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Opinión

La mutación de Pedro Sánchez en 'El Grinch'

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.

Renunciar al camino de la religión implica condenarse al infierno a cambio de vivir un poco más tranquilo, cosa cortoplacista, pero respetable. Habrá quien opte por el ateísmo por falta de fe, pero también habrá quien lo haga por pura comodidad. Porque, no nos engañemos, pensar a cada momento en la posibilidad de estar cometiendo un pecado y, por tanto, de ofender a Dios, debe resultar un tanto engorroso. Especialmente, cuando la falta tiene que ver con la pereza. ¿Acaso hay que sentirse culpable un sábado por la tarde por tumbarse en el sofá y retrasar la instalación de los malditos apliques para la luz del baño?

Todo esto viene a cuento porque el lugar que ocupaba el catolicismo en la sociedad española lo invade actualmente la izquierda polite. Hubo un tiempo en el que los ciudadanos quizá pensaron que podían llegar a vivir sin estar sometidos a las imposiciones de un grupo religioso, pero ese sueño se esfumó en el momento en que el progresismo inquisidor comenzó a elaborar su catecismo. Es el que sacó -de refilón- Pedro Sánchez este martes en la tribuna del Congreso, cuando, ante la inminencia de la Navidad, aseguró lo siguiente: “El consumismo ha desvirtuado parte de su sentido, pero el sentido de los regalos es transmitir afecto”.

El presidente tiró de dogmatismo fácil para tratar de convencer a los ciudadanos de que extremen las precauciones durante los próximos días, ante el peligro de que enero venga acompañado de una tercera ola de covid. Angela Merkel anunció casi entre lágrimas la necesidad de restringir el contacto con los familiares en Alemania y lo hizo con sinceridad y crudeza.

Aquí no ha ocurrido lo mismo, pues Sánchez parece temeroso de anunciar restricciones porque ya se sabe que en Moncloa -de forma patética- no se toma ninguna decisión sin mirar a las encuestas. De ahí el retraso con el que se han adoptado determinadas medidas para controlar la pandemia -o el adelanto, en el caso de la desescalada- y de ahí que el Ejecutivo haya hecho todo lo posible en las últimas semanas por dejar 'el marrón' de la Navidad en manos de las comunidades autónomas.

Por eso, a la hora de referirse a la necesidad de evitar que las familias se junten en estas fechas salpimentó sus palabras con dogmatismo de izquierda. Y como el consumismo es negativo y como la Navidad es el momento del año que más invita a derrochar, no puede considerarse del todo negativo el hecho de que se establezcan restricciones para comprar o entregar los regalos a la familia.

Gobierno paternalista

La estupidez de introducir esa palabra en su discurso es tal que no debería pasar desapercibida, pues resume a la perfección el espíritu intervencionista de este Ejecutivo. Porque un gobernante debería ser un gestor; nunca un guardián moral que aleccione en ningún momento a los ciudadanos. Resulta completamente estúpido que un Gobierno censure la forma o la cantidad en la que los españoles gastan su dinero; y todavía más el que un presidente teorice sobre el sentido que deben tener los 'regalos'.

Quizás los yugos religiosos que siempre hemos arrastrado y los constantes mensajes de los patriotas modélicos que tantas y tantas veces se expresan en los medios nos hayan hecho perder el norte con respecto a la actitud que debería tener un presidente. Quizás por eso ni siquiera llame la atención que un dirigente se pronuncie en términos espirituales o éticos -vivir para ver- sobre la forma de vida que deben adoptar los ciudadanos. Sea para celebrar la Navidad o para lanzar su dinero por el retrete, si alguien está dispuesto a eso.

Si tienen que prohibir para contener la tercera ola, que lo hagan y que cada cual critique el plan como le venga en gana. Pero estaría bien que dejaran de erigirse como autoridad moral del pueblo o que actúen con el paternalismo con el que Sánchez se ha empleado desde el inicio de la pandemia.

Quien quiera ser consumista, que lo sea. Y, si hay toque de queda, que lo sea hasta las 12 de la noche y que le multen si lo quiere hacer después. Ir más allá de todo eso implica establecer pequeñas dictaduras morales sobre los ciudadanos. De eso, la izquierda polite sabe un rato. Como de culpabilizar al ciudadano común de los problemas sociales que vive el mundo. Pura demagogia ramplona.

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