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Cultura

Cultura de la cancelación

Censura con el pelo de color púrpura, que logra la rendición de los ‘mossos’

Activistas ‘queer’ consiguieron cancelar la presentación de ‘Nadie nace en un cuerpo equivocado’

Escrache de activistas trans en la presentación del libro 'Nadie nace en un cuerpo equivocado'.

Dieciséis de mayo de 2022, es lunes, hace una tarde soleada, pero corre algo el aire. La situación se presta a disfrutar de una buena presentación de libro. Son las siete y la ciudad condal recibe a José Errasti y Marino Pérez, ambos profesores universitarios de Psicología… Sólo venían a presentar su libro Nadie nace en un cuerpo equivocado (2022, Deusto). Desde hace tiempo, en Cataluña vivimos en un metaverso político digno de una saga de Marvel. La normalidad institucional fue prontamente sustituida por el “jarabe democrático” de los escraches desde la llegada del Procés, como hemos venido explicando en Vozpópuli.

El caso es que llego tarde a la presentación y un amigo que me esperaba en La Casa del Libro de Rambla Cataluña me advierte por Whatsapp: “Hay que decir que esto no tiene ni la mitad de gracia sin saber que hay un cordón policial en la puerta”. Estará bromeando, pienso, pero efectivamente a medida que me aproximo a la entrada comienzo a ver cómo aparecen de debajo de las piedras jóvenes con los pelos lilas, rosas, banderas LGTBI+ y consignas aprendidas en la facultad de Trabajo Social. Llegar tarde y tener que sortear a ’wokes’ de Gracia que sienten que están haciendo historia jugando al “arrencacebes” ya es lo último (en realidad, el grupo tiene un aire a los Dam Trolls, juguetes de moda en los años noventa). Aunque he de confesar que el grupúsculo logra sacarme una sonrisa cuando veo a un chico o ‘chique’ (no podemos saber qué género profesa) de literalmente 1,50 metros frente a un cordón policial de entorno a quince Mossos d’escuadra de 1,90 de media y la espalda más ancha que el armario de Ikea modelo Hokksund. El sujeto venido arriba luce pelo rosa, actitud chulesca y pose de masculinidad tóxica. Entro con la sonrisa y al ver que llevo camisa, gafas y mi alopecia no hace amago alguno de esconderse, los policías rápido se percatan de que no pertenezco a ningún grupo de activistas hiperventilados. “¿A dónde va?”. Me dejan pasar.

A los pocos minutos de tomar asiento, el acto se debe interrumpir, porque tal y como explica una de las ponentes, Silvia Carrasco, los manifestantes han amenazado con “quemar la librería”. Huelga decir que, de entre las grandes cadenas de Cataluña, La Casa del Libro es la única que accede a hacer la presentación, ya que otras librerías como Abacus o la Central del Raval (en pleno epicentro woke catalán) se negaron siquiera a comercializar el libro en cuestión. Intento acercarme a Errasti con la intención de que firme mi ejemplar, pero no es posible ya que los organizadores nos obligan a salir escoltados por la policía. Una mujer del público se lamentaba “Esto no saldrá en TV3” y no le falta razón, el problema es que no ha reparado en que todo forma parte del juego de poder existente.

Censura tolerada

Resumo: el abigarramiento ideológico catalán ha hecho que activistas trans dispuestos al enfrentamiento físico sean compañeros de viaje de la antigua Convergència. Si Fukuyama confiaba en que con el fin de la historia dejaríamos de vivir tiempos interesantes es porque no conoció la Cataluña procesista… Saco el móvil entre empujones de la policía. Cerca de un centenar de jóvenes desnortados que exhiben el brazo en alto (imagen que tiene poco de democrática, por cierto) gritan “Fora feixistes dels nostres barris”. Pienso -ingenuamente- que al ir yo rapado me han confundido con un skinhead ultraderechista y me giro con la esperanza de encontrar tras de mi a esos “feixistes” (hombres tatuados con simbología neonazi, botas Martens y polo Fred Perry cantando el ‘Cara al Sol’), para mi decepción lo que encuentro a mi alrededor es un grupo de mujeres de mediana edad de la misma estatura que los activistas enardecidos, es decir, no más de metro cincuenta.

Lo preocupante es que el dispositivo policial de los mossos acabara cediendo a la presión de ese grupo de activistas que interrumpieron el acto

El panorama era bastante pintoresco: un grupo de pacíficas ‘charos’ que creían ir a una presentación de libro en realidad estaban asistiendo a un escarcha supertolerante e inclusivo (‘charo’ es el nombre despectivo que se da a las feministas maduras de izquierda del PSOE, aunque hoy casi suena cariñoso comparado con el más agresivo ‘Terfas’, con el que intentan sacarlas del debate público). Conviene decir que la tónica general de los “nuevos movimientos políticos” ha sido esta: lobos con piel de cordero que en nombre de la sacrosanta diversidad persiguen y acosan a aquellos que difieren de sus postulados. Luego dirán de la intolerancia católica…

Lo preocupante no es que un grupúsculo de imberbes emasculados griten violentamente contra unas mujeres que salen de una presentación de libro, ese por desgracia es el pan de cada día en el multiverso catalán, lo preocupante es que el dispositivo policial de los mossos acabara cediendo a la presión de ese grupo de activistas que interrumpieron el acto y demostrando que no hay voluntad política alguna de defender la libertad de expresión. Quien mejor ha descrito esta desagradable escena que nos tocó vivir ayer es el sociólogo Daniel Bell en La economía del deseo (2021): “Disueltos en este popurrí humano están los residentes permanentes de este tipo de entornos urbanos: vagabundos, mendigos, jóvenes locales en busca de movida, vendedores callejeros vendiendo souvenirs del acontecimiento (…) Banderas, letreros y pancartas de toda forma, tamaño y color se despliegan, se agitan y ondean por el aire (…) Entre las masas hay personas que llevan la cara pintada, que llevan máscaras que representan al diablo, que llevan el pelo teñido de color púrpura”. La pregunta sale sola: ¿cuando dejaremos de tolerar lo intolerable?

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