Opinión

Secesión y democracia

Si la secesión carece de toda justificación en una sociedad democrática, empeñarse en ella como hacen los independentistas catalanes es un proyecto ilegítimo

Los presos del procés, tras salir de prisión. EP

Acaba de publicar Félix Ovejero Secesionismo y democracia (Página Indómita, 2021), un ejercicio de filosofía política tan oportuno como necesario. Ovejero es bien conocido. Además de colaborar en prensa, sus libros rebasaron hace tiempo las lindes de la academia para llegar a un público más amplio, como ha sucedido con La deriva reaccionaria de la izquierda (2018) o Sobrevivir al naufragio (2020). Lo ha conseguido además sin renunciar a las exigencias de la buena argumentación, que ahí está el mérito.

Quienes hemos seguido su trayectoria académica sabemos que sus trabajos aúnan un excelente conocimiento de las ciencias sociales con las mejores exigencias de la filosofía de corte analítico: de claridad conceptual, rigor lógico y atención a la evidencia empírica. De ahí viene, por cierto, su aversión por la charlatanería al uso, académica y de la otra. Bien podría hacer suya la divisa del llamado ‘marxismo analítico’, que se atribuye a G. A. Cohen: No bullshit! Pues si algo caracteriza su labor ha sido pensar con claridad acerca de cuestiones políticamente relevantes, desbrozando la quincalla conceptual, la retórica confusa o los clichés biempensantes con que se recubren. De eso va también Secesionismo y democracia.

En una democracia no hay secesión justificada; por eso el secesionismo es incompatible con la buena democracia, porque quebranta la igualdad entre los ciudadanos levantando fronteras entre ellos

El libro se pregunta si la secesión está justificada en una sociedad democrática. Ovejero sabe de lo que habla, pues buena parte de sus trabajos filosóficos llevan a la cuestión de cómo entender la democracia en su mejor versión y cuáles son sus presupuestos morales. Y su respuesta es contundente: en una democracia no hay secesión justificada; por eso el secesionismo es incompatible con la buena democracia, porque quebranta la igualdad entre los ciudadanos levantando fronteras entre ellos.

Como pasa en filosofía, lo interesante no está tanto en la conclusión como en los argumentos por los que llegamos a ella. En este caso se trata de una labor de limpieza y demolición, pues Ovejero procede a examinar con pulcritud analítica, pero sin concesiones, las diversas justificaciones que se presentan a favor de la secesión. Como sabemos por la literatura que arranca con los trabajos de Allen Buchanan, estas estrategias de justificación son tres o cuatro, según las contemos: la teoría plebiscitaria, la teoría adscriptiva, la teoría de la minoría permanente y la teoría de la reparación. Se quedan en tres si consideramos que la teoría de la minoría permanente caería bajo la teoría adscriptiva, puesto que sólo se aplica a las ‘minorías nacionales’.

Si empezamos por la teoría adscriptiva, tenemos la justificación propiamente nacionalista de la secesión, según la cual toda nación ha de tener su propio Estado y todo Estado debe serlo de una nación (y sólo una). Nótese que aquí nación es algo distinto del conjunto de ciudadanos de un Estado, pues se la entiende como una comunidad etnocultural homogénea, unida por lazos prepolíticos de sangre y lengua. Tales entidades colectivas tendrían supuestamente un derecho a tener su propio Estado, que implica el derecho a la secesión.

Cuando los nacionalistas apelan al supuesto derecho a la autodeterminación de los pueblos se olvidan de decir que sólo se aplica en situaciones de dominación colonial

¿De dónde saldría tal derecho colectivo? La cosa es un misterio, porque ni el Derecho Internacional ni la constitución de ningún Estado democrático reconoce tal cosa. Cuando los nacionalistas apelan al supuesto derecho a la autodeterminación de los pueblos se olvidan de decir que sólo se aplica en situaciones de dominación colonial o explotación por una potencia extranjera. En los demás casos rige el respeto por la integridad territorial de los Estados, un principio fundamental del orden internacional. Tratándose de un régimen democrático, el ejercicio de autodeterminación debe realizarse de ‘forma interna’, dentro del marco del Estado existente. Eso nos deja una alternativa: tendría que ser una suerte de derecho natural que esas entidades colectivas tienen por el mero hecho de ser naciones. Ahí está la fe del creyente nacionalista: no sólo cree que existe su nación como pueblo separado, buscando rasgos diferenciales como prueba, sino que cree que eso le da derecho a un Estado propio.

Quien no tiene esa fe difícilmente encontrará admisible tal derecho colectivo. Uno no necesita creer en la existencia de naciones y bien puede declararse agnóstico. Y tampoco parece razonable sostener un supuesto derecho natural a la secesión, con independencia del Derecho, atribuido a agregados colectivos como las naciones. De creer en la existencia de derechos morales anteriores a la ley, más vale atribuírselos en exclusiva a las personas individuales.

La tramoya nacionalista

La teoría plebiscitaria, en cambio, tiene la ventaja de estar libre de toda esa tramoya nacionalista, pues afirma que bastaría con que un conjunto de ciudadanos en una parte del territorio expresara su voluntad de separarse para que la secesión estuviera justificada. Como evoca la libertad de los ciudadanos para decidir libremente acerca de su destino o autodeterminarse, que asociamos con la idea de democracia, sirve para envolver la secesión como una demanda impecablemente democrática.

Esta justificación encierra no pocas paradojas. Detrás es fácil reconocer una concepción de la democracia claramente plebiscitaria, donde una mayoría localizada (a veces ni eso como en Cataluña) se arroga el derecho a decidir unilateralmente sobre las cuestiones fundamentales del orden político que a todos conciernen, incluyendo el desposeer a sus conciudadanos de sus derechos y libertades. Lo que es incompatible con el sentido de una democracia constitucional, en la que el ejercicio del poder político, aunque venga respaldado por las urnas, está sujeto a límites y controles con objeto de asegurar las libertades y los derechos de todos. Hay algo tramposo por lo demás en esta justificación plebiscitaria, pues nadie acudiría a ella de no haber demandas nacionalistas, pero sirve para dar a éstas un pátina de radicalismo democrático al gusto de cierta izquierda.

Si los independentistas quieren promover la secesión o recabar apoyos internacionales necesitan probar que los catalanes sufren graves injusticias y violaciones de derechos

Nos queda la última justificación, también conocida como ‘causa justa’, según la cual la secesión estaría justificada en caso de graves, masivas y persistentes violaciones de los derechos humanos, si fuera el caso que sólo la separación puede poner remedio a tal estado de cosas. Esta justificación tiene un problema obvio: solo se aplica en circunstancias muy específicas de graves injusticias, que no se dan en una sociedad democrática. Con todo, esta teoría de la reparación crea incentivos perversos: si los independentistas quieren promover la secesión o recabar apoyos internacionales necesitan probar que los catalanes sufren graves injusticias y violaciones de derechos por parte de un Estado autoritario. Saben que ni la justificación plebiscitaria ni la nacionalista atraerán la atención o las simpatías de la prensa internacional o del público de otros países como lo hace la teoría de la reparación.

Como vemos, ninguna de las justificaciones pasa la criba: dos no se sostienen y la que sí no hace al caso en una democracia como la española. De ahí la conclusión de Ovejero. Si la secesión carece de toda justificación en una sociedad democrática, empeñarse en ella como hacen los independentistas catalanes (no les digo ya querer imponerla por la fuerza y fuera de las vías legales, como intentaron en 2017) es un proyecto ilegítimo, que solo puede apoyarse en falsedades y sinrazones.

"El revoltijo retórico"

Hay que recordarlo en un país donde se repite tanto que ‘en democracia todos los proyectos políticos son legítimos’; como si no hubiera más límite que el recurso a medios violentos. Lo que deja traslucir una pobre concepción de la democracia, que es uno de los problemas a los que nos enfrentamos cuando discutimos de la secesión en Cataluña. Por eso Secesionismo y democracia aporta un importante servicio de clarificación e higiene intelectual. Siendo un ejercicio filosófico, uno no puede leerlo sin pensar en el ‘revoltijo retórico’ con que se presenta el proyecto secesionista allí. Como aquel eslogan que coreaban los manifestantes: ‘esto no va de independencia, va de democracia’. Leyendo el libro de Ovejero extraerán esa misma conclusión, pero para darle la vuelta. Efectivamente, el asunto va de democracia, pero si ésta se entiende como se debe entender, como una democracia constitucional, fiel a sus principios republicanos según le gusta decir al autor, sólo cabe oponerse al proyecto independentista con razones en la mano.

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