Opinión

El sable del sargento Tamames

Moción de censura de Vox: qué día llega al Congreso y cuántos votos son necesarios para salir adelante
Ramón Tamames, candidato a la moción de censura contra Pedro Sánchez EP

Días antes de finalizar sus prácticas militares en Inca, el comandante del batallón donde prestaba servicio tuvo un aparte con Ramón Tamames para leerle confidencialmente el escrito que pensaba remitir al general jefe del Servicio de Información Militar (SIM), en el madrileño ministerio del Ejército, pleno franquismo. “La presente es para comunicarle que, según las instrucciones que oportunamente recibí de S.E., he preparado el siguiente informe sobre la ejecutoria del alférez eventual Don Ramón Tamames Gómez durante los seis meses de prácticas que ha permanecido en el Batallón Independiente Llenera 1, acuartelado en Inca, Baleares. El comportamiento del citado alférez ha sido siempre correcto (…) Además de todo lo indicado, me consta, por los informes verbales que se me han proporcionado por el personal que forma parte de mi servicio de inteligencia, que Don Ramón Tamames se ha manifestado siempre en los términos de mayor patriotismo hacia España y su bandera, sin ninguna observación conocida en contra de lo que se espera de un oficial. Por todo lo expuesto, recomiendo vivamente a vuecencia que a la hora de calificar definitivamente a Don Ramón Tamames Gómez, le confirmen en su rango de alférez. Dios guarde a V.E. muchos años”.    

Pero, a pesar de tan brillante ejecutoria, Ramón se topó con una desagradable sorpresa cuando acudió a retirar su cartilla militar al cuartel de la División Acorazada Brunete, en El Goloso, cercanías de Madrid. Porque, en lugar de ser confirmado como alférez, había sido rebajado a la condición de sargento. El afectado pidió hablar con el oficial encargado de estos menesteres quien, para su sorpresa, lo trató con distante frialdad, seguramente alertado de su historial como simpatizante del muy prohibido PCE.

-Usted nunca ha sido alférez.

-Sí, señor. Durante seis meses…

-No, en absoluto. Usted fue eventual, recuerde bien lo de eventual, nunca definitivo. Es lo que se establece en las ordenanzas. Su calificación final queda en sargento. Puede retirarse.

Aquel lance dejó en Tamames una herida que el paso del tiempo no ha logrado cerrar del todo. Una afrenta con huella. Hasta que, en 1984, siendo Eduardo Serra secretario de Estado de Defensa en el primer Gobierno de Felipe González, Ramón juzgó oportuno tratar de reponer en democracia aquella grosera injusticia. El encargo de reparar el desafuero recayó en Abel Hernández, entonces Dircom del Ejército, adjunto al ministro Narcís Serra, quien pronto volvió con un dictamen alentador: “Tu destitución fue del todo antirreglamentaria (…) En realidad podrías ser alférez de complemento”.   

Sin embargo, lo que parecía fácil en democracia no lo fue en absoluto, porque, al cabo de unos meses, Abel anunció que sus gestiones no habían dado resultado dada la ausencia de “animus operandi” entre el alto mando militar. Nada de eso desanimó, no obstante, a un terco Tamames dispuesto a todo antes de renunciar a su rehabilitación plena como oficial del Ejército español. “Si no se remedia el caso por la vía administrativa adecuada”, escribe el propio afectado en “Más que unas memorias” (RBA Editores, 2013), “se lo diré al rey Juan Carlos en su calidad de comandante en jefe de las fuerzas armadas para que, como se dice, tome cartas en el asunto (…) Mi idea, que parece ilusoria pero que no lo es en absoluto, es que un día se forme un batallón –tal vez en el antiguo acuartelamiento del Regimiento Inmemorial, La Moncloa- para que el propio Rey me devuelva solemnemente mi sable y mi estrella de oficial, ante un batallón formado, incluso con bandera y banda de música”.

No es probable que el rey Juan Carlos asista, desde la tribuna de invitados, al discurso que Ramón Tamames pronunciará en el Congreso, cuando al jefe de Meritxell Batet le convenga, como candidato de la moción de censura presentada por Vox contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aunque al ilustre economista sin duda le encantaría el detalle. Tampoco lo es que el breve camino entre el escaño y la tribuna de oradores vaya a ser amenizado con La marcha Radetzky interpretada por la Filarmónica de Viena, “incluso con bandera”, lo que sin duda terminaría por decorar hasta el techo el tamaño de una vanidad, “ese residuo de infantilismo en la madurez” que decía Ortega, que persigue a Don Ramón como el canto del cisne que tanto ilustre con mando en plaza, tanta cabeza antaño privilegiada, ansía al final del camino.   

Gente hay que aún no se ha repuesto de la sorpresa. Y no por una moción de censura que Santiago Abascal anunció en su día y que pronto pareció una antigualla de la que el líder de Vox no ha sabido cómo librarse sin llamar demasiado la atención"

Gente hay que aún no se ha repuesto de la sorpresa. Y no por una moción de censura que Santiago Abascal anunció en su día y que pronto pareció una antigualla de la que el líder de Vox no ha sabido cómo librarse sin llamar demasiado la atención, ignorante, quizá, de aquella máxima de Gracián según la cual “tanto importa una bella retirada como una bizarra acometida”. Y no es que hayan faltado motivos para censurar a Sánchez. Este es un Gobierno al que el tribunal de garantías ha devuelto a los corrales, por inconstitucionales, dos estados de alarma por falta de uno, un Gobierno que ha dejado inerme al Estado con la abolición del delito de sedición, un Gobierno que ha abaratado la malversación para que el separatismo pueda seguir delinquiendo… La lista de sus tropelías sería, en fin, demasiado larga, producto, todas, de la alianza contra natura de quien está obligado a cumplir y hacer cumplir la Constitución con los enemigos declarados de la misma. Pero el granuja está tan malito, su fama tan golpeada, su Gobierno tan averiado que, con municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina, pensar ahora en una moción de censura imposible de ganar por la aritmética parlamentaria más parece un error que otra cosa. Un peligroso divertimento capaz de insuflar algo de aire en los pulmones contaminados del enfermo.

El caso es que cuando parecía que todos se habían olvidado del asunto, he aquí que este medio (felicitaciones a Marina Alías) adelanta que Abascal tiene un candidato llamado, ni más ni menos, Ramón Tamames, un hombre con un notable caudal de prestigio acumulado como luchador antifranquista y demócrata sin tacha, además de economista de renombre, con cuya “Estructura Económica” se han educado muchas promociones de economistas españoles. Pero que tiene una edad poco adecuada para cierto tipo de lances, desde luego para soportar jornada y media de discursos, con réplicas y contrarréplicas, que toda moción lleva consigo. Alguien, por eso, ha criticado la “manipulación canalla” de Tamames por parte de un Abascal que parece haber ignorado la dimensión de “ocurrencia”, de “vodevil”, incluso de “payasada” que tiene una operación llena de riesgos, y no para Sánchez (que por unos días logrará hacer olvidar las miserias de su Gobierno), ni para el PP (Feijóo se ha apresurado a situarse tras el burladero del episodio), sino para el propio Vox.

Porque lo de Vox parece una boutade. Un sainete reñido con el dramatismo que objetivamente está viviendo el país en un año en que la Constitución del 78 se está jugando seguramente su última oportunidad. La apuesta por la moción-show incide de lleno en la consideración de Vox como partido gamberro, alejado de las exigencias de seriedad del momento. Mucha gente de este país ha creído –ha querido- ver en Vox a un partido de la derecha seria, thatcheriana, conservadora, capaz de imponer esas reformas imprescindibles que el país necesita para volver a retomar un rumbo de progreso y libertad, y que el PP ha esquivado tantas veces para refugiarse en el mantra simplón de una tecnocracia ágrafa. Una derecha, la de Vox, dispuesta a dejar en casa, tras la puerta de casa, cada uno en su almario, toda esa serie de valores que tienen que ver con la moral individual, para centrarse en la materialización de esas reformas que, como socio de un eventual Gobierno de coalición con el PP, Feijóo no tendría más remedio que asumir, al menos en parte.

El episodio Tamames, con todos mis respetos, que son muchos, para el profesor y para el propio Abascal, devalúa esa intención, degrada esa imagen, echa por tierra la aspiración de convertir a Vox en un partido necesario, si no imprescindible, en el diseño de una España liberal"

El episodio Tamames, con todos mis respetos, que son muchos, para el profesor y para el propio Abascal, devalúa esa intención, degrada esa imagen, echa por tierra la aspiración de convertir a Vox en un partido necesario, si no imprescindible, en el diseño de una España liberal. Ello por no hablar del “roto” que, en términos electorales, esa línea de derecha conservadora seria podría haberle hecho a un PP empeñado hoy en pescar en los caladeros del votante “moderadillo” del PSOE, “escandalizadillo” con las tropelías del PSOE de Sánchez. Cualquier cosa, no obstante, puede ocurrir en el Congreso. Porque a Don Ramón le gusta agradar y ser agradado, sentirse reconocido, y si Sánchez, con el cinismo que le caracteriza, ensalza su currículum y alaba su trayectoria lo bastante, no es descartable que el candidato termine su discurso viajando al escaño de Sánchez para fundirse en un abrazo con Sánchez.

Es el riesgo de medirse “con quien no tiene qué perder. Es reñir con desigualdad. Entra el otro con desembaraço porque trae hasta la vergüença perdida; remató con todo, no tiene más que perder, y assí se arroja a toda impertinencia. Nunca se ha de exponer a tan cruel riesgo la inestimable reputación que costó muchos años de ganar, y viene a perderse en un punto de un puntillo”, según el universal aragonés antes citado. Justo es reconocer que el lance podría tener también otro final, el que justamente persigue Abascal: la posibilidad de que Don Ramón, la cabeza sobre los hombros, le diga a Sánchez lo que cualquier español formado en la acrisolada honradez del padre de familia preocupado por el futuro de sus hijos diría al aventurero sin escrúpulos que nos preside: que este país está en un brete de irse  por la alcantarilla de las aguas fecales, y que urge mandar al felón cuanto antes al estercolero de la historia. ¿Es Tamames la persona idónea para esa tarea? ¿Es este el momento adecuado para intentarlo? Volvamos al ilustre jesuita: “No basta la sustancia, requiérese también la circunstancia”.

Todo puede pasar en algo que tiene más de esperpento valleinclanesco que de operación de acoso y derribo a un tipo dispuesto a acabar con la España de ciudadanos libres e iguales. Las mociones, como las elecciones, las carga el diablo. Ello en el convencimiento de que pase lo que pase, apenas quedará del episodio el eco lejano de unas risas sobre la faz aterida de una España que no está para bromas. Sánchez recuperará resuello durante un buen puñado de horas, pero la soga de la que cuelga no dejará de tensarse bajo el puente Blackfriar de su conducta delicuencial. Cuando se cumple un año de la invasión de Ucrania, la obligación de la europea “gente de bien” es ayudar a Kiev a ganar la guerra y expulsar al criminal Putin hasta más allá del Volga, y el particular deber de la española “gente de bien” es poner a Pedro Sánchez en la puta calle cuanto antes. Todo lo que no sea eso o penalice o retrase ese objetivo es casi un crimen. ¡Y pensar que todo podía haberse arreglado entregando al sargento Tamames su merecido sable de oficial del ejército español… Eso sí, con bandera y banda de música!