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Opinión

Por qué el PP no debe presumir de gestión económica

El resultado final de tanto desaguisado ya lo conocemos, un empobrecimiento de las familias, sobre todo aquellas cuyo principal perceptor de renta es menor de 35 años

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El presidente del PP, Pablo Casado, acompañado del secretario general del partido, Teodoro García Egea. Europa Press

Estos días hemos asistido, atónitos, al enésimo folletín político patrio, la convención del Partido Popular. Las ocurrencias y disparates de lo allí oído, visto y sucedido, superan ampliamente a las genialidades del guionista del camarote de los Hermanos Marx. Permítanme centrarme en unas de esas gracias que a modo de mantra repiten, cual martillo pilón, tanto los dirigentes del PP como sus voceros mediáticos: su buen hacer en materia económica. Lo más preocupante es que ni siquiera sus rivales políticos han sido capaces de enmendarles la plana en lo que no deja de ser un mero eslogan goebbeliano.

En realidad ello obedece a que tanto los gobiernos del PP como del PSOE fueron copartícipes de las mismas olas. La más importante, sin duda, parafraseando el título del libro del abogado argentino y español, y buen amigo Fernando Scornick, y del economista británico Fred Harrison: la especulación inmobiliaria y el silencio de los corderos. Pero no solo, también son corresponsables de otros desaguisados, desde el diseño del rescate bancario, pasando por la más que defectuosa reestructuración del sector eléctrico, o la contribución de sus economistas a la financiarización y mercantilización de distintos derechos humanos básicos, desde la alimentación hasta el acceso a la vivienda, pasando por la luz y el agua.

Desde un punto de vista económico la principal herencia del PP, a modo de carga pesada, fue activar la mayor burbuja inmobiliaria de la historia, financiada por un ciclo de endeudamiento privado récord, que posteriormente el PSOE infló todavía más. Mientras dura la ola de la burbuja todo parece cuadrar, desde la actividad económica y generación de empleo, hasta los ingresos fiscales. Pero no deja de ser una mera ficción, una ilusión óptica. Una vez que se pincha una burbuja inmobiliaria, financiada con deuda privada, el empobrecimiento masivo de la población es una de sus consecuencias, aderezado en nuestro país, en ausencia de la dación en pago, con cientos de miles de desahucios.

Pero no contentos con ello, la única salida que se ofreció, tanto desde el ejecutivo del PP como del PSOE, fue una devaluación competitiva, sazonada con austeridad fiscal, ambas medidas distópicas e innecesarias. No tuvieron las agallas de exigir a los acreedores de nuestro sector bancario que apechugaran con sus errores en la asunción de riesgos, de manera que se sometieran a una quita, tal como les ocurre a los acreedores de las empresas privadas que acaban quebrando. El resultado final de tanto desaguisado ya lo conocemos, un empobrecimiento de las familias, sobre todo aquellas cuyo principal perceptor de renta y riqueza es menor de 35 años, un país sin futuro para los más jóvenes, y una España profundamente desigual tanto a nivel de rentas como de riqueza. Resulta en este contexto irónico e hilarante ciertas recomendaciones sobre las pensiones futuras, mercado laboral o política industrial de quienes legitimaron académicamente tanto desvarío.

En el trasfondo, la complicidad de ciertas élites con un sistema monopólico, mediante políticas fundamentalmente fiscales, instrumentadas en beneficio de los buscadores y apropiadores de rentas

Los enormes estragos que la especulación inmobiliaria ha causado en nuestro país y las secuelas que ha dejado en la sociedad deberían haber servido para nunca jamás repetir lo sucedido. ¡Qué ingenuidad la mía! A pesar de que los mecanismos de la renta del suelo y la relación del acceso a la tierra con el empleo y los salarios han sido analizados ampliamente, al igual que el papel tanto del sistema impositivo como de la banca, algunos no aprenden, y sus propuestas vuelven a ser dobles tazas de los mismo. Es lo que ha hecho el PP en su convención. En el trasfondo, la complicidad de ciertas élites políticas con un sistema monopólico, mediante políticas fundamentalmente fiscales, instrumentadas en beneficio de los buscadores y apropiadores de rentas. Son necesarias hoy más que nunca reformas destinadas a reorientar la economía lejos de los ciclos de negocios dirigidos por ciertas burbujas y sus estallidos. Dichos ciclos victimizan a la práctica totalidad de la población, especialmente a los más vulnerables, a través del desempleo, la pobreza, la desigualdad, y la falta de acceso a la vivienda.

Los especuladores del suelo y la banca llevaron el mercado inmobiliario a límites que no podían ser asumidos por todos los compradores y arruinaron a cientos de miles de familias. Son los verdaderos artífices de la deuda privada patria que dio lugar a un endeudamiento insostenible. Bancos, acreedores y especuladores deberían haber afrontado las consecuencias del infierno que ellos mismos crearon. Sin embargo, hubo unos gobiernos que toleraron y fomentaron la especulación inmobiliaria, germen de la corrupción de nuestro país. Este análisis perfectamente se puede extrapolar a la reestructuración del sector eléctrico, diseñada por el primer gobierno Aznar, de cuyos efectos perversos estamos siendo testigo estos días; o al rescate bancario patrio, esbozado por el gobierno Mariano Rajoy.

Por todo ello, cuando escucho a algún dirigente del PP hablar de lo bien que lo hacen en materia económica, simplemente me enervo. Su “España va bien” no era más que una burbuja inmobiliaria que le acabó estallando al gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, cuyos economistas fueron incapaces, también, de anticipar las dinámicas del crédito y la deuda privada. Lo más alucinante, sin embargo, fruto de la ignorancia o del cinismo, no sé que es peor, es que unos listillos políticos, muy extendidos por estos lares, intentaban, e intentan, hacer pasar al déficit público como el causante de la crisis, cuando en realidad fue una consecuencia de ella, y que sirvió además para atenuar la crisis.

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