Opinión

Sánchez activa a la desesperada el 'operativo clamor'

Recuperar el afecto en sus filas, despertar al simpatizante escéptico e impulsar su candidatura para este año electoral, ejes de la operación clamor que ha puesto en marcha la Moncloa perdida

Pedro Sánchez tras acabar su mitin en Huelva
Pedro Sánchez tras acabar su mitin en Huelva EUROPA PRESS

Sánchez quiere que le hagan la pelota, algo muy propio de Richard Gere y de toda 'autocracia absorbente', diría Tamames. No aspira, como Rama X, el absurdo rey de Tailandia, a que empleados y súbditos se arrastren en su presencia para quedar por debajo de su mirada. Sánchez siempre es el más alto salvo cuando coincide con el Rey. Aún así, en sus filas hay gente obsequiosa que no duda en humillar la cerviz y hasta arrodillarse cundo se topa con su ilustrísima. Suelen ser caciquillos periféricos en espera de renovación o ministros sin pedigrí, a dos pasos del cese.

El caso es que Sánchez se muestra estos días en avanzado estado de sensibilidad melindrosa, muy propia en líderes con las urnas cercanas y sin garantías de victoria. Así, por ejemplo, Cristina Fernández de Kirchner, que, luego de ser condenada a seis años de prisión tras haber saqueado casi mil millones de dólares de las arcas públicas, pretende reincidir como candidata en las elecciones de fin de año (como aquí). El 70 por ciento de los argentinos la rechaza, por eso el kirchnerismo feroz ha puesto en marcha el 'operativo clamor' para movilizar a sus huestes y hacer como que reclama a la vicepresidenta, con religioso fervor, que no les abandone. Como la condena está recurrida, esta Evita de guardarropía, la mayor ladrona del subcontinente, podría encabezar las listas al puesto que se le ponga en el ombú.

Los pensionistas son ahora el nicho elegido por los estrategas del Ala Oeste de cá Begoña, bajo el embrujo de la reforma trampa de Escrivá, todo ruindad

Cuatro de cada diez votantes del PSOE no repetirían papeleta. Irían a otras siglas o se quedarían en casa. Sánchez no sólo tiene la enemiga del simpatizante del centroderecha sino que le repele buena parte del voto del progreso, lo que quiera que eso sea. Sus fieles, temblorosos, ignoran las trampillas demoscópicas de Tezanos y han desatado una espesa ofensiva de lanzamiento de jaculatorias sobre Su Persona a fin de contrarrestar el halo de creciente repudio que se palpa en sus filas. No sólo Alfonso Guerra lo detesta, el problema del presidente del Gobierno es que se ha convertido en un espantavotos capaz de hipnotizar tan sólo a aquellos que dependen económicamente de su generosidad, es decir, del erario. Los pensionistas son ahora el nicho elegido por los estrategas del Ala Oeste de Begoña, bajo el embrujo de la reforma trampa de Escrivá, todo ruindad.

Sánchez ha emprendido su particular operativo 'clamor' para recuperar algo del afecto que un día le dispensaban los suyos, ahora escépticos, renuentes y hasta cabreados. El procedimiento es rudimentario. Un despliegue grotesco de panegíricos con mermelada que, por el momento, tan sólo está logrando ataques de glucemia e irritaciones de colon.. "Muchos votantes del PP, de la derecha, me dicen que menos mal que gobernamos nosotros cuando la pandemia y ahora con la guerra, porque con los otros habría sido imposible", confiesa Sánchez, en tono desprejuiciado y canchero, como un concursante de las tentaciones televisivas. Oh, gracias Pedro, a ti te lo debemos, se escucha sin descanso al coro de las pedrettes, compuesto por las ministras anodinas de Educación y Transportes (Pilar Alegría y Raquel Sánchez), dirigido por Margarita Robles, experta en ditirambos.

Hay miembros del Gabinete que se esfuerzan. Otros, de momento, ni lo intentan, a lo mejor les da la risa. A la cabeza de los más esforzados figura Isabel Rodríguez, la inhábil portavoz que se enreda con la palabra como Courtois con el regate y sus respectivos equipos se echan a temblar. Es una digna dama de provincias, una abogadita de Ciudad Real cuyo mérito principal estriba en que, tras militar en las jusos de su región, se convirtió en la senadora más joven de la historia de España. Cada martes se ensaña con Feijóo desde la sala de presa de la Moncloa en un desinhibido desprecio institucional que se ha convertido ya en costumbre.

En su desatada obsesión por hacerse un hueco protagónico (sus últimas apariciones televisivas han gozado de menos audiencia que Julia Otero, que ya es) ha decidido incluso robarle foco a Tamames

Pese a su condición de mujer de izquierdas, lo suyo no es mentir. Ni siquiera insultar. Una anomalía genética. El rubor de Abenójar se le sube a las mejillas y compone un espectáculo lastimero. Así sobrevino aquel trabalenguas en lo de Susana Griso, cuando se empeñó en defender, no sólo al presidente, sino a su agenda, a la que desbordó de desmesurados piropos, 'la más intensa, la más transformadora', la más de lo más de Europa. Un chiste. Todo para no confesar que Sánchez evitó su presencia en la votación del sí es sí porque no le salió. Eso es clamor y sus fieles lo demuestran. . María Jesús Montero, más visceral y vehemente, no elude las hipérboles. "España no existía en el orden internacional" hasta que Pedro Sánchez tomó los mandos del país y volvió a situar a nuestro país en el mundo. De la genuflexión ante Mohamed VI apenas nada dijo. Nadia Calviño prorrumpe cada hora en un panegírico a la labor económica de su tótem, admirada y seguida en todo el planeta.

Los hombres quieren ser escuchados, admirados y hasta amados, decía Pla. El problema es que, cuando lo consiguen, se tornan débiles. No tendrá Sánchez tal problema, porque, por más que se esfuerce en el operativo clamor, la cosa no marcha. En su desatado furor por hacerse un hueco protagónico (sus últimas apariciones televisivas han gozado de menos audiencia que Julia Otero) ha decidido incluso robarle foco a Tamames en su ruidosa moción, y así recuperar algo del brillo perdido al menos hasta que se enfunde el sayal de Carlomagno de Tetuán en el semestre europeo. Un horizonte lejano. Deberá antes superar el Rubicón del 28-M en el que todos los augurios le son adversos. El objetivo clamor no llegará a un ¡bravo! Quedará, a lo sumo, en un ¡ay! O, dado el hartazgo del personal, en un galdosiano y burlón ¡miau!.