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Opinión

La incógnita Zemmour

Los medios anglosajones han empezado a calificarle como el Trump francés. Su encanto reside en cómo escribe, cómo habla y lo que dice por televisión

Éric Zemmour

Hace sólo un mes casi nadie fuera de Francia sabía quien era Eric Zemmour. En Francia sí porque es un periodista, escritor y polemista muy famoso, especialmente por sus intervenciones en televisión y por sus ensayos políticos, que se venden bastante bien y suelen venir acompañados de mucha polémica. Hoy de Zemmour ya se habla en toda Europa. Los medios anglosajones han empezado a calificarle como el Trump francés. Es un sobrenombre que le gusta, tanto que en su último libro 'Francia no ha dicho la última palabra' publicado este mismo año, confiesa que así es como le llamaban antes de que insinuase que se iba a presentar a las elecciones.

Decir eso en un libro hace tres meses era pura vanidad, nada importante, muchos periodistas emplean desde hace unos años una suerte de “trumpómetro” para medir las inclinaciones políticas. Zemmour se toma muy en serio a sí mismo, pero nadie pensaba que iba a dar el paso o, como mínimo, amagar con dar el paso que muchos de sus seguidores en la televisión, la prensa y su cuenta de Twitter, le venían pidiendo
desde hace ya mucho tiempo. Decir que eres el Trump francés no va a ningún sitio a no ser que decidas serlo de verdad, te la juegues y te presentes a las elecciones. Y eso es lo que podría pasar en las próximas semanas si las encuestas que le dan posibilidades no de ganar las elecciones, pero si de pasar a segunda vuelta, siguen por este camino.

Para las elecciones aún faltan más de cinco meses, pero es ahora cuando se van formalizando las candidaturas y se palpa el humor del electorado con sondeos. Esas encuestas son las que han hecho de Zemmour un candidato. Para muchos franceses que se presentase a las elecciones era una cuestión de tiempo. Desde hace lo menos tres años se viene hablando de su posible candidatura, pero Zemmour no decía ni pío, se limitaba a salir en la televisión y a escribir sus libros y artículos. Algo parecido a lo que Javier Milei hizo en Argentina durante años hasta que este año decidió lanzarse a las legislativas. Con Zemmour, como con Milei, los que le han empujado son sus seguidores que se cuentan por cientos de miles en Francia. Tiene hasta un club de amigos que se dedica a difundir, básicamente por la red, sus artículos y sus intervenciones televisivas.

Pero no es precisamente una estrella del rock, ni siquiera es una joven promesa. Tiene 63 años, es enjuto, nervudo y bajito. Pero su encanto no reside en su físico, sino en cómo escribe, cómo habla y lo que dice por televisión. Durante décadas ha sido un tertuliano televisivo muy popular a quien la audiencia amaba u odiaba, no había término medio. Sus libros del género decadentista hablan del fin del Estado-nación francés tal y como lo conocemos. No hay más que ir a los títulos para comprobarlo: 'Melancolía francesa', 'Destino francés' o 'Suicidio francés' se titulan tres de sus ensayos más vendidos.

Pero en Francia, como en cualquier otro país, leer sólo leen unos pocos, el resto se informa por la televisión. Ahí se consagró hace unos años. Es habitual en un canal llamado CNews, una cadena de noticias 24 horas orientada hacia la derecha, el equivalente a Fox News en EEUU. En sus platós hace las delicias de los votantes de Le Pen que llevan años compartiendo sus intervenciones en la red. Como es un tipo muy carismático algunos de sus fans han ido aún más lejos y por las ciudades francesas se pueden ver desde hace meses pintadas en las que pone “Zemmour président”. Ahora más que pintadas lo que han aparecido son carteles con un retrato en el que mira fijamente a los viandantes.

Fruto de esta campaña espontánea, las empresas demoscópicas empezaron en primavera a incluirle dentro de las encuestas electorales. Esto es lo que llevó a principios de septiembre al Consejo Superior Audiovisual a pedir a las televisiones que racionen la cantidad de Zemmour que ofrecen porque, aunque no se haya presentado formalmente, es un candidato ya y no puede tener esa ventaja con la que otros candidatos no cuentan. Desde entonces cada vez que sale en CNews o en cualquier otra cadena se lo descuentan de su tiempo de televisión como candidato. Eso le ha dejado sin su programa nocturno, que era uno de los más seguidos de la franja horaria en la que se emitía.

Que Zemmour se presente a las elecciones no sería tan llamativo sino hubiese ya una candidata en Francia que defiende a grandes rasgos lo mismo que él. Esa candidata es Marine Le Pen, presidenta de la Agrupación Nacional que en 2017 consiguió un tercio de los votos en la segunda vuelta. Le Pen lleva cuatro años tratando de suavizar su mensaje con la esperanza de pescar votos tanto entre conservadores como entre antiguos votantes socialistas. Eso le ha permitido sanear la imagen del partido y, a la vez, distanciarlo de sus raíces. Zemmour no va por ahí. El busca radicalizar, provocar y enmarcar el debate en torno a su propia agenda, una agenda polémica de principio a fin. Es antiinmigración, anti-islam, antifeminista y marcadamente nacionalista. Es muy elocuente. Mezcla la erudición con arrebatos de indignación. Se maneja bien ante las cámaras, domina los tiempos y sabe debatir para llevarse el pollo a su corral.

Curiosamente no es francés de pura cepa como lo fue Charles Maurras, el ideólogo- jefe de Acción Francesa en la primera mitad del siglo XX. Maurras era de familia francesa de muchas generaciones, católica y monárquica. Zemmour es hijo de inmigrantes. Sus padres eran judíos franceses de Argelia que emigraron a la metrópoli a principios de los años 50. Le criaron como judío en Montreuil, un “banlieu” en la periferia de París que atestado de inmigrantes africanos, lo llaman, de hecho, la pequeña Bamako porque allí reside una gran comunidad procedente de Mali. A pesar de ser judío asegura que la Francia de Vichy protegió a los judíos franceses del exterminio nazi, también cree que los nombres extranjeros deben prohibirse. No sólo los árabes, también los italianos, hace unos años regañó a Sarkozy porque a la hija que tuvo con Carla Bruni le puso Giulia. Pero eso de Sarkozy fue un detalle sin importancia. Con quien la tiene tomada es con el islam, cree que es incompatible con la Francia republicana. Quitando a Jean-Marie Le Pen, nadie había ido tan lejos, al menos en el terreno declarativo.

Podría suceder que su momento pase rápidamente, que los franceses se cansen de él y que dentro de un año nadie se acuerde de Zemmour, pero es poco probable. El dice ser napoleonista y gaullista y parece haber encontrado un mensaje que cala en parte del electorado. Mezcla la respetabilidad intelectual que le da la docena de libros que ha escrito, con mensajes populistas tremendamente simplificados. Quiere llegar tanto a la burguesía católica y tradicional que vota a los republicanos como a los trabajadores nativos franceses que están enfadados porque no llegan a fin de mes. En ese punto choca con Le Pen, que persigue al obrero nativo y se desentiende de la clase media alta porque sabe que esa vota a Macron o a los republicanos. Así no se desgasta en batallas perdidas de antemano y puede perfilar mejor su mensaje. Ese mensaje le permitió pasar a segunda vuelta en 2017 y conquistar un tercio del electorado. Pero el
efecto Le Pen ha ido a menos. En las elecciones regionales de junio de este año no consiguió hacerse con ninguna región. Su estrella se apaga. Hace dos meses las encuestas le daban un 23% en la primera vuelta, hoy tiene que conformarse con el 18%. Su caída en esperanza de voto ha ido pareja al surgimiento de Zemmour, que en agosto rondaba el 6% y en las últimas encuestas obtendría entre el 16% y el 17% de los
votos.

El acenso de Zemmour es la confirmación del debilitamiento del sistema de partidos políticos en la política francesa. Macron lo anticipó en 2017 con su partido-movimiento La República en Marcha, hecho con retales de varias formaciones. Sobre esas siglas se aupó hasta la presidencia de un modo un tanto sorprendente. Nadie daba un céntimo por él en enero y en mayo entraba en El Elíseo. Hay un antes y un después de Macron. Los viejos partidos de izquierda y derecha han perdido su razón de ser, al menos en las presidenciales. La gente no se identifica con ellos. Los socialistas son quizá el caso más claro y sangrante. Hasta 2017 gobernaban. Eso año su candidato, Benoît Hamon, obtuvo sólo un 6% y su sucesora, Anne Hidalgo, la alcaldesa de París no parece que pueda aspirar a mucho más. En el centroderecha, los republicanos votarán por su candidato el 4 de diciembre. Los tres favoritos son Xavier Bertrand, presidente de la región de Alta Francia, Valérie Pécresse, presidenta de Isla de Francia, y Michel
Barnier, el negociador del Brexit. Bertrand es el favorito, pero Barnier, que tiene ya 70 años y es menos conocido en Francia que en el Reino Unido, se ve a sí mismo como un viejo estadista tipo Mitterrand.

Al dividir el voto de extrema derecha, Zemmour podría terminar ayudando a las perspectivas de reelección de Macron. Ninguna encuesta aún sugiere claramente que Zemmour podría pasar a segunda vuelta. Está captando la atención porque es el candidato sorpresa. Pero es mucho más difícil sacar adelante una campaña electoral que debatir en televisión o firmar libros en la feria del libro de París. Él verá lo que hace, pero andan todos cruzando los dedos, unos para que se presente, otros para que
se quede en su casa. Antes de fin de año despejaremos la incógnita.

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