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Opinión

El relato ideológico del gobernador del Banco de España

Las afirmaciones de que los déficits fiscales hacen subir los tipos de interés ya no pueden sostenerse

La banca alerta de que la inflación amenaza la recuperación económica
Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España. Europa Press

Resulta sorprendente, extravagante, alucinante leer los relatos y análisis del actual gobernador de Banco de España sobre los problemas y peligros que acechan a la economía española, y por ende a los ciudadanos que conforman nuestra querida España. Según sus prismáticos, la subida del salario mínimo, obviando los últimos resultados empíricos sobre su implementación en diferentes áreas del planeta, aumenta el desempleo entre los más desfavorecidos o reduce la tasa de creación de empleo. Bajo esos anteojos, la inflación actual es preocupante. Y para rematar la faena, la política fiscal debería abandonar su sesgo expansivo actual. De su relato se derivan una serie de propuestas de política económica desconcertantes por no decir que distópicas, tremendamente dañinas para el bolsillo de los ciudadanos. Lo paradójico es que de lo suyo, el buen funcionamiento del sistema bancario y crediticio, apenas dice algo. Obviamente todo tiene una explicación. El marco teórico con el que trabaja, o trabajan quienes le asesoran, está agotado hace mucho tiempo, pero el “rey sigue desnudo”. Les recomendaría una aproximación a evidencias empíricas aportadas por alguien tan nada sospechoso como el Banco de Inglaterra.

La ortodoxia clásica y neokeynesiana (no confundir con Keynes y la escuela postkeynesiana) no se ha puesto al día. Aún no ha entendido la inefectividad de la política monetaria, la generación de inflaciones de activos, soportadas por nuevas acumulaciones de deuda privada, y las consecuencias de cuando éstas estallan. Les recomendaría la nueva evidencia empírica aportada por economistas del Banco Central Europeo, Monetary and fiscal complementarity in the Covid-19 pandemic, donde se concluye que la política fiscal es muy efectiva, sobre todo si los bancos centrales compran la deuda. Lo mismo pasa con el salario mínimo, donde la evidencia más cercana, Reallocation Effects of the Minimum Wage, relativa a su implementación en Alemania, y publicada en la revista académica de mayor impacto, Quarterly Journal of Economics, concluye lo contrario al pensamiento de nuestro gobernador: el aumento del salario mínimo incrementó el salario pero no redujo el empleo, provocando además la reubicación de los trabajadores con salarios bajos de los establecimientos más pequeños a los más grandes, de los peor pagados a los mejor pagados y de los menos productivos a los más productivos, mejorando en definitiva las condiciones de vida de la sociedad germana. El gobernador y sus asesores al menos podrían actualizar su repertorio de artículos académicos recientes. Lo mismo se podría aplicar a esos “ilustres” que llenan las tertulias y las páginas de nuestros mass media.

Los precios del gas y petróleo

Este sombrío panorama del estado actual de los que disertan y exponen las ciencias económicas en nuestro país, por lo demás “ilustres” opinadores, se complementa con su inacción a la hora de entender lo que ocurre con el precio de la luz, y que está provocando un aumento de la pobreza energética. Ellos, tan “ilustres”, defendieron que la desregulación de los mercados de derivados de materias primas no solo no sería inocua, sino que nos traería una serie de bondades sin parangón. La realidad y la evidencia empírica de nuevo los desmiente. Fuimos los primeros hace tiempo en decir en voz alta que el papel de los inversores institucionales en índices de materias primas, vía futuros, incluidos en este caso los precios del gas y del petróleo, en un sistema de fijación de precios marginalista, son el factor principal que afecta a los precios de las materias primas en la actualidad y están detrás de la inflación de los precios de la luz que estamos sufriendo estos últimos meses.

La experiencia histórica de lo ocurrido con los mercados de derivados de productos energéticos y agrícolas desde su desregulación sugiere exactamente lo contrario a lo sustentado por los “ilustres” opinadores -muy recomendables dos artículos, uno publicado en 2015 en The Journal of Finance bajo el título “Informational Frictions and Commodity Markets”, y otro publicado en 2019 en Economic Modelling bajo la rúbrica “How Index Investment Impacts Commodities: A Story about Financialization of Agricultural Commodities”-. Además de que estos mercados no fueron útiles a la hora de transmitir la fase del ciclo económico en que nos encontrábamos, produjeron un aumento de la volatilidad de los precios de la energía y de los alimentos no elaborados, poniendo en solfa el concepto de seguridad alimentaria y la satisfacción de las necesidades básicas como el acceso a la luz, generando pobreza energética.

La política fiscal, la clave de bóveda

Volviendo al documento de trabajo recientemente publicado por el BCE, Monetary and fiscal complementarity in the Covid-19 pandemic, éste representa sin duda un avance en la narrativa. Concluyen lo obvio, ya no son sostenibles las viejas narrativas dominantes de que la política fiscal es ineficaz a la hora de proporcionar impulsos permanentes a la producción real (o de que la austeridad no daña permanentemente la trayectoria de crecimiento). El tabú que rodea a las compras de deuda pública por parte de los bancos centrales porque provocan una aceleración de la inflación ya no puede sostenerse. Las afirmaciones de que los déficits fiscales hacen subir los tipos de interés ya no pueden sostenerse. Ahora el debate público sólo tiene que reflejar esa realidad y habremos avanzado. Por supuesto, como nos recuerda Bill Mitchell, “todo esto es el núcleo de la TMM: ¡lo sabíamos desde el principio!”

Los autores del documento del BCE, publicado este mes, analizan las implicaciones de la forma en que la política monetaria está interactuando con la política fiscal expansiva. En Estados Unidos la Reserva Federal ha comprado cantidades ingentes de deuda soberana y corporativa, representando un déficit previsto de alrededor del 17% del PIB. Además, el banco central estadounidense también ha "empujado el tipo de descuento cerca de cero" y ha proporcionado a los bancos "liquidez de emergencia a través de un nuevo programa abierto de compra de activos a largo plazo". Su conclusión general es que con este enfoque el banco central utiliza las reservas para comprar gran parte de la enorme emisión de bonos del Estado y esto compensa el impacto de los cierres y bloqueos en la economía real. Demuestran que estas acciones redujeron los costes de los préstamos y amplificaron el impacto de las políticas fiscales de apoyo. Y si la política monetaria y fiscal no estuvieran trabajando juntas por una vez, Estados Unidos habría "experimentado una contracción significativamente más profunda como resultado de la pandemia de covid-19".

El punto es obvio y va en contra de la forma en que se ha enseñado y practicado la macroeconomía dominante en esta era neoclásica-neokeynesiana, en la que se asignaba a la política monetaria el papel principal (ajustar los tipos de interés) y se consideraba que la política fiscal era pasiva y estaba sesgada hacia la creación de excedentes. También concluye que la política fiscal es muy eficaz para reducir las consecuencias negativas de una reducción significativa del gasto del sector privado, lo que va en contra de la sabiduría recibida del enfoque neokeynesiano estándar. Sin acritud, por favor, “ilustres” opinantes, lean, lean y lean, y absténganse de recetar lo que a todas luces no es más que ideología. Es muy recomendable para la salud de sus conciudadanos.

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