Opinión

La pulsión totalitaria

Las promesas adanistas del 15-M se juntaron con la voluntad totalitaria del 1-O y hallaron cobijo y dirección en el PSOE, como siempre ha pasado

Protestas durante una intervención en el Congreso / EFE

Hay muchas portadas que muestran involuntariamente los peores males del periodismo. Otras reflejan mejor que un ensayo el espíritu de una época. Algunas, muy pocas, revelan además los rincones más oscuros de la naturaleza humana. Recuerdo tres por encima del resto. Tres portadas que podrían escogerse para una exposición sobre el siglo XXI (y sobre la historia de la humanidad). La primera la publicó El País en 2001. “El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush”. La segunda, ABC en 2009. “La mirada del asesino de una niña de tres años”, y la foto de esa mirada, que finalmente resultó ser sólo la de un hombre esposado. La última pertenece a 2016 y al Daily Mail. “Enemies of the People”. Y en la diana, las fotos de tres jueces.

Hoy me acuerdo de la última de esas portadas. Lo que estamos viendo estos días en España es escalofriante. Las cosas están jodidas, pero a un nivel que va mucho más allá de las acciones del Gobierno y sus socios. Son las reacciones de diputados, politólogos, periodistas, votantes y ciudadanos lo que hiela la sangre.

Lo dijimos hace ya tiempo, y no era hipérbole: la izquierda española es esencialmente totalitaria. Y no hablamos sólo de los partidos y de los políticos. La mayoría de la gente -o al menos la mayoría de la gente que vota, milita, piensa y opina- cree que la voluntad popular es sagrada y no debe someterse a ningún límite. Y como el Congreso es la representación de esa voluntad -que al ser popular sólo es válida cuando es de izquierdas-, entonces también cree que ningún otro poder debe poner límites al Legislativo.

La derivada es clara, y debería sonarnos: “Si nos ha elegido la gente, si representamos al pueblo, nada ni nadie debe poder limitarnos”. Aquellos que lo intenten serán, lógicamente, enemigos del pueblo

Menos aún los jueces. “¿Quién los ha elegido?”, preguntan estos días los ultrademócratas. En esa pregunta se revela la pulsión totalitaria, fundamentalista y absolutista que nos recorre. En la repetición insistente de esa pregunta se asienta la construcción de los grandes horrores del siglo XX, de los que solemos recordar sus consecuencias más atroces pero no sus principios políticos, filosóficos y antropológicos. Porque la derivada es clara, y debería sonarnos: “Si nos ha elegido la gente, si representamos al pueblo, nada ni nadie debe poder limitarnos”. Aquellos que lo intenten serán, lógicamente, enemigos del pueblo. 

Repetimos una y otra vez lo importante que es la memoria para no repetir las barbaridades del siglo XX, pero sólo se nos quedó grabada la estética. Recordamos los uniformes, los colores, los discursos encendidos y los bigotes, pero dejamos que lo esencial se pierda. Y lo que fue esencial en los años 30 es de nuevo lo cotidiano. La voluntad nacional es sagrada, los límites son ilegítimos y el mandato popular nos obliga a hacer lo que hacemos.

Felipe Sicilia, Rafa Mayoral, Íñigo Errejón, Félix Bolaños, Carmen Calvo y muchos otros han salido estos días a denunciar que los jueces puedan poner límites a lo que se debate y se aprueba en el Congreso. Quieren sólo jueces en sintonía con la mayoría parlamentaria, tribunales que canalicen, no limiten, la voluntad del pueblo. Quieren réplicas de Roland Freisler, y convertir el Tribunal Constitucional en su particular Volksgerichtshof.

Cuándo se jodió Weimar, cuándo se jodió la II República, cuándo se jodió el Reino Unido, cuándo se jodió Europa, cuándo se jodió España. Pero la respuesta no es ningún misterio

El problema es más serio de lo que pensamos, porque no se limita a un presidente, a un Gobierno ni a un partido; y desde luego no se trata de una serie de cesiones para mantenerse en el poder. Se trata precisamente de una idea sobre el poder. Una idea compartida por todos aquellos que siguen defendiendo a este Gobierno. Es una idea terrible, y es una idea muy extendida. Es normal. No se puede esperar que la mayoría de los ciudadanos desarrollen mecanismos para esquivar la pulsión totalitaria cuando la antropología con la que lo impregnamos todo desde que vamos a la escuela es el optimismo adanista y el fundamentalismo democrático.

Los más pesimistas pensábamos que 2017 se olvidaría pronto, pero nos quedamos cortos; lo que ocurrió es que nunca llegamos a salir de ahí. Las promesas adanistas del 15-M se juntaron con la voluntad totalitaria del 1-O y hallaron cobijo y dirección en el PSOE, como siempre ha pasado. Todo eso es lo que define a este Gobierno. Todo eso es lo que defienden sus votantes.

Nos preguntamos a menudo, de manera retórica, cuándo se jodió el Perú. Cuándo se jodió Weimar, cuándo se jodió la II República, cuándo se jodió el Reino Unido, cuándo se jodió Europa, cuándo se jodió España. Pero la respuesta no es ningún misterio. Se jodió en el mismo instante en que la pulsión totalitaria se instaló en la vida pública. Es decir, hace demasiado tiempo.