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Opinión

Peronismo a prueba de inflación

Habría que preguntarse si los argentinos están ya definitivamente hartos de peronismo a los dos años de su retorno al poder

Sánchez, travestido de Kristina Perón
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, junto a Cristina Fernández Europa Press

El pasado 19 de octubre Roberto Feletti, secretario de Comercio de Argentina, emitió un decreto que fijaba hasta enero los precios de 1.432 productos. Todo tipo de productos, desde el aceite de girasol hasta el detergente, pasando por el arroz o el vino tinto. La lista es inmensa porque, dentro de cada categoría de producto el control discrimina en función de las provincias. Así, por ejemplo, la mermelada de frutilla (que es como llaman a la fresa en Argentina) de la marca Emeth en frasco de 420 gramos no puede costar más de 105 pesos en La Pampa, de 96 pesos en Misiones o de 93 pesos en Santa Fe, lo que hace que la lista tenga un total de casi 30.000 artículos y 600 páginas, todos de primera necesidad. A esto el Gobierno argentino lo denomina canasta de consumo masivo.

Los argentinos están acostumbrados a que los precios suban, es una especie de maldición de aquel país. Desde los años 40 han padecido varios episodios inflacionarios. En los años 50, justo al final de la época de Juan Domingo Perón, la inflación se fue al 60%. Consiguieron controlarla durante unos años (no muchos, la verdad) y volvió a escalar a finales de esa década hasta superar el 120%. La hicieron descender, pero rara vez por debajo del 30% y en los setenta se volvió a descontrolar convirtiéndose en inflación de 3 dígitos. Volvió a bajar, pero nunca por debajo del 100% y ya en los años ochenta se tocó techo en tiempos de Raúl Alfonsín. Se vieron obligados incluso a cambiar la moneda. En 1983 sustituyeron el peso-ley por el peso argentino, y en el 1985 el peso argentino por el austral, que sería la divisa argentina hasta 1991 cuando se recuperó la denominación peso ahora con la coletilla convertible. La inflación cayó a plomo durante los noventa y llegó incluso a registrarse deflación en los años 2000-2001. Luego vuelta a las andadas, en 2003 ya estaba en el 40% y, tras una breve caída, volvió a escalar para situarse permanentemente por encima del 20%. Hoy está en el 53% y hace un año, en plena pandemia y con la población encerrada, estaba por encima del 30%.

Crear pesos a su antojo

Este es muy resumido el triste historial inflacionario de Argentina, pero ningún Gobierno termina de entender la naturaleza del fenómeno. Creen que la inflación consiste en que unos tenderos aprovechados suben los precios por placer, por lo que basta con fijarles los precios por decreto y asunto resuelto. No, no funciona así. La inflación es un fenómeno monetario, tan monetario que el único momento en la historia reciente de Argentina en el que el flagelo inflacionario desapareció fue durante la época de paridad con el dólar en los años noventa. Ahí el Gobierno no podía crear pesos a su antojo y, como consecuencia, el poder adquisitivo de la unidad monetaria se mantuvo.

Pero de nada sirve explicar lo obvio. Todo al final es una combinación de memoria cortísima, ideas económicas equivocadas y propaganda política. Muchos argentinos creen realmente que la inflación se debe al capricho de los comerciantes y eso ha dejado siempre al Gobierno mucho espacio para actuar. No hace falta mucho más para que los políticos vendan falsas soluciones a problemas verdaderos creados por ellos mismos.

Alberto Fernández prometió poner fin a un problema que envenena la vida cotidiana de todos los argentinos, pero nada más llegar a la Casa Rosada lo primero que hizo fue fijar las tarifas de los servicios públicos

Con la excepción de Venezuela, cuyo Gobierno es también adicto a la impresión de billetes y los controles de precios, Argentina tiene la inflación más alta de toda América y la cuarta más elevada del mundo después de Venezuela, Zimbabue y Sudán. Durante la campaña electoral de 2019, Alberto Fernández prometió poner fin a un problema que envenena la vida cotidiana de todos los argentinos, pero nada más llegar a la Casa Rosada lo primero que hizo fue fijar las tarifas de los servicios públicos. Desde entonces se ha demostrado incapaz de llegar a un acuerdo con el FMI, por lo que no tiene acceso a crédito internacional y se dedica a financiar el déficit público con la máquina de imprimir.

Si fuese la primera vez que les sucede podría perdonarse, pero es que no es así. La propensión de los peronistas por las recetas proteccionistas, el gasto público desaforado y la fijación del tipo de cambio tiene como consecuencia que Argentina viva en un estado de déficit permanente, devaluación de la moneda y escasez de divisa extranjera. En 2014, cuando el auge de las materias primas tocó a su fin y los dólares volvieron a escasear, el Gobierno de Cristina Fernández endureció los controles de precios, cambio de divisas y movimientos de capital. Le siguió una recesión y un nuevo repunte inflacionario. Los peronistas perdieron las elecciones presidenciales de 2015, pero el ganador, Mauricio Macri, no quiso afrontar el problema porque temía que fuese impopular.

No acometer reformas tiene un coste directo. La economía prácticamente no ha crecido desde 2008. Los salarios han aumentado menos que la inflación en ocho de los últimos diez años. El resultado es una depauperación general que afecta especialmente a lo poco que queda de clase media en el país. Aquellos que pueden permitirse acceder a dólares los sacan al exterior para protegerse. Ahí tenemos los papeles de Pandora como demostración. Argentina ocupa el tercer lugar en número de propietarios de empresas offshore, justo por detrás de Rusia.

Hundimiento del PIB

De Alberto Fernández y su vicepresidenta no podemos esperar reforma alguna. Ambos son peronistas de estricta observancia y se encuentran muy apurados porque dentro de quince días podrían perder el control del Senado y de la Cámara de Diputados, lo que les complicaría mucho las cosas de cara a la segunda mitad del mandato, cuyo ecuador atravesará Alberto Fernández dentro de un mes. Se encuentran ante un dilema porque el descontento está muy extendido. La pandemia ha paralizado la actividad económica. El año pasado el PIB se desplomó un 10% después de dos años consecutivos decreciendo. El PIB argentino es hoy inferior al de 2011, lo que ha hecho caer el ingreso per cápita por debajo de los 8.000 euros anuales cuando en 2015 llegó a bordear los 14.000.

Fernández necesita resistir en las legislativas y conservar al menos una de las cámaras. Pero eso sólo puede hacerlo a costa de devaluar aún más el peso, pero esto podría terminar provocando desabastecimiento a causa de los controles de precios. El dólar argentino se cambia oficialmente a 100 pesos (al llegar Alberto Fernández al poder se cambiaba a 59), pero ese es el cambio oficial, en el mercado libre se está vendiendo a unos 200 pesos, el doble del tipo oficial. Si sigue estirando la cuerda podría romperla desatando un episodio hiperinflacionario como ya sucedió en el pasado cada vez que un Gobierno se encontraba en apuros y ponía la impresora en marcha para financiar el gasto público, mantener los subsidios y ganar las elecciones.

La popularidad del presidente está por los suelos. En esta encuesta sólo el 15% de los encuestados tiene una imagen positiva de él. Cristina Fernández no anda mucho mejor, sólo el 20% la valora positivamente

Por de pronto las elecciones legislativas de este mes no pintan bien. Los sondeos le dan la espalda a la coalición oficialista Frente de Todos que ya sufrió una severa derrota en las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO) celebradas en septiembre. En uno que se hizo público el pasado fin de semana un 47% de los encuestados cree que la coalición peronista perderá este 14 de noviembre por un margen aún mayor que en las PASO, en otra pregunta el 67% dijo que desea una derrota del Frente de Todos, y en otra que si mañana fueran las elecciones presidenciales 7 de cada 10 no votarían a Alberto Fernández. La popularidad del presidente está por los suelos. En esta encuesta sólo el 15% de los encuestados tiene una imagen positiva de él. Cristina Fernández no anda mucho mejor, sólo el 20% la valora positivamente.

Habría por lo tanto que preguntarse si los argentinos están ya definitivamente cansados de peronismo a los dos años de su retorno al poder. Yo personalmente lo dudo. Los argentinos tienen una relación de amor-odio con la inflación. Les disgusta que suban sus precios, pero adoran lo que produce ese aumento de precios, es decir, la impresión de dinero que permite al Estado gastar sin medida en subsidios y todo tipo de dispendios clientelares. Sólo así se explica que en 2019 volviesen al poder. No lo hicieron por los pelos. En aquellas elecciones Fernández sacó ocho puntos a Macri, a quien criticaban no haber conseguido enderezar el rumbo económico del país. Macri empezó bien levantando algunos controles y estimulando el crecimiento a corto plazo, pero no tenía vocación de ir más allá porque temía enfrentarse con los todopoderosos sindicatos. En cuanto la cosa se torció a partir de 2018 la economía entró en barrena.

Ahora, a diferencia de lo que sucedía en 2016 o 2017, no hay ninguna voluntad de reforma. Fernández simplemente quiere sobrevivir políticamente aplicando un modelo económico en el que cree firmemente. Necesita, eso sí, un acuerdo con el FMI cuanto antes para recuperar el aliento, que entren dólares y se estabilice la situación. El peronismo sólo es viable con dólares llegados del extranjero que financien el gasto público. O se obtienen de exportaciones como las de la era Kirchner o se obtienen mediante créditos. No hay mucho más.

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