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Cultura

Delatar o proteger: la Guerra Civil entre los vecinos de un mismo barrio

Pedro Corral publica ‘Vecinos de sangre’ una estremecedora crónica de la vida en el Madrid de la guerra narrada por los propios vecinos

vecinos
Vecinos del barrio de Argüelles en Madrid, abril 1937.

Sanguinarios chequistas que evitaban el ‘paseo’ a vecinos de derechas, propietarios franquistas que protegieron a sus porteros izquierdistas de una condena a muerte segura, o delaciones que mandaban al patíbulo a la familia de la puerta de enfrente. La Guerra Civil condenó a los españoles a ver como enemigos mortales a sus propios vecinos con los que cada día compartían saludo. El 30 de marzo de 1939, con las defensas republicanas de Madrid derrotadas, el bando franquista emitió un edicto por el que todos los porteros y vecinos de las fincas de la capital deberían presentar una declaración jurada con toda la información sobre “asesinatos, robos, saqueos, detenciones o cualquier otro hecho delictivo durante el dominio rojo”. Un juzgado militar en cada uno de los diez distritos de la capital escuchó las historias de porteros, que desde la República actuaban como auxiliares de la Policía gubernativa. El periodista y diputado del PP en la Asamblea de Madrid Pedro Corral ha buceado en los testimonios de más 15.000 testigos entre porteros y vecinos de Madrid que relataron su experiencia en la guerra. El resultado es Vecinos de sangre, un estremecedor libro que expone las miserias y grandezas del alma humana dentro del microcosmos de la guerra en los barrios madrileños.

En su libro dice que las historias recogidas por porteros y vecinos dibujan un Madrid que “parecía un laberinto sin salida por el que deambulaban verdugos, víctimas, espías, confidentes, delatores, vividores y aprovechados del mal ajeno”. ¿Cómo fueron estas primeras semanas tras el golpe de Estado del 18 de julio?

Primero, ante la derrota del golpe militar la exaltación de parte importante de la población de Madrid, también la animosidad de los que forman las columnas que van a enfrentarse a los sublevados, los que desde un principio están haciendo frente a los ‘pacos’ [francotiradores], o a los coches fantasmas y, cruzado con todo eso, la organización de estos comités revolucionarios que se van a dedicar a hacer la limpieza en la retaguardia. A la par se produce la orden de desalojo de los edificios religiosos que la decreta el Gobierno en la segunda semana de agosto, lo que obliga a muchos a intentar esconderse porque empieza a haber asesinatos. Y luego esa imagen que recoge Elena Fortún (Celia en la revolución) y Clara Campoamor (La revolución española vista por una republicana) con la aparición de decenas y decenas de 'paseados' por las mañanas en los parques y las afueras de Madrid. Es un cuadro bastante terrorífico. 

Relata escenas de auténtico horror como el carro de la carne… 

Es un testimonio muy impresionante. Era un servicio de recogida de cadáveres, un servicio de limpieza del Ayuntamiento que trabajaba de madrugada para que la gente no se encontrara con los cuerpos cuando salían de sus casas. Es escalofriante encontrar el testimonio de alguien que participó. A él lo culpaban de regocijarse en el número de los que recogía cada mañana, cuando lo que estaba expresando era su horror de que cada día recogía ocho, nueve o diez, en la puerta de las Siete Hermanas donde está ahora el Parque de atracciones. 

¿Se trataba de una población muy ideologizada?

Los carnets de sindicatos de después del 18 de julio son oportunistas en una inmensa mayoría, porque si no tenías carnet no podías trabajar, y también por lograr una mayor seguridad personal: hay porteros que les dicen a sus vecinos de derechas que se hagan de la UGT. Existía en España una polarización en grupos muy minoritarios, que al final arrastró a la inmensa mayoría de la población. Los comportamientos que se transmiten en las declaraciones juradas que yo he estudiado es la lucha por la supervivencia. Para salvar el pellejo tenías que “hacer que sentías lo que no sentías” como refleja un portero muy gráficamente.

Hace un símil de los porteros con el dios Baco, esta deidad con las dos caras, que en el caso de los porteros muchos se convirtieron en delatores y otros en el escudo de los vecinos de su finca.

La Guerra Civil es un hecho terrible porque tu enemigo puede ser el que vive enfrente de la puerta de tu casa, o el de la portería, el ático… lo que hace que cada casa se convierta en un campo de batalla. Hay un caso en Alcalá que en la guerra hay una casa que son detenidos veintipico vecinos, y en la posguerra son detenidos otros veintitantos del otro lado.

Ahí, se ve claramente que la fractura de la guerra ha partido en dos la comunidad de vecinos. Pero en otras, descubres que a pesar de las diferencias ideológicas, el sentirte comunidad en un inmueble hace que los vecinos adopten la actitud de que la casa se convierta en un refugio frente a los desastres de la guerra. Desde el portero ugetista con carnet del sindicato de 1902 defendiendo a sus vecinos de los atropellos de los milicianos, y estos mismos vecinos defendiedo a este portero tras la guerra.

Para el caso de los porteros parece que siempre fueron sospechosos, tanto al comienzo por parte de las autoridades republicanas, y en la posguerra porque eran vistos como unos “delatores de las hordas rojas”.

Es absolutamente clave que, a partir de una Ley de 1934, los porteros se convierten en auxiliares de la policía gubernativa, es decir deben colaborar en las investigaciones de las autoridades. Cuando en la guerra se les exige por parte de la policía y las milicias que ayuden en la delación de los vecinos, ellos se ven obligados legalmente y muchos no lo harán jugándose la vida. A los que lo hacían luego les iban a pedir cuenta los franquistas por el mismo motivo: por haber obedecido las mismas órdenes de delación de vecinos que los franquistas les estaban exigiendo tras la guerra.

Muchos madrileños, más allá de las ideologías, optaron porque en esta lucha por la supervivencia cupiera también el otro

Los porteros estuvieron en el foco de los juicios sumarísimos de la posguerra, en muchos casos con nulas garantías procesales, y usted habla de un sentido ejemplarizante. 

En mayo y junio de 1939, los procesos contra algunos de los porteros y empleadas del servicio doméstico son absolutamente vertiginosos, están hechos sin apenas pruebas. A veces se condena a muerte en contra del criterio del fiscal que estaba pidiendo pena de cárcel. Después de la guerra se queda ese sentimiento, como decía Wenceslao Fernández Florez, de que los porteros han sido una “de las potencias infernales del terror rojo”. Aunque él mismo asume que el portero tenía la obligación legal de delatar. 

¿Qué conclusión saca después de haber visto este microcosmos de una ciudad en guerra?

Me quedo en que en este instinto de supervivencia de los madrileños en una ciudad asediada, tanto por fuera como por dentro, muchos madrileños, más allá de las ideologías, optaron porque en esta lucha por la supervivencia cupiera también el otro. Esto es lo que más me ha emocionado. 

Vecinos de sangre

Autor: Pedro CorralrnEditorial: La Esfera de los Librosrn448 páginas.

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  • A
    Antonia Tobajas

    El articulista confunde al dios Baco (dios de la ebriedad) con el dios Jano (que, por cierto, además de ser bifronte era, precisamente, el dios de las puertas).