Opinión

Podemos y las ratas

Es gente sin escrúpulos, capaz de hacer o decir cualquier cosa para estar en la lista de cargos con sueldo. Nadie va a querer estar en el hundimiento

La vicepresidenta segunda y líder de Unidas Podemos en el Gobierno, Yolanda Díaz

El “partido de la gente” se hunde y muchos buscan acomodo en cualquier otro sitio para seguir en política. No tienen más principio que la continuidad. Es gente sin escrúpulos, capaz de hacer o decir cualquier cosa para estar en la lista de cargos con sueldo. En ese ambiente, la lealtad, o la sumisión ciega, según se vea, es la consigna principal. El resto es una farsa. 

La persistencia en la política española de este partido dice muy poco de la izquierda. Que haya un 15% que todavía se decida a depositar su confianza en estos personajes demuestra que el odio y la demagogia, el guerracivilismo y la bilis se han enquistado en una parte de ese electorado. 

Podemos no tiene nada que ofrecer a la política española. El mitin de Yolanda Díaz este fin de semana en Andalucía lo atestigua. Sacar la Guerra Civil y a Franco para ocultar su fracaso social y económico, y sobre todo sus carencias políticas, son una prueba de la degradación de la autodenominada “izquierda transformadora”. 

El 19-J se van a llevar un sopapo de realidad del que no se repondrán. Será muy parecido al puntapié electoral que Pablo Iglesias se llevó en Madrid frente a Ayuso.  

Lo chusco es que la gente que está en Podemos sabe que la fórmula está muerta. No es que fuera una pistola de una sola bala, como dijo Iglesias en su día, es que no hay engañabobos que dure dos legislaturas. Pasado su momento de esplendor, con los medios rendidos a la novedad teenager y nihilista de Podemos, no quedan más que los sueldos y las prebendas. 

La actual dirección es un mal chiste. Ione Belarra e Irene Montero carecen de entidad política, personalidad y capacidad de liderazgo. No digo nada de Lilith Verstrynge por respeto a su padre. Los portavoces parlamentarios, Echenique y compañía, no rascan un voto. Isa Serra, la condenada por insultar y pegar a mujeres policía, ni cuenta. 

El resto de dirigentes fieles a la formación constituye el típico grupo que históricamente recoge los restos del naufragio. Saben que va a ser un desastre en cuanto Sánchez convoque elecciones, de ahí que critiquen la política socialista pero nunca dimitan. Es más que probable que las ministras podemitas, Belarra y Montero, se queden sin escaño en cuanto haya elecciones, como si fueran la UCD de 1982. 

Nadie va a querer estar en el hundimiento. El primero en saltar del barco fue Errejón, que montó su fraudulento chiringuito. A éste le siguió Manuela Carmena, que despreció a Podemos, la formación que la llevó a ser alcaldesa de Madrid, porque se creyó más importante que nadie. 

Después ha sido Yolanda Díaz, una ambiciosa de papel couché, que sonríe para ocultar que está vacía. En cuanto vio que Podemos era un proyecto fracasado soltó a sus periodistas amigos para que crearan la ficción de un partido nuevo, un “frente amplio”. 

Desde entonces no ha hecho nada. Ni ha presentado su organización ni la expectación tiene repercusión alguna en las encuestas. El “efecto Yolanda Díaz” es un clásico del periodismo aplicado a todos los dirigentes en algún momento, que casi nunca tiene recorrido. Sin embargo, el llamamiento ha provocado que los más concienciados del hundimiento pidan acomodo en el yolandismo. 

Ahí se juntan los que no quieren ser unos muertos de hambre por el fin de Podemos con los que quieren vengarse de la formación. Hambrientos y vengativos son una combinación maravillosa para el esperpento. Uno de estos es Alejandro Rodríguez, ex diputado al que la dirección echó aprovechando una sentencia que le condenó por pegar a un policía. Sí, es lo mejor de cada casa. Vamos, que ves el historial de los cargos podemitas, sus sueldos públicos y te echas a llorar

Este visionario, otro mesías que nos regala la izquierda, quiere montar su chiringuito en las Islas Canarias y unirse a Yolanda Díaz como una confluencia, al estilo de Más Madrid. Esto está ocurriendo en otras regiones, como Asturias, Valencia o Aragón. Esta alianza se fragua en un mantra de la izquierda: la unión es atractiva para las “masas transformadoras”. Pero las elecciones andaluzas del 19-J nos van a demostrar que la fusión de grupúsculos no da ni para parir un ratón.  

El yolandismo es el paquebote en el que los podemitas han depositado sus esperanzas para seguir viviendo de la política tras el hundimiento de Podemos. Nada más.