que el partido lo tiene atado y bien atado, pero eso le da igual.
La calle cuando habla lo hace en una urna. Acaba de hacerlo en Andalucía. Antes en Castilla y León y antes en Madrid, pero Sánchez no se inmuta y por eso asegura que Feijóo está cada vez más solo. Hay quien asegura que morirá con las botas puestas. Ni él lo sabe. ¿Y si ya está políticamente muerto y no lo sabe?
A lo que llama derecha mediática -se cuida mucho a la hora de concretar- no le permite que le entreviste, huye de ella, no sea que le vayan a preguntar por Junqueras
Democracia es una palabra pequeñita, escasa y hasta insolente en la boca del presidente. Se inventa programas de televisión en el que hace que una pobre mujer balbucee una pregunta ya preparada, o que un joven haga lo propio en el acto que han montado en su barrio. Es todo falso, más falso que un duro de madera. A lo que llama derecha mediática -se cuida mucho a la hora de concretar- no le permite que le entreviste, huye de ella, no sea que le vayan a preguntar por Junqueras, Txapote, su tesis, sus pactos con el PNV y el independentismo catalán, sus apaños con el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, los indultos, Griñán, la subida de hipotecas, la inflación, qué pasó con su teléfono, por qué hizo eso del Sáhara, por qué le ha dado la política penitenciaria al PNV…
Hubo un tiempo, el de Felipe González y el de Aznar en su primera legislatura hasta que termino endiosado, que los presidentes se sentaron en un plató de televisión para ser entrevistados por periodistas -tres, por lo general- en el que había uno o dos claramente críticos. Pero ya digo, in illo tempore. Ahora asistimos atónitos a este teatrillo de sombras que recorre España con Sánchez a la cabeza. Habrá quien se lo crea. Con razón los romanos decían que cada cual se consagra a sus propios dioses. Todo vale, o puede valer, con tal de que a esta política bisbisada a la que nos someten pase por ser democrática. Teatrillo con las entradas contadas para un público consentidor que, a lo que se ve, está dispuesto a votar lo mismo que Txapote. ¡Vaya con la gracia de los sevillanos!