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Opinión

Torra es un peligro público

El presidente de Cataluña, Quim Torra.

En Lérida se vuelve a confinar a la gente en sus domicilios. El número de contagios es tremendo y la lógica alarma social se ha disparado. Y no será porque no se hubiera avisado de que podía volver a pasar. Si pésimo fue el papel de la consellera Vergés en los meses pasados, entre balbuceos de pura ignorancia y una ineptitud digna de cese fulminante en cualquier otro lugar, tremendo ha sido el que ha llevado a cabo con el rebrote.

Asistíamos a un dejà vu horroroso: habría poca gente contagiada, los brotes estaban controlados, todos los dispositivos estaban a punto e incluso nos mostraron un grotesco simulacro de hospital de campaña más parecido a un castillo hinchable de feria que otra cosa. Los resultados: la fuerza del virus ha sido tremenda, los contagios, numerosos, la dejación de funciones con respecto a los temporeros del campo infectados rayana en la negligencia criminal, la falta de medios tan enorme como en marzo y la falta de previsión, como no haber dispuesto desde que se tuvo el primer indicio de rebrote de controladores, sin parangón.

A Torra y su gobierno les ha venido ancho desde siempre todo lo que no fuesen los juegos florales, la bravuconería, el chantaje o el matonismo de los CDR. Ni sabían cómo controlar a los suyos y el orden público, ni supieron evitar el crack económico generado antes de la pandemia debido a la marcha de empresas por la inestabilidad generada por el proceso, ni han tenido el suficiente sentido común como para crear un dispositivo sanitario que facilitase las cosas a enfermos y sanitarios.

Ni siquiera tuvieron el mínimo detalle de disponer de teléfonos gratuitos para poder consultar – el primero era de pago y cuando se dispuso su gratuidad, siempre comunicaba y tenías que llamar a otro que, ¡oh maravilla!, también era de pago- o repartir mascarillas y material de protección al personal sanitario. Eso sí, los batablancas lazis supieron organizar performances en el vestíbulo del Hospital Clínico durante meses ante la sonrisa de los consellers de turno. Propaganda, la que quieran; soluciones cuando vienen mal dadas, ninguna. No saben, no quieren, no pueden, no les interesa nada que sea normal, nada que requiera rigor, formación, dedicación, inteligencia. Son cerriles en su fanatismo, no ven más allá de la estelada y de ahí provienen todos los males que afectan a Cataluña.

Son cerriles en su fanatismo, no ven más allá de la estelada y de ahí provienen todos los males que afectan a Cataluña

Por no haber tomado medidas preventivas, en Lérida vuelven a estar confinados. Por no haber sustituido en el cargo a la tal Vergés, esta segunda oleada tiene al frente a una persona que se ha revelado como una perfecta incompetente en la materia. Decimos más, por su facundia, por su inconsciencia, por su permanente vivir en un mundo imaginario que no tiene nada que ver con la dura realidad, Torra y los que le acompañan en este funeral en el que los muertos somos nosotros y los que se lo miran son ellos, el resto de catalanes, singularmente los que vivimos en Barcelona ciudad y los municipios de su alrededor, estamos con un dogal al cuello.

La crisis sanitaria es gravísima y ya comprobamos que ni calor ni primer brote. El virus ha llegado para quedarse hasta que no exista una vacuna y, o teneos gobernantes inteligentes y cargados de prudencia, o nos vamos al carajo como individuos y como sociedad. De ahí que estremezca ver que quienes deben conjurarla solo sepan recitar poesías en catalán y cantar Els Segadors. Porque lo seguro es que, tras este segundo rebrote – y el tercero, y el cuarto, y ni les hablo de otoño –, la economía productiva va a quedar arruinada, el comercio será tierra quemada, las PYMES un sueño del pasado y los autónomos los nuevos parias. Y estos señores seguirán tocando la lira, porque tampoco sabrán qué carajo hacer, y continuarán con las improvisaciones, con las jaimitadas, con las ocurrencias, con lo de que si fuésemos independientes no habría tantos muertos, sin ser conscientes, porque son unos perfectos inútiles, que lo que tienen entre sus manos es la salud física, económica y moral de toda una región.

Aunque lo supieran, mucho me temo que les daría lo mismo. Al loco lo único que le interesa es su locura. Ahora bien, estaremos de acuerdo en que a los locos hay que tratarlos en un manicomio y dejar los asuntos del gobierno a personas con un mínimo de cordura. Los peligros públicos no pueden circular por ahí a su aire.

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