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Opinión

El orden del día en Ginebra

La Comisión Europea se inhibe en las reuniones del PSOE y Puigdemont en Suiza: "Es política interior"
El número tres del PSOE, Santos Cerdán, en Ginebra (Suiza) EFE Tv

Se lee en una tarde y es altamente recomendable. ‘El orden del día’ (Tusquets, 2018) es una novela corta de Éric Vuillard que ganó el Goncourt de Francia en 2017. El libro recrea algunas escenas de la consolidación del poder de Hitler en Alemania. Los episodios nos descubren las servidumbres de los empresarios alemanes y la cobardía de los principales cancilleres europeos. Un capítulo memorable es el que recoge la cena entre Chamberlain y Ribbentrop en Londres con la anexión de Austria como telón de fondo.

Uno de los valores de la novela es que nos traslada al razonamiento probable de los personajes en aquella época de los años 30 del siglo pasado sin que el lector pueda quitarse de la cabeza el error que están cometiendo. Dan ganas de intervenir en la escena y explicar a los empresarios judíos que había que plantar cara a ese régimen; y a los políticos europeos todo lo que vendría después de Austria si hacían la vista gorda a los planes de Hitler en la creencia de que así evitarían una guerra a gran escala.   

'Omertá' en Suiza

No conocemos el orden del día de la reunión que el PSOE y Junts per Catalunya han mantenido en Suiza este fin de semana. Se nos ha revelado el nombre de un mediador irrelevante de El Salvador. Y se han utilizado todos los adjetivos posibles para valorar el encuentro entre el talonador del PSOE y los representantes Carles Puigdemont. Cualquier calificativo se queda corto.

Son tiempos de batalla y división en los que hay demasiados árboles tapando el bosque. Pero eso no debe impedir a nadie alertar del abismo al que nos conduce el PSOE y sus aliados. Las consecuencias de Ginebra no las veremos ahora, sino dentro de un tiempo. Cuando España pase la página de Pedro Sánchez, que lo hará, volveremos a encontrarnos ante una nueva generación de independentistas con las herramientas y la determinación –que no el apoyo mayoritario de sus respectivas sociedades- de llevar su ruptura adelante tanto en el País Vasco como en Cataluña.

Es imprescindible advertir a los empresarios, políticos y responsables de otras naciones que sus servidumbres ante Sánchez son nefastas para España. Que negociar el futuro de una nación europea fuera de la misma es un error de consecuencias imprevisibles. Que ninguna urna ha validado lo que se habla lejos de casa. Que, se tenga la ideología que se tenga, es hora de plantarse ante esta cesión inconcebible a un grupo de dirigentes políticos separatistas que han hecho de la amenaza a la convivencia su modus vivendi

A diferencia de los personajes reales de Vuillard, a esta España le queda el Estado de Derecho y el paraguas de la Unión Europea. Es una batalla larga y dura, pero justa en defensa de la democracia. Y merece la pena darla. No será sencillo, porque Sánchez ejerce el poder desde lo alto del muro y presiona de todas las maneras imaginables e inimaginables.

Batalla por la democracia

El brazo del presidente es alargado para comprar silencios y voluntades de los que nadan en la indiferencia, viven de su ego y no profesan más religión que la del dinero. Las trampas ideológicas que siembra sobre la legitimidad de su Gobierno son un debate artificial y falso, que mucha gente ha tomado como real porque odia demasiado a su otra mano. 

Son palabras llenas de remordimiento, palabras que se lleva el viento, palabras menos, palabras más de Los Rodríguez; pero que siempre encuentran eco en esta España acostumbrada al cainismo desde sus orígenes. No está en juego la izquierda y la derecha, sino la supervivencia de la Constitución frente a los que buscan trocearla por un odio irracional.

El problema, como sucede en 'El orden del día', estalla cuando el Gobierno convence a buena parte de la sociedad de que sin ellos ejerciendo el poder todo se desmoronará como un castillo de naipes y perderemos nuestras libertades. Y esa idea no se puede instalar en la gente sin tejer una alianza de complicidades, especialmente empresariales.

No existe tal dependencia mientras la Ley sea igual para todos. Es nuestra obligación evitar que las generaciones futuras hablen de estos días en algún libro como el mayor error histórico de España en un siglo.

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