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Opinión

Seamos radicales

Quienes luchan contra el exceso de deuda sólo reciben reproches, ataques y descalificaciones

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La vicepresidenta económica, Nadia Calviño, y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Europa Press

Sea por nuestras creencias, por nuestro sentido grupal o por amor a nuestros descendientes, lo cierto es que la Humanidad suele pensar en el futuro incluso más allá del tiempo vital de la actual generación. Este pensar en generaciones posteriores nos ha permitido desarrollarnos mucho más rápidamente ya que los conocimientos –y no sólo científicos- se han almacenado –primero oralmente pero mucho mejor desde que se inventó la escritura- y se han compartido y no ha hecho falta aprenderlos cada vez.

En la actualidad, millones de personas se preocupan por el deterioro ecológico del planeta, el calentamiento global y, en general, por peligros que no afectarán seguramente a su tiempo vital. Otras muchas luchan por mejorar la Humanidad –según su criterio- aunque sepan que es casi seguro que nunca verán por sus propios ojos su objetivo realizado como los que luchan por acabar con el hambre en el mundo o por llevar una misión espacial tripulada a Júpiter.

En general, aquellos que se sacrifican por un bien nada egoísta y que puede nunca vean son generalmente admirados y pertenecen a todo tipo de ideologías y concepciones sociales: ecologistas, religiosos, científicos… de derechas, de izquierdas, da igual. Y repito, es algo que en general está muy bien visto.

Si una persona sin hijos dijera que como él no va a dejar a nadie detrás le da igual si el planeta se convierte en un estercolero 30 años después de su muerte, le llamaríamos insensible

Sin embargo, cuando en economía alguien lucha contra el exceso de deuda porque cree que esta circunstancia está hipotecando el futuro de los que vendrán después, en lugar de alabanzas, son objeto de todo tipo de reproches y ataques. Hay una gran contradicción porque es fácil entender que, si nuestra generación consume todo el petróleo, acaba con todas las ballenas o llena de basura radiactiva los mares, perjudicaremos a los que vengan después. Sin embargo, es difícil para muchos comprender que si vamos consumiendo en la actualidad los ingresos que se obtendrán dentro de unos años (la deuda no es más que eso, traer dinero del futuro), también fastidiaremos a nuestros descendientes. Si una persona sin hijos dijera que como él no va a dejar a nadie detrás le da igual si el planeta se convierte en un estercolero 30 años después de su muerte, le llamaríamos insensible; pero si alguien defiende aumentar la deuda para vivir mejor ahora porque ya la pagarán dentro de 30 años viviendo peor, ¿acaso no lo es también?

Ver la evolución del volumen del mercado de crédito y deuda en el mundo las últimas décadas es contemplar una hipérbole y pensar que una pequeña congelación de su aumento en 2008 casi destruye el mundo (o al menos el sistema financiero global), demuestra lo dependiente que es el sistema actual del crédito y la deuda y desde luego no es nada tranquilizador. La deuda privada, esa que nuestros gobernantes están empeñados en aumentar dada su obsesión por el crédito, mientras no se socialice y acabe engordando la deuda pública -como en tantos casos ha pasado estos años- es un asunto privado. Sólo pido que desde los gobiernos no se incite a la gente a gastar un dinero que no tiene.

Exactamente lo mismo que llevan haciendo años con las subidas impositivas: sustraer dinero al ciudadano para costear su mala gestión

Por eso yo acuso de insolidarios a los que creen que no hay que reducir la deuda. Acuso a este Gobierno, y prácticamente a todos los del mundo, de que sigue aumentando la deuda pública porque no es capaz, no son capaces, de gastar menos de lo que ingresa y acuso a las oposiciones parlamentarias que quieren llegar al gobierno para hacer lo mismo, y a la mayoría de parlamentos autonómicos y a la mayoría de corporaciones locales nacionales, y a todos los economistas españoles y extranjeros que se empeñan en decir que ya se reducirá la deuda con más inflación porque eso es igual que decir: ya te robaremos de tus ahorros a ti o a tus hijos para poder pagar nuestro excesivo gasto actual. Exactamente lo mismo que llevan haciendo años con las subidas impositivas: sustraer dinero al ciudadano para costear su mala gestión. Ser solidario es intentar dejar un mundo mejor al que venga detrás y eso implica que las deudas, sean ecológicas o económicas, deben saldarse cuanto antes.

Me río de los que dicen ser radicales o “anti-sistema” y lo primero que hacen cuando tocan poder es ampliar el límite del gasto (lo que implica más deuda), eso es lo que ya han hecho todos los gobernantes del “sistema” y de ese modo se han convertido en rehenes de los mercados financieros. Como cualquiera que ya ha acabado de pagar su hipoteca sabe muy bien que no tener deudas implica más libertad y, sin embargo, como me temo también sabe mucha gente, aumentarlas teniendo que pedir una ampliación del crédito porque los ingresos familiares son más reducidos que los gastos, implica tener que aceptar las condiciones que ponga el banco. Yo quiero que dejemos de ser esclavos de la deuda, y romper esas cadenas para nuestros descendientes. Esa es para mí una verdadera postura radical. Y cada vez más necesaria.

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