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Opinión

Patio de butacas

Una imagen del Teatro Real.

Todo va a salir mal y lo sabemos. Nos lo dice el coro. Nos lo dice ese dúo del primer acto –Vogliatemi bene- y en el que se despliegan en direcciones opuestas dos voces, dos sentimientos: Cio-Cio San suplica amor y a Pinkerton le puede la urgencia por consumar. Vestida cual esposa americana, Butterfly aguarda. Cree, o insiste en creer, que él regresará. Así se lo hace saber Cio-Cio San a la fiel Suzuki en Un bel dì vedremo, un aria cantada con el dolor de quien se sabe perdedor. Pinkerton no volverá.

Madame Butterfly, de Puccini, y La Traviata, de Verdi, presiden el repertorio operístico clásico. En ellas se despliega lo sentimental como anzuelo para lo sinfónico y meten al gran público en el patio de butacas de sus propias pasiones o desengaños. Este viernes y sábado, el Teatro Real, que se resiste a su suerte de galeón confinado, emitirá las dos obras a través de su plataforma My opera player. Ambas estarán protagonizadas por la soprano albanesa Ermolena Jaho, que esta temporada, y antes de que el Coronavirus estallara, visitaría el Real para interpretar Iris.

La música es capaz de llenarlo todo, hasta una casa confinada. Y, sin embargo, echo de menos la reunión a oscuras en un teatro, el estremecimiento que producen los instrumentos de viento y el encanto del telón, capaz de caer y alzarse administrando el misterio del artificio. Ocurre lo mismo con Las Meninas, ansío acudir a su encuentro porque hasta el aire que las rodea es también obra.

Extraño el estremecimiento que producen los instrumentos de viento y el encanto del telón, capaz de caer y alzarse: el misterio del artificio

Admito agotamiento, y si en el primer día de este Diario de la Cuarentena se me caían las palabras de las manos, hoy se me escurren hasta las ganas de mirar a los demás. Va esto para largo y aunque este dietario muta al desconfinamiento, percibo un hartazgo que resulta común a todos. El niño que chilla, desesperado porque en este nuevo mundo está obligado a jugar solo y prefiere volver a casa,  y hasta el perro que se resiste a andar y al que su dueña debe arrastrar para hacerlo avanzar.

Un poco en broma, y un poco por no morir, como la Cio-Cio San de Puccini  constato una idea que ha sobrevivido, intacta a la llegada de una pandemia: que la vida incumple. Me hago a la idea de un patio de butacas, un lugar recubierto por esa película que forman las emociones de otros cuando se depositan en la oscuridad. Este viernes, escucharé a Ermonela Jaho como la Cio-Cio San de Puccini, y el sábado su Violeta verdiana. Me recompondré, en pedacitos, buscando el temblor que produce el sonido de una voz al contacto con el aire.

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