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Opinión

La necesaria seguridad energética europea

La invasión de Ucrania evidencia la fragilidad del sistema energético europeo con una elevada dependencia no sólo del crudo y del gas natural, sino también su suministro desde Rusia

Un soldado ucraniano sostiene a un bebé para cruzar el río de Irpin (Kyiv, Ukraine) (Gtres/ AP Photo/Emilio Morenatti)
Un soldado ucraniano sostiene a un bebé para cruzar el río de Irpin (Kyiv, Ukraine) (Gtres/ AP Photo/Emilio Morenatti)

La guerra de Ucrania, más allá de sus implicaciones humanitarias, sociales, económicas y geopolíticas, ha puesto de manifiesto la fragilidad del sistema energético europeo con una elevada dependencia no sólo del crudo y del gas natural, sino también de su suministro desde Rusia. En concreto, las importaciones de petróleo ruso representan aproximadamente un 25% del total de las de la UE, elevándose esta cifra en torno a un 40% en el caso del gas natural y a un 50% en el carbón.

Todo ello en un contexto en el que entre las primeras consecuencias económicas que ha producido la invasión rusa destaca el fuerte repunte de los precios de las principales materias primas energéticas, situándose el crudo en niveles no observados desde 2008 y el gas natural en máximos históricos. De esta forma, la economía global afronta el mayor shock de commodities desde la década de los 70, que se ha traducido en un incremento sin precedentes del coste de la electricidad en los Estados miembros de la UE hasta superar 700 euros el MW/hora en algunos tramos. Un hecho que representa un elevado riesgo para el crecimiento económico, en un momento que era clave para consolidar la recuperación económica tras la crisis generada por la pandemia, por sus implicaciones negativas sobre la inflación, la renta disponible de los hogares y los costes de producción de las empresas, especialmente de las industrias electrointensivas. Al mismo tiempo, eleva la probabilidad de que se produzcan efectos de segunda ronda y de estanflación.

Todo ello en un entorno previamente marcado por las elevadas presiones inflacionistas y el creciente aumento de los costes de producción y deterioro de la renta disponible de los hogares. En este sentido, los precios de producción industrial repuntaron en enero un 30,6% en términos interanuales (último dato disponible) y la inflación alcanzó el mes pasado un 5,8% anual, máximo de la serie histórica.

De esta forma, el BCE ha revisado a la baja sus expectativas de crecimiento de la zona monetaria a corto plazo en 0,5 puntos porcentuales a un 3,7% anual (frente a un 4,2% estimado en diciembre) y a un 2,8% anual en 2023 (vs. 2,9% anterior). A su vez, ha confirmado el repunte de las perspectivas de inflación al situarlas en un 5,1% anual en el conjunto de 2022 frente a un 3,2% proyectado anteriormente, que se moderaría a un 2,1% anual el próximo año. Unas proyecciones condicionadas principalmente a la evolución de la guerra de Ucrania y a las medidas que puedan adoptar los gobiernos y en el seno de la UE para frenar la escalada de los precios de energía, la falta de suministro de otras materias primas básicas (alimenticias y metales) y la pérdida de renta disponible y de márgenes de las empresas.

La economía estadounidense incrementará la producción de esquisto (shale oil), y se están acelerando los contactos diplomáticos de la Administración Biden con Venezuela, Irán y los países de la OPEP

Ante este escenario, junto a la necesidad de aumentar las sanciones económicas a Rusia, la UE ha presentado el plan REPower UE con el objetivo de frenar la escalada de precios de la energía, reducir la demanda de gas natural ruso en 2/3 este año y alcanzar la independencia del suministro de Rusia de fuentes fósiles antes de 2030. Una estrategia adoptada el mismo día que EEUU y Reino Unido han anunciado el veto a las importaciones de crudo ruso, que no ha podido adoptarse hasta el momento en el seno de la UE por el elevado coste económico que tendría para algunos países como Alemania. Para contrarrestar el impacto de estas medidas, la economía estadounidense incrementará la producción de esquisto (shale oil), y se están acelerando los contactos diplomáticos de la Administración Biden con Venezuela, Irán y los países de la OPEP.

El ambicioso plan de la UE pone de manifiesto otra vez la voluntad de responder de forma común a los retos que afrontamos, como anteriormente con la aprobación del plan Next Generation UE para garantizar la recuperación de los Estados miembros tras el impacto inicial de la crisis del coronavirus. De esta forma, se prevé realizar nuevas emisiones de deuda mutualizada (eurobonos) para financiar la estrategia energética y de defensa europea.

A su vez, reducir la dependencia energética de Rusia a corto plazo también generará un impacto negativo en términos presupuestarios, que podría provocar un déficit de entre un 1% y un 4% del PIB en función del escenario final de la guerra. Según Bruegel, disminuir la importación de gas natural ruso en un 50% a corto plazo tendría un coste de 100.000 millones de euros (0,5% del PIB UE), distribuidos en 50.000 millones para reconstruir los inventarios de cara al invierno que viene, 25.000 millones de sobrecoste por su sustitución y 25.000 millones para garantizar su distribución entre los Estados miembros. Así afrontamos un contexto en el que no sólo habrá que buscar nuevos proveedores, con sus implicaciones geopolíticas como reflejan las negociaciones con Venezuela e Irán, sino que también aumentará el uso de otras fuentes energéticas como el carbón y la energía nuclear.

Si Europa utiliza todas sus plantas de carbón podría reducir el consumo de gas un 15%, si bien supondría un aumento de las emisiones de CO2 de un 8%

En concreto, la Agencia Internacional de la Energía (IEA) estima que la UE podría cubrir el 70% de las importaciones de carbón ruso con el procedente de EEUU y Canadá. Al mismo tiempo, si Europa utiliza todas sus plantas de carbón podría reducir el consumo de gas un 15%, si bien supondría un aumento de las emisiones de CO2 de un 8%.

Paralelamente, la UE también propone medidas de ahorro como la reducción en 1º del termostato, lo que podría disminuir el consumo de gas en torno a un 7%.

Un conjunto de actuaciones que implicará incrementar las importaciones de gas natural licuado procedente de EEUU, Noruega, Catar, Azerbaiyán y Argelia, la construcción de plantas gasificadoras e incrementar las infraestructuras de interconexiones en la UE, donde España puede jugar un papel clave si impera la visión estratégica, el consenso y la colaboración público-privada. A su vez, la estrategia de acelerar el desacoplamiento de Europa del suministro de energía de Rusia impulsará el desarrollo de las energías renovables solar, eólica y a través del hidrógeno. De ahí la importancia de acelerar el despliegue de los planes de recuperación Next Generation y de una mayor coordinación y cooperación con el sector privado para lograr construir un mercado energético competitivo, sostenible, diversificado y con mayor seguridad ante el escenario de nuevo telón de acero que se vislumbra en Europa.

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