Opinión

El populismo, cáncer de la democracia

La división de la sociedad en bloques irreconciliables -como ha pasado en Estados Unidos y Brasil- es el principal logro del populismo

Pedro Sánchez también engañó a Podemos / EFE

El reciente asalto a las instituciones democráticas de Brasil a cargo de seguidores de Bolsonaro, emulando el asalto al Congreso de Estados Unidos por los trumpistas, cuyos precedentes españoles son los asaltos separatistas al Parlament catalán de 2011 y 2018, y los “rodea el Congreso” podemitas de 2012 y 2016, ha vuelto a poner sobre la mesa la molesta patata caliente populista. El populismo es el cáncer de la democracia porque, a diferencia de las doctrinas explícitamente antidemocráticas, surge del interior mismo del sistema y pretende ser más demócrata que nadie elaborando con cínico descaro su caricatura del lenguaje liberal (vimos aquí cómo lo hacen Putin y Xi Jinping).

Ahora está de moda culpar a internet de la propagación del populismo, algo tan inteligente como culpar a los bomberos de los incendios. Mussolini, uno de sus antecesores, tomó el poder en 1922 con la “marcha sobre Roma”, asalto de hordas que inspira la moda actual, sin tener internet, ni siquiera televisión. La culpa no es pues de la tecnología: el populismo vive de la autocensura, del silencio y la cancelación de los principios democrático-liberales, alimentado por la conversión de las instituciones políticas en coto endogámico de cínicos, lunáticos y corruptos. Y le ayuda mucho la degeneración de la educación superior por la doctrina woke y la de los medios de comunicación de masas, el circo de la llamada con toda justicia “cultura del espectáculo”.

Sus fronteras son borrosas y fáciles de cruzar, produciendo en los extremos la fusión rojiparda, que mezcla tópicos de extrema derecha y extrema izquierda

Lo que hace tan resiliente al populismo y tan vulnerable a la democracia liberal frente a sus tóxicos es su carácter transversal y su contagiosa dialéctica negativa. Me explico: es transversal porque hay populismo de izquierda y derecha, como los de Pedro Sánchez o Gustavo Petro y los de Trump o Bolsonaro; sus fronteras son borrosas y fáciles de cruzar, produciendo en los extremos la fusión rojiparda, que mezcla tópicos de extrema derecha y extrema izquierda. Y su propaganda es tan contagiosa porque no propone nada positivo y asertivo -esta o aquella propuesta económica, educativa o de justicia-, sino la oposición frontal y maniquea al diferente, convertido en enemigo según la doctrina del jurista antidemócrata y pronazi Carl Schmitt, que tan bien se entendió con el procomunista Alexander Kojève (y ahora valoran tanto Pablo Iglesias y sus secuaces).

Lo vemos a diario en España: para el populismo podemita y sanchista todos los demás somos fachas o neoliberales, y para el derechista progres o sociocomunistas. La división de la sociedad en bloques irreconciliables -como ha pasado en Estados Unidos y Brasil- es el principal logro del populismo.

Nueve características del populismo transversal

Les propongo una lista no exhaustiva de las características básicas de cualquier populismo, los síntomas de la enfermedad iliberal que amenaza con matarnos y cuya manifestación debería encender las alarmas.

Colectivismo: el sujeto político es el pueblo (o la gente, o la nación) en vez de la sociedad y los ciudadanos individuales. El populismo los sustituye por la masa que arremete junta, donde la personalidad individual desaparece.

Contra el pluralismo: la libertad de ideas, conciencia, creencias y estilos de vida es algo a erradicar con la excusa de resultar incompatibles con las verdaderas ideas de moral y de nación o pueblo, las suyas.

Contra las instituciones: suprimido el pluralismo y por tanto los debates, el pueblo no necesita para nada mediaciones como parlamentos y tribunales, salvo para transmitir e imponer las decisiones del pueblo a través de sus líderes y, de vez en cuando, plebiscitos de ratificación.

Emocional e irracionalista: es verdad que los humanos somos seres emocionales dotados de racionalidad, pero al populismo la última le sobra. Vive de explotar emociones básicas negativas, en especial el miedo.

Posverdad: los hechos no importan y las verdades son construcciones ideológicas, la historia se convierte en un relato a conveniencia de autor; solo hay interpretaciones de casos, y la única interpretación buena es la populista.

Cancelación cultural: las ideas molestas, que son todas las basadas en hechos (ciencia) o que impugnan prejuicios (crítica), no deben ser discutidas, sino canceladas, es decir, censuradas, prohibidas y expulsadas de la educación y de los medios de masas (también se dice que el populismo odia a la intelectualidad, pero en realidad, tiene muchos intelectuales orgánicos).

Exclusión del enemigo: la democracia funciona y crece con la inclusión de más categorías sociales y personas en la ciudadanía, mientras que el populismo propone la exclusión y convierte al excluido en enemigo; esto vale para la oposición, disidentes, extranjeros y chivos expiatorios en general.

Lenguaje maniqueo: el mundo social es de colores, pero el populismo solo admite blanco y negro, amigo o enemigo. El periodismo distraído ayuda mucho propagándolo con habitual inconsciencia, por ejemplo dividiendo a los magistrados en progresistas o conservadores no por la calidad y sentido de su posición jurídica, sino por afinidad o no con el Gobierno.

Violencia política: el populismo es propenso a la violencia, que impregna su discurso -véase este ejemplo de Pablo Iglesias amenazando a periodistas- y es banalizada como expresión legítima de la voluntad del pueblo. Esto sirve tanto para asaltar parlamentos en Washington, Brasilia o Madrid y Barcelona, para organizar escraches contra personas e ideas no gratas y silenciarlas, y para copar las instituciones expulsando toda disensión y crítica al poder populista, que es el poder por el poder sin distinción de fines y medios.

Ahora no intentan suprimir las instituciones democráticas, sino colonizarlas expulsando a los adversarios, imponer leyes ideológicas, eliminar el pluralismo y suspender el debate público libre

Sin duda pueden añadirse rasgos adicionales (aquí publiqué “Seis falacias populistas” en 2017, sobre el golpe separatista en Cataluña), pero creo que esta lista ayudará a perfilar lo esencial del fenómeno populista y a entender por qué es un cáncer para la democracia. Lo que lo hace tan peligroso es, precisamente, su confusión insidiosa, su pegajoso contagio. El comunismo y el fascismo clásicos eran claramente totalitarios y no escondían su intención de liquidar la democracia liberal. Cuando esta se defendió con éxito y desenmascaró las proclamas totalitarias demostrando sus crímenes, los viejos comunistas y fascistas se transformaron en populistas más demócratas que nadie (como Putin y Xi). Ahora no intentan suprimir las instituciones democráticas, sino colonizarlas expulsando a los adversarios, imponer leyes ideológicas, eliminar el pluralismo y suspender el debate público libre. Y todo esto está pasando aquí y ahora.